Homilía en la Eucaristía de Acción de Gracias

Gozo y acción de gracias por el don de la santidad

Pza. de Oriente, 5.V.03, 19:00 horas

Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:

El gozo vivido y las gracias derramadas ayer en la Canonización de los Cinco Santos españoles, Santos de nuestra época, después del inolvidable Encuentro en Cuatro Vientos del Santo Padre con los jóvenes -«los protagonistas de los nuevos tiempos»- nos reúne hoy en esta Eucaristía de alabanza y gratitud al Señor Resucitado, el Santo de los Santos, el que nos renueva Pascua tras Pascua en las raíces más íntimas de la vocación cristiana nacida en el sacramento del Bautismo en el que hemos muerto con Cristo «al hombre viejo» para resucitar a la vida del «hombre nuevo» en razón del ser cristiano. Por ello «todos en la Iglesia, ya pertenezcan a la Jerarquía, ya sean pastoreados por ella, están llamados a la santidad, según las palabras del Apóstol: ‘Porque esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación’ (1Tes 4,3; cf. Ef 1,4)» (LG, 39). En la vida de los cristianos que siguen fiel y heroicamente a Cristo, la Iglesia florece interiormente como su Cuerpo y Esposa y se manifiesta ante el mundo en la forma más auténtica como ‘un sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano'» (LG 1). La Iglesia adquiere todo su vigor evangelizador cuando ofrece a los hombres testimonios visibles de santidad. El Concilio Vaticano II lo expresaba bellamente: «Dios manifiesta a los hombres en forma viva su presencia y su rostro en la vida de aquellos, hombres como nosotros, que con mayor perfección se transforman en la imagen de Cristo (cf. 2Cor 3,18). En ellos, Él mismo nos habla y nos ofrece un signo de su Reino, hacia el cual somos poderosamente atraídos con tan gran nube de testigos que nos cubre (cf. Heb 12,1) y con tan gran testimonio de la verdad del Evangelio» (LG 50).
La actualidad de la pastoral de la santidad
Juan Pablo II proyecta, con una clarividencia singular, la enseñanza conciliar a las propuestas pastorales de la Iglesia para emprender el camino de la nueva evangelización del hombre en el tercer milenio de la historia cristiana. Sin pastoral de la Santidad, no cuajará nunca la evangelización; en palabras de Santa Teresa de Jesús: «nuestra vida es Cristo, del cual nos vienen todos los bienes» (Moradas quintas, 2,4 y Vida, 22,4). En el mundo de la cultura secularizada y de la visión radicalmente inmanentista y materialista del hombre, sólo valen los testigos insobornables de la fe, de la esperanza y de la caridad de Cristo: los que hacen oblación de sus vidas por Él, con Él y en Él, en las circunstancias ordinarias o por la vía extraordinaria de la consagración explícita a una vida de seguimiento de los consejos evangélicos de virginidad, pobreza y obediencia. En esas vidas brilla el amor al hombre necesitado, pecador, pobre y sufriente, con limpia, desinteresada y plena claridad. El hombre se siente en los santos amado de verdad, amado y salvado por Cristo.
Los nuevo cinco Santos de la España contemporánea
¿Cómo no vamos pues a dar gracias a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo «eucarísticamente» por los nuevos cinco santos que Juan Pablo II ha regalado ayer a la Iglesia y, de un modo muy próximo y significativo, a la Iglesia en España? Pedro Poveda, «el amigo fuerte de Dios», José María Rubio, «apóstol de los barrios de Madrid», Genoveva Torres, «Angel de la soledad», Angela de la Cruz, «la madre de los pobres», María Maravillas de Jesús, hija fidelísima de Santa Teresa de Jesús y fundadora de numerosos carmelos, han sido inscriptos en el Catálogo de los Santos para el bien de la Iglesia y de su misión evangelizadora y para la Gloria de Dios. «Ellos -nos decía el Santo Padre- supieron acoger la invitación de Jesucristo: ‘Seréis mis testigos’ proclamándolo con su vida y con su muerte» ¿Cómo no «dejarnos interpelar por estos maravillosos ejemplos»? Se ha constatado y declarado que han vivido la perfección de la caridad en su tiempo, que es el nuestro, abrazados a la Cruz Gloriosa de Cristo. Como Santa Teresa de Jesús, tan presente en la espiritualidad de todos ellos, vieron y supieron con la sabiduría del Espíritu Santo que:
«En la cruz está la vida
y el consuelo,
Y ella sola es el camino
para el cielo» (Poesías, 8)
Y, por ello, aprendieron a amar a sus hermanos con una generosidad y desprendimiento, con una sensibilidad tan finamente orientada a descubrir las situaciones de más abandono y menosprecio por parte de la sociedad y con tanta sinceridad y limpieza de corazón, buscando su bien integral -del alma y del cuerpo-, que cualquier creyente y aún la persona de buena fe tendrá que buscar una explicación más allá de la capacidad ética y aún religiosa del hombre; tendrá que admitir que obraban así por haberse dejado empapar por el amor del Corazón de Cristo, por haber hecho de su existencia y de sus personas lámparas de Cristo y Templos del Espíritu Santo. La exhortación de Pablo a los Colosenses se plasmó prodigiosamente en sus vidas: «Y, todo lo que de palabra y de obra realicéis, sea todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de Él» (Col 3,17).
Constancia y testimonio de ser «luz del mundo y sal de la Tierra»
La Canonización de los Santos constituye en todo tiempo y espacio histórico la verificación simultánea de que, en efecto, por el don y carisma del Espíritu Santo no han faltado nunca a la Iglesia los discípulos de Jesús que han hecho verdad a través de la comunión eclesial y en medio del mundo «el ser luz del mundo y sal de la tierra» (cf. Mc 5,13); y del modo de serlo, el del seguimiento incondicional del Señor, practicado sin disimulo, no a escondidas sino en todos los ámbitos de la existencia humana, los personales y familiares, los privados y los públicos. Los Santos españoles de ayer domingo no ocultaron su luz -la de Cristo- a sus contemporáneos ni en la Iglesia ni en la sociedad. Sus obras al servicio de la transmisión de la fe, de aliento de la esperanza que tantas almas necesitaban y del amor «cristiforme» que llegó a tantos menesterosos de la salud espiritual y temporal, irradiaron más allá de sus lugares de origen y de la misma España: «donde no había amor, pusieron amor y sacaron amor» (S. Juan de la Cruz, Carta 25). El «buen olor de Cristo» que se desprendía de sus vidas, se difundió en otros países y continentes; trascendió su época y -directa o indirectamente- a través de sus hijos e hijas ha llegado a nosotros, a la Iglesia del siglo XXI, con una fresca y urgente actualidad. Juan Pablo II nos ha regalado con ellos, con su canonización, ejemplos e intercesores luminosos para el itinerario pastoral de la Iglesia Universal en esta encrucijada histórica de plena aplicación espiritual del Concilio Vaticano II, impulsada decisivamente por él, y que avalan tantos signos de nueva vitalidad cristiana y apostólica en un contexto social y cultural, hondamente influido y marcado por la increencia.
Las figuras de los nuevos Santos
Las figuras de los nuevos Santos, que ha recibido ayer la Iglesia de Juan Pablo II en la emocionante celebración de la Plaza de Colón de Madrid, con sus especiales dones carismáticos y sus obras apostólicas, vistos en la perspectiva común de la Iglesia de su tiempo, nos ofrecen hoy la lección del primado de la vida interior y de su fecundidad espiritual y temporal, como lo resubrayaba el Papa en sus palabras a los jóvenes en «Cuatro Vientos».
Desde la Madre Maravillas de Jesús, carmelita contemplativa que en su clausura irradia y promueve con iniciativas de una extraordinaria concreción social el amor a su Esposo, Jesucristo, pasando por la Madre Genoveva Torres, enamorada de la Eucaristía y de la adoración reparadora al Santísimo Sacramento, que rompe soledades y crea espacios de compañía y ternura para tantos mayores; y por Sor Angela de la Cruz, con su corazón y su vida crucificada con Cristo en la Eucaristía, contemplativa del Sagrario, que derrama amor sin medida y sin alardes humanos entre los más miserables; hasta el P. José María Rubio, sacerdote, predicador del Evangelio, confesor y director espiritual de innumerables almas, apóstol de los humildes y del pueblo madrileño; y Pedro Poveda, sacerdote, mártir, que entra de lleno en el campo del apostolado de los sectores populares de la sociedad por la vía de la educación y de la cultura y que no vacila en dar pronto el nuevo y audaz paso de la evangelización de la cultura misma y del sistema educativo español… se puede comprobar y dejar constancia de la perenne vigencia de su fórmula: ir desde el Corazón de Cristo al corazón del hombre y de la sociedad. «Como elegidos de Dios, santos y amados», acertaron con gran sensibilidad histórica en vestirse de la misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión», las virtudes a las que se refería San Pablo en la Carta a lo Colosenses, que acabamos de proclamar (cf. Col 3,12).
Los nuevos Santos: gracia especial del Señor para la Iglesia en España
Pero los nuevos Santos canonizados por Juan Pablo II significan, sobre todo, una gracia especial para la Iglesia en España ante los peculiares retos pastorales con los que se encuentra en este complejo y esperanzador momento de su historia. Ellos nos confirman, en primer lugar, la vitalidad evangélica actual de los grandes caminos espirituales abiertos por el catolicismo español en la historia contemporánea de la Iglesia: han sido especialmente fecundos en el siglo XX y nos son imprescindibles en el siglo XXI, si nos proponemos seria y auténticamente la tarea de la evangelización de la sociedad española. El Papa nos los ha valorado como el patrimonio espiritual y cultural que España ha de aportar a la edificación del futuro de Europa. Y, en segundo lugar, nos aclaran con luz nueva y cercana que ese itinerario de la identificación interior con la Persona y el Misterio de Cristo sigue siendo «la vía real» para la misión: para una Iglesia activa, generosa, universal y evangelizadora, en una palabra: misionera. Además, en las biografías de los nuevos Santos ha jugado, desde que eran niños, un papel decisivo el ambiente de sentida piedad y de sencillo y practicado cristianismo, presente y operante en sus familias bajo la influencia educativa de sus padres. ¡Una lección añadida, permanente y actualísima, aludida por Juan Pablo II, y que no debemos olvidar!
Súplica y acción de gracias
Sintiendo tan de cerca la Virgen, como nos ocurre ahora a nosotros que celebramos esta Eucaristía de Acción de Gracias a la sombra de su Catedral de La Almudena, brotan espontáneos el gozo personal y eclesial y los sentimientos de sincera gratitud al Señor por los nuevos cinco Santos españoles contemporáneos; y al Papa Juan Pablo II, -¡tan de MARÍA!- que ha tenido esa exquisita delicadeza paternal de declararlos y definirlos santos en su tierra natal, en el suelo de España, en ceremonia inolvidable, después de haber invitado a sus jóvenes a mirarse en ellos.
Con Ella, con María, la Madre de la Iglesia y «modelo insuperable de contemplación y ejemplo admirable de interioridad fecunda, gozosa y enriquecedora» (Juan Pablo II en «Cuatro Vientos»), sabremos contemplar y seguir a Cristo como ellos lo hicieron, nuestro nuevos y entrañables intercesores de la Iglesia y del pueblo de España. Sí, por su intercesión maternal, invocada fervientemente por todo el pueblo de Dios, unido al Papa, seguirán «floreciendo nuevos santos» entre los jóvenes de España.
Dejadme finalizar mis palabras con la emotiva oración del Santo Padre por ellos, bella corona del encuentro de «Cuatro Vientos»:
«¡Dios te salve, María, llena de gracia!
Esta noche te pido por los jóvenes de España,
jóvenes llenos de sueños y esperanzas.
Ellos son los centinelas del mañana,
el pueblo de las bienaventuranzas;
son la esperanza viva de la Iglesia y del Papa.
Santa María, Madre de los jóvenes,
intercede para que sean testigos de Cristo Resucitado,
apóstoles humildes y valientes del tercer milenio,
heraldos generosos del Evangelio.
Santa María, Virgen Inmaculada,
reza con nosotros,
reza por nosotros.»

A m é n .

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