“España evangelizadora”
Mis queridos hermanos y amigos:
Los ecos de la Visita Apostólica del Santo Padre, Juan Pablo II, siguen vivos. Resuenan en España y, sobre todo, en Madrid -como no podía ser menos- con una insistencia inusitada. Se oyen en los ambientes eclesiales con cálido y gozoso tono de esperanza, y también en la sociedad, que reconoce la calidad humana y cultural, incluso la belleza de lo vivido en el Aeródromo de Cuatro Vientos durante la Vigilia de los jóvenes y en la Eucaristía de las Canonizaciones de «Colón». Las preguntas se suceden acerca de las huellas pastorales y sociales que hayan podido dejar esos dos días de vivencias espirituales y eclesiales inolvidables, y también sobre sus frutos. Hay coincidencia en hacer votos y formular propósitos de que no se pierda el caudal de gracia recibido. Los Obispos españoles, mediante la Nota del Comité Ejecutivo de la CEE, hemos valorado la Visita del Papa como un verdadero «regalo pascual». Porque, efectivamente, usando una expresión clásica de la teología, lo que nos ha sido dado los días 3 y 4 de mayo a la Iglesia y al pueblo de España fue una gracia externa de excepcional valor pastoral, cauce para una verdadera lluvia de gracia interna derramada sobre las personas y sobre la comunidad. La gracia brota siempre -es verdad- del Misterio pascual de Nuestro Señor Jesucristo, pero en esta ocasión venía especialmente marcada por el gozo jubiloso de Jesucristo Resucitado, el Buen Pastor de nuestras almas, que ha querido renovar «el milagro» de Pentecostés en la España del año 2003.
Hay un pasaje en las palabras de despedida del Santo Padre con el que podría resumirse el fruto eclesial ya recogido y el desafío apostólico y pastoral planteado por su Visita: «¡España evangelizada, España evangelizadora! ¡Ese es el camino! No descuidéis la misión que hizo noble a vuestro país en el pasado y es el reto intrépido para el futuro». Las pronunciaba cuando concluía la solemnísima celebración eucarística de las Canonizaciones de «Colón», antes del «Regina Coeli», según su costumbre habitual de los domingos en la Plaza de San Pedro en Roma. Luego añadiría un cariñoso y caluroso reconocimiento a la juventud española, que había demostrado en la tarde anterior que se podía «ser moderno y profundamente fiel a Jesucristo», y una final y conmovedora expresión de afecto: «Vuelvo contento a Roma. ¡Adiós España!». La emoción no nos cabía en el alma.
España evangelizada. Juan Pablo II nos ha recordado un hecho fundamental en el desarrollo de la historia común de España, siempre conocido y reconocido, pero frecuentemente ignorado y minusvalorado en las concepciones históricas contemporáneas; y, no pocas veces, olvidado en su significado pastoral a la hora de discernir y elegir los caminos de presente y futuro según la voluntad del Señor para la Iglesia aquí y ahora: el hecho incontestable de que España haya sido evangelizada desde los tiempos apostólicos, permaneciendo fiel a la fe católica en la Comunión de la Iglesia con «Pedro» hasta hoy mismo, inspirando y modelando con rasgos propios e inconfundibles la sociedad y la cultura españolas. De «rica herencia espiritual» ha hablado el Papa, de un patrimonio que nos identifica: «La fe cristiana y católica constituye la identidad del pueblo español». Más aún, se trataría de un legado del que los «signos de los tiempos» reclaman urgente actualización hacia dentro y hacia fuera de España por la vía de una nueva evangelización con una valiente y lúcida proyección europea. Sus palabras en Barajas y en «Cuatro Vientos» no pudieron ser más elocuentes: «Ella (María) -les decía a los jóvenes -os enseñará a no separar nunca la acción de la contemplación, así contribuiréis mejor a hacer realidad un gran sueño: el nacimiento de la nueva Europa del Espíritu».
¡Una España evangelizada, fiel a la gracia bimilenaria recibida del Señor por la predicación apostólica de Santiago y Pablo, ha de ser hoy por exigencias mismas del Evangelio una España Evangelizadora!
España Evangelizadora. La intención de Juan Pablo II al refrescar la memoria histórica de nuestro pasado cristiano y católico era evidente. Se trataba de despertar y sacudir nuestra conciencia misionera indicándonos con claridad evangélica las vías y el método de evangelización a seguir en el inmediato futuro. Él mismo nos daba un magnífico ejemplo en sus dos jornadas madrileñas de cómo hacerlo. Ha predicado la Palabra yendo a lo central del Misterio de Cristo; ha ejercido el ministerio sacerdotal en la Vigilia de Oración con los jóvenes y en la Eucaristía del Domingo impregnándolas de una intensa interioridad personal; ha estado al lado de las personas y del pueblo con una cálida y entrañable cercanía, verdaderamente paternal. La canonización de los nuevos cinco santos españoles le sirvió para actualizar el primado de la vida interior y de la contemplación en la misión evangelizadora, explicándolo como la clave esencial para la fecundidad santificadora de la acción de la Iglesia en el mundo. De ahí se concluía la invitación a los jóvenes a ser «operadores y artífices de la paz» en el sentido plenamente evangélico de la expresión, y su llamada a todos los fieles a amar a los pobres con el rigor y la hondura de los nuevos santos, ¿Cabe alguna duda sobre los objetivos pastorales a cubrir? ¿Podremos seguir justificando la cansina rutina de que no se lograr acertar con el contenido y estilo de la nueva evangelización?
Nos encontramos inmersos en la fase preparatoria del Tercer Sínodo Diocesano de la Archidiócesis de Madrid. Su meta es abrir el corazón de toda la comunidad eclesial a la apasionante tarea de una renovada transmisión de la fe a los madrileños; sobre todo, a las jóvenes generaciones. ¡Qué gracia tan extraordinaria, la Visita del Santo Padre en esta coyuntura pastoral! Nos ha iluminado el horizonte y nos ha impulsado a una mayor fidelidad y compromiso con el Señor y con nuestros hermanos. Los jóvenes de Madrid tienen derecho a esperar mucho de nosotros: dedicación sin límites, testimonio de vida cristiana, entrega apostólica.
A la Virgen de La Almudena, nuestra Madre y Señora, se lo confiamos con toda el alma y corazón.
Con mi afecto y bendición,