Un camino de renovación espiritual
Mis queridos hermanos y amigos:
El próximo día 16 de julio celebrará la Iglesia en todo el mundo la festividad anual de la Virgen del Carmen. La devoción a María bajo esa advocación, tan querida por el pueblo cristiano, es universal. En España ha arraigado con una profundidad singular en el alma popular y en los repliegues espiritualmente más finos del corazón de la Iglesia. La Archidiócesis de Madrid verá, sin salirse de los límites de la Capital, cómo la Imagen de Nuestra Señora la Virgen del Carmen recorrerá las calles de los distritos de Chamberí, Carabanchel, Vallecas y Villaverde como coronación solemne de la celebración eucarística en los templos parroquiales donde es objeto de especial veneración. Es de nuevo el pueblo cristiano el sujeto principal de esa recuperación viva y piadosa de esta secular tradición del culto a Nuestra Señora del Carmelo y, justamente, en esta encrucijada histórica del paso a un nuevo siglo y a un nuevo milenio de cristianismo. En este contexto de sencilla devoción popular, planteada sin grandes técnicas y teorías pastorales, se adivinan los signos y la voz del Espíritu que pide a su Iglesia -a pastores y fieles- un discernimiento auténtico y su acogida fiel a la luz del Evangelio y del Magisterio vivo que los aclara y aplica a las nuevas situaciones históricas.
De la Virgen del Carmen, y de la historia y presente de la piedad con que la ha honrado y sigue honrando el pueblo cristiano, se pueden destacar muchos rasgos espirituales, pastorales y apostólicos que revelan su fecundidad sobrenatural en el proceso interior de la conversión de las almas, en la perseverancia en la vida cristiana vista y afirmada con todas sus consecuencias, es decir, como itinerario de santidad, y en el suscitar generosos y decididos compromisos misioneros dentro y fuera de los países de raíces cristianas. Pero hay uno fundamental que está en el mismo origen histórico de su devoción: el de ser la Virgen del Monte Carmelo, el lugar donde culmina la vocación de Elías, como el más ardiente de los profetas de Israel, el celoso de la verdad y de la gloria de Yahvé, frente a todos los ídolos que tentaban y pervertían al pueblo elegido, y cuya victoria se rubrica con la ansiada lluvia que el profeta anuncia como inminente cuando su criado desde la cima de Carmelo ve como “sube del mar una nube pequeña como la palma de la mano” y que se transforma raudamente en lluvias torrenciales que apagan la sed de las tierras quemadas y secas de Israel (1R 18,44-45).
Es el anticipo de la revelación plena del Dios vivo y verdadero, el único que salva al hombre del pecado y de la muerte definitivamente por el Misterio de la Encarnación y la Pascua de su Hijo Nuestro Señor Jesucristo, nacido de las entrañas de Virgen María. Nazareth yace muy cerca del Monte Carmelo. De allí saldría María, una de sus doncellas más humildes y puras, como la nueva nubecilla de Israel, la que en su Virginidad diría Sí incondicionalmente al anuncio del Angel Gabriel que sorpresivamente le anticipa que será la Madre de Jesús, el Hijo del Altísimo, el Salvador. Pronto cuajará en ese lugar una de la experiencias más ricas de la vida y de la oración contemplativa cristianas, la que Santa Teresa de Jesús, quizá su más grande “testigo”, modelará para la Iglesia de todos los tiempos fecunda y bellamente a través de la vivencia radical del “solo Dios basta” inseparable del amor esponsal a Jesucristo, el Crucificado y Glorificado, sentido y ofrecido como una perenne e incondicional oblación: “Vuestra soy, para vos nací, ¿Qué mandáis hacer de mí?”.
La Virgen del Carmen en su Fiesta del año 2003 se alza en la España y en el Madrid que recibió la Visita de Juan Pablo II durante las dos jornadas memorables de su presencia apostólica el 3 y 4 de mayo últimos, como una señal luminosa que invita a reconocer la primacía de la vida interior en la existencia de cada cristiano y en la de cada comunidad cristiana como premisa indispensable de todo empeño evangelizador: como la puerta insoslayable para la nueva Evangelización. Oigamos de nuevo las palabras vibrantes de Juan Pablo II en “Cuatro Vientos” dirigidas con toda intención a los jóvenes de España: “el drama de la cultura actual es la falta de interioridad, la ausencia de contemplación. Sin interioridad la cultura carece de entrañas, es como un cuerpo que no ha encontrado todavía su alma… Queridos jóvenes, os invito a formar parte de ‘la Escuela de la Virgen María’. Ella es modelo insuperable de contemplación y ejemplo admirable de interioridad fecunda, gozosa y enriquecedora”.
Sí, hay que retornar a la Escuela de la Virgen del Monte Carmelo con la oración personal y con la del Santo Rosario, apropiándose el estilo de la contemplación teresiana que madura siempre en sencilla, humilde y auténtica entrega de toda la vida a la causa de la salvación del hombre. Los modelos actuales –¡de hoy mismo!– nos los mostraba el Papa en las Canonizaciones de la Plaza de Colón: Santa María Maravillas de Jesús, Santa Angela de la Cruz, Santa Genoveva Torres, los Santos José María Rubio y Pedro Poveda. Todos han sido discípulos ejemplares de esa escuela carmelitana de la oración contemplativa y, todos, protagonistas insignes y generosos -hasta el martirio- del amor salvador de Jesucristo.
¡Ese deberá ser también nuestro camino si queremos responder verdadera y fructuosamente a lo que nos pide el Señor en esta hora de la Iglesia y de la humanidad! Por él ha de avanzar el III Sínodo Diocesano de Madrid que preparamos con tanta esperanza e ilusión eclesiales. Nos confiamos, y lo confiamos, a la Virgen de La Almudena: Señora del Carmen, Santa María del Monte Carmelo.
Con todo afecto y mi bendición,