Homilía – «Misa de Acción de Gracias» por la canonización de San Josémaría Escrivá de Balaguer

Basílica de San Pablo de Extramuros (Roma)

8.X.2002; 10,00 horas
(Génesis 2.4b. 9-15; Sal. 2.7-12; Rm. 8, 14-17; Lc. 5,1-11)

Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:

1. El eco gozoso de la Acción de Gracias al Señor por la Canonización de Josemaría Escrivá llega hoy todavía cálido y vibrante hasta esta Basílica de San Pablo de Extramuros para muchos peregrinos de España que sienten todavía con emoción, en lo más hondo del alma, la alegría del pasado domingo en la Plaza de San Pedro cuando Juan Pablo II le declaraba y definía Santo para la Iglesia, «urbi et orbe». La gratitud al Señor se alimenta también esta mañana, en esta Basílica de San Pablo Extramuros, de la íntima convicción de que con San Josemaría Escrivá el Papa nos ha regalado un modelo e intercesor admirablemente actual para responder a la llamada de la gracia como Jesucristo lo espera de nosotros al emprender la singladura cristiana del siglo XXI. El, que conduce a su Iglesia y la impulsa a «remar mar adentro» con nuevo vigor en esta época de la historia, nos está diciendo a través de la figura del nuevo Santo: ¡seguidme confiados e incondicionalmente! como los Apóstoles, como Simón Pedro, Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y «os haré pescadores de hombres».

Son los mismos sentimientos que hemos compartido con hermanos y hermanas venidos de todos los rincones de la tierra en la Eucaristía de la ceremonia de canonización presidida por el Santo Padre el pasado Domingo. La intrínseca «catolicidad» de toda celebración eucarística -siempre se trata del mismo y único sacrificio y banquete del Cuerpo y de la Sangre de Jesucristo- se nos antojaba, en esta ocasión, espléndidamente expresada con piedad y devoción ejemplares en la inmensa asamblea del pueblo de Dios, reunida con el Papa y muchos de sus sacerdotes y Obispos. La acción de gracias eucarística continuaría luego resonando con claros acentos de universalidad eclesial en la Santa Misa celebrada el lunes por el Prelado del Opus Dei en la misma Plaza, verdadera «Plaza Mayor» de la cristiandad, y en la audiencia general que a continuación nos concedía el Santo Padre.

2. Esta mañana la inmensa riada de los peregrinos se remansa en las Basílicas e Iglesias romanas para «modular» con sus Pastores propios los especiales motivos de su gratitud a Dios, a la Iglesia y al Papa por la canonización de San Josemaría Escrivá. Un grupo numeroso de peregrinos españoles lo hacemos aquí evocando las razones naturales y sobrenaturales de nuestro agradecimiento, precisamente en la Basílica construida sobre la tumba de San Pablo, aquel Apóstol singular por su ardiente amor a Jesucristo, amor hasta el martirio; y por su inagotable celo misionero que le lleva hasta el «Finisterrae» de España para predicar el Evangelio. El Apóstol que decía: «para mi la vida es Cristo, y la muerte, ganancia» (Fl. 1,21) y «que nunca me precié entre vosotros de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado» (1 Cor. 2,2). Difícilmente se podía escoger un lugar mejor y más significativo para «la Acción de Gracias» de España en Roma que éste. El joven sacerdote y Fundador del Opus Dei había explicado su vocación después de la decisiva Eucaristía del 7 de agosto de 1931 con las siguientes palabras: «a pesar de sentirme vacío de virtud y de ciencia (la humildad es la verdad… sin garabato), quería escribir unos libros de fuego, que corrieran por el mundo como llama viva, prendiendo su luz y su calor en los hombres, convirtiendo los pobres corazones en brasas, para ofrecerlos a Jesús como rubíes de su corona de Rey» ¿Sería demasiado atrevido hablar de «sintonía paulina» como el nervio espiritual que caracterizó el alma de San Josemaría Escrivá de Balaguer, una de las grandes figuras apostólicas del siglo XX?

3. Es verdad que todo cristiano reconocido y proclamado por la Iglesia como Santo pertenece a toda ella, una y única «Comunión de los Santos», de las que es Reina y Madre, María, la Virgen Santísima, la Madre de Dios. Pero también es verdad que los santos son hijos de una Iglesia Particular concreta en la que fueron bautizados, hijos de una familia y de un pueblo con nombres y fisonomías propios. San Josemaría Escrivá fue hijo de la Iglesia que peregrina en España, nació en España, y está unido a ella con unos vínculos de caridad pastoral y de amor sacerdotal únicos, de una vigencia -la de la Gloria- que no cesará jamás. Muchos de vosotros, los mayores, lo habéis conocido y tratado personalmente en vida. Fue un padre que os ha amado y cuidado espiritualmente, con un amor nacido de las mismas entrañas de Jesucristo, en las horas decisivas de la conversión, las de la elección del proyecto de vida y las de la vocación específica dentro de la Iglesia como sacerdotes, consagrados, esposos y padres de familia, laicos en el mundo. Nunca hubo dudas sobre el objetivo final: vuestra santificación a través de todas las circunstancias de la vida, las ordinarias y las extraordinarias. Y nunca fueron equívocas las indicaciones del camino: el de la humilde perseverancia en la oración y la práctica sacramental. El Santo Padre nos lo recordaba con suma y concisa belleza en su Homilía de la Canonización. No cabe hoy por nuestra parte otra actitud ante el Señor, la Iglesia y el Papa que la de la plegaria agradecida y ferviente. ¿Y cómo no os vais a sentir especialmente conmovidos, sin posible parangón, sus hijos e hijas de los primeros momentos de «la obra», fruto y semilla a la vez de sus jóvenes y crucificados afanes apostólicos por abrir en la Iglesia del siglo XXI, la del Concilio Vaticano II, un nuevo surco para la realización de su misión en el mundo de nuestro tiempo? ¿el del acercamiento a todos los fieles cristianos, especialmente a los laicos, del ideal de la vocación universal a la santidad?

Seguro que muchos de vosotros recordaréis las palabras proféticas de estímulo y esperanza cristiana de San Josemaría en momentos difíciles de contradicción y doloroso calvario: «¿Sabéis por qué la Obra se ha desarrollado tanto? Porque han hecho con ella como con un saco de trigo: le han dado golpes, le han maltratado, pero la semilla es tan pequeña que no se ha roto; al contrario, se ha esparcido a los cuatro vientos, ha caído en todas las encrucijadas humanas donde hay corazones hambrientos de Verdad, bien dispuestos, y ahora tenemos tantas vocaciones, y somos como una familia numerosísima, y hay millones de almas que admiran y aman a la Obra, porque ven en ella una señal de la presencia de Dios entre los hombres, porque advierten esa misericordia divina que no se agota».

4. También los jóvenes, incluso los muy jóvenes y los niños -vuestros hijos-, lo conocen, estiman y quieren, como se quiere a un viejo y entrañable amigo -hoy, además, un santo- a través del relato de los recuerdos más preciosos y del ejemplo de sus mayores. Vuestra vida personal, profesional y familiar, marcada por la fe inquebrantable en Jesucristo, por la aceptación de la gracia y la Ley Nueva de su Evangelio, vuestro amor a María, su Madre, y la plena comunión con la Iglesia y sus pastores, los obispos y el Sucesor de Pedro, el Vicario de Cristo en la Tierra, a quien tributáis una especial devoción y afecto filial, constituyen su referencia espiritual viva que los remite a San Josemaría Escrivá. Ellos forman ya esas segundas y terceras generaciones configuradas en su vocación cristiana y apostólica por su rica espiritualidad que hoy se presenta ante la Iglesia Universal con toda su fuerza y atractivo espiritual.

Es obligado destacar de entre ellos a los sacerdotes y fieles de la Prelatura del Opus Dei. A vosotros os toca, queridos hermanos y hermanas, por un intransferible título y exigencia vocacional y eclesial, mantener cada vez más fecundo el carisma de vuestro Fundador y Padre al servicio de vuestros hermanos en la Iglesia y de los hombres de este tiempo, tan hambriento de Cristo y de Evangelio. El Santo Padre nos ha convocado en la «Novo Millenio Ineunte» a adentrarnos sin pausa y sin tardanza por la senda de la vocación a la santidad: «como el Concilio mismo explicó -ha escrito Juan Pablo II- este ideal de perfección no ha de ser malentendido, como si implicase una especie de vida extraordinaria, practicable sólo para algunos «genios» de la santidad, (…) Es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción este «alto grado de la vida cristiana ordinaria» (NMI, 31). ¡Eh aquí vuestro reto de siempre, urgente hoy como nunca, tan certeramente captado en las palabras del Papa como exigencia primordial para la Iglesia que estrena siglo!

5. Nada hay tampoco más apremiante para los católicos de España, en esta encrucijada histórica, que el mensaje «viejo como el Evangelio y como el Evangelio nuevo» (San Josemaría Escrivá) de que todos debemos ser santos, santificando el trabajo profesional y las demás circunstancias ordinarias de la vida, ciertos de que así proyectaremos con nueva y atrayente luz la figura y la verdad de Cristo, el Salvador de los hombres, a todos nuestros hermanos. «Seguir a Cristo: éste es el secreto. Acompañarle tan de cerca, que vivamos con Él, como aquellos primeros doce; tan de cerca, que con Él nos identifiquemos. No tardaremos en afirmar, cuando no hallamos puesto obstáculo a la gracia, que nos hemos revestido de Nuestro Señor Jesucristo» (Amigos de Dios, n. 299).

La clave del futuro para la Iglesia en España es: ¡»Revestirse de Cristo»! volviendo a recorrer el camino de la humildad, de la cruz, del amor a los pobres -los del alma y los del cuerpo-. El camino que se inicia en el recogimiento de la oración, del Tú a Tú amoroso con el Señor, y que fructifica en nueva vida de gracia y santidad por el perdón misericordioso de nuestros pecados, confesados y contritos en el sacramento de la penitencia, y por la oblación sacerdotal y la comunión eucarística de su Cuerpo y su Sangre gloriosos, la que nos dispone y fortalece para el testimonio diario del Evangelio donde quiera que sea. A ese revestirse y empaparse de la gracia y de la ley de Cristo hemos invitado los obispos españoles a todos los católicos en nuestro Plan Pastoral para los próximos cuatro años -«Una Iglesia Esperanzada. Duc in altum»-. Estamos convencidos de que sólo así «evangelizaremos», «de nuevo», como nos lo pide Juan Pablo II. La canonización de San Josemaría es gracia providencial para comprender este camino de la pastoral de la santidad con diligente actualidad.

6. ¡Cuánto lo agradecerán nuestros jóvenes que se debaten entre las dudas sobre el sentido de la realidad y de la propia existencia y las ofertas de modelos de vida falseados por el materialismo y secularismo de moda, inevitablemente egoísta y frustrante; pero que, a la vez, notan el ansia y la moción de la gracia de Dios y de los dones de su Espíritu que les impulsa a la búsqueda de ideales grandes y generosos!

¡Cuánto lo agradecerán todos los marginados de la sociedad: los ancianos abandonados, las familias rotas y maltratadas, los sin trabajo, los inmigrantes explotados, los tristes y afligidos por cualquier causa, los solitarios, los pecadores…!

¡Y cuánto lo agradecería la sociedad española, amenazada por el terrorismo, que comparte el dolor de las víctimas y de sus familiares, y que ve como no cesa de afligir con crueldad inaudita a tantos ciudadanos dentro y fuera del País Vasco, temerosos y angustiados por el peligro diario que corren sus vidas y las de sus familias. Si viviéramos y obrásemos con los mismos sentimientos de Cristo Jesús, se despejaría para España ese horizonte del terror definitivamente. Incluso más, se desvanecerían los peligros de desunión y de mutua insolidaridad, tan poco conformes con las exigencias de la justicia y del amor cristiano, que tanto nos tientan.

7. La canonización de San Josemaría ha encendido para el momento actual de la vida de la Iglesia y de la sociedad española la extraordinaria luz de una figura humana, cristiana y sacerdotal, que supo «revestirse de Cristo» con una sencillez y jovialidad propia de los que saben hacerse y portarse como niños, como «hijos» del Padre que está en los cielos.

¡»Duc in altum» – Mar adentro»! «La redada de peces» será grande; reventará la red. No hay que temer el futuro: «Cristo vive» -insiste el nuevo Santo a sus hijos- «Cristo vive en su Iglesia», «Cristo vive en el cristiano» («es Cristo pasa», u. 102-103) Cristo vive en nosotros, hijos e hijas de la Iglesia en España.

Miremos a nuestra Madre, modelo de correspondencia a la gracia, imitemos su amor al Hijo, amémosla a Ella con ternura filial para «que realizando fielmente el trabajo cotidiano según el espíritu de Cristo, seamos configurados a su Hijo, y en unión con la Santísima Virgen, sirvamos con ardiente amor a la obra de la Redención». Así lo acabamos de pedir en la oración de Colecta de la Misa de San Josemaría Escrivá, Presbítero, que estamos celebrando.

«Si en algo quiero que me imitéis, es en el amor que tengo a la Virgen», repetía nuestro Santo cuando rechazaba con suave firmeza elogios y reconocimiento a su persona. ¡Imitémosle! Porque si así lo hacemos, aprenderemos la lección de la santidad para nuestro tiempo, tal como se desprende del Evangelio vivido por los santos de hoy y de siempre, como San Josemaría Escrivá. En ellos «es Cristo el que pasa».

E incluyamos al Papa en esta oración y acción de gracias eucarística, a Juan Pablo II, su persona, su salud, sus intenciones, con sentimientos renovados de devoción y afecto filial. De nuevo nos ha distinguido a nosotros y a España con un extraordinario gesto de delicadeza paternal, el de la canonización de San Josemaría Escrivá: un Santo español contemporáneo para la Iglesia Universal y para el mundo.

AMEN

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