La Fiesta Mariana de España
Mis queridos hermanos y amigos:
Ayer celebramos en todas las diócesis de España la Fiesta del Pilar siguiendo una más que milenaria tradición de devoción y amor a la Virgen bajo esta advocación tan querida por todos los españoles. En este día también celebra España su Fiesta Nacional recordando sin duda la fecha histórica del descubrimiento de América el 12 de octubre de 1492: un hecho que ha definido como ningún otro la singular y decisiva aportación española a la configuración moderna de la comunidad internacional. Aquel día lejano, hace 510 años, cuando las tres naves colombinas tocan tierra en la que ahora conocemos como la Isla de Santo Domingo, celebraba Zaragoza la Fiesta de su Patrona, conocida y venerada ya en todos los Reinos de España.
Rememorar y actualizar el significado eclesial de la Fiesta de la Virgen del Pilar es siempre de gran provecho pastoral. En este año 2002, en el que la Conferencia Episcopal Española ha aprobado su nuevo Plan de Pastoral -«UNA IGLESIA ESPERANZADA. ¡Mar adentro! (Lc 5,4)»-, parece incluso obligado. Pocos caminos mejores, pastoral y espiritualmente hablando, se podrán encontrar para la renovación de la autenticidad evangélica en el encuentro con el Misterio de Cristo, que el de la memoria de la Evangelización primera de España, enraizada en la fidelidad apostólica y en la ferviente piedad mariana que la ha acompañado. La estampa de María, consolando y animando a orillas del Ebro a Santiago, un Apóstol descorazonado y al parecer derrotado, tal como nos relata la tradición, es todo un símbolo de la importancia decisiva de la Virgen para la fecundidad de la acción evangelizadora entre nosotros desde la primera hora. Por eso España supo siempre acudir a María, su Modelo y Madre y, por ello, fue siempre fiel a la comunión con la Iglesia Universal y su Pastor, el Sucesor de Pedro, viviéndola hacia dentro de sí misma como una comunión en el amor fraterno que se proyectaría luego hacia fuera, a la sociedad y al pueblo, como fuente de unidad y de solidaridad mutua entre todos y bajo todos los aspectos de la vida personal y social.
LA VIRGEN DEL PILAR evoca una historia de una muy temprana aceptación del Evangelio en los tiempos de la «Hispania» romana que fructifica en el nacimiento de numerosas Iglesias Particulares, unidas por el martirio de muchos de sus hijos e hijas y por vínculos estrechos de comunicación y comunión eclesiales, nunca interrumpidos, ni en los momentos de cruz ni en los momentos de gloria -valga la expresión-. La devoción a María alentará ese gran período visigótico de la Iglesia en España que transmite a través de los Concilios de Toledo y de los Padres hispanos de la Iglesia, en forma especialmente genial a través de San Isidoro de Sevilla, luz doctrinal, contribuciones espirituales y litúrgicas y normas pastorales a toda la Iglesia de Europa en el momento crucial de la evangelización de sus nuevos pueblos del norte, del centro y del éste. El amor a la Virgen guiará después a todos los españoles de los nuevos Reinos, que nacen en la encrucijada entre el primer milenio y el segundo milenio, en su propósito de salvaguardar las raíces de la España cristiana en un proceso histórico sin par que suela caracterizarse y designarse como «Reconquista». Y, finalmente, Ella, será la estrella de la Evangelización en esa gran misión americana que da sus primeros pasos, no sin una providencia particular, un día del Pilar.
LA VIRGEN DEL PILAR nos evoca, por tanto, uno de los rasgos más típicos y atrayentes de la vocación específica -llamémosla así- de la Iglesia en España: su vocación misionera. Todas sus grandes empresas misioneras en América, Africa, Asia y Oceanía son compartidas por todas sus Iglesias Particulares. En cualquier frontera de la misión que la Iglesia ha ido abriendo por todo el mundo desde ese año-clave del descubrimiento de América han estado siempre presentes misioneros españoles, venidos desde todas las diócesis de España, para anunciar y testimoniar con sus vidas la Buena Noticia del Evangelio de Jesucristo, el Salvador del hombre.
Hagamos pues hoy de la evocación agradecida al Señor, y de nuestra profesión de amor a María, la Virgen, Madre de Dios y Madre nuestra, súplica y plegaria dirigida a Ella bajo la advocación del Pilar, tan entrañablemente hispana y americana, para que la Iglesia en España sepa renovar su fidelidad y amor a Jesucristo, su Hijo, con tal autenticidad espiritual e ilusión apostólica que florezcan la vida cristiana y el amor fraterno entre sus hijos e hijas y la disponibilidad incondicional para ser fermento de fraterna unidad y solidaridad dentro y fuera de España y muy especialmente para ser testigos del Evangelio a donde la misión de la Iglesia nos llame. Digámosle con fervor, con el Himno de Laudes de su Oficio de la Fiesta del Pilar:
«Tú, la alegría y el honor del pueblo,
eres dulzura y esperanza nuestra:
desde tu trono, miras, guardas, velas,
Madre de España».
Con todo afecto y mi bendición,