Mis queridos hermanos:
La Archidiócesis de Madrid os acoge de nuevo para la celebración de vuestra XI Asamblea que tiene por lema “Iglesia comprometida con la justicia en el mundo obrero”. Contad con la oración de la Iglesia diocesana de Madrid y con la bendición de su Obispo.
Vuestra Asamblea es un acto eclesial que debe abrirse a la acción del Espíritu de Dios con la mirada puesta en las necesidades de los hombres. La Iglesia nació bajo el impulso del Espíritu de Dios y atenta a llevar la salvación de Cristo a los hombres, una salvación que no queda reducida en los límites de lo temporal, sino que los trasciende de forma sorprendente para el hombre, pues es salvación del pecado y de la muerte. Os invito, pues, a situaros en esta perspectiva eclesial desde la cual pueden iluminarse todos los problemas del hombre y de la sociedad y abrirlos a la esperanza del mundo nuevo que ha sido alumbrado en la redención de Cristo. Reducir la misión de la Iglesia al ámbito de lo temporal no sólo lleva consigo el fracaso de la misión sino la desesperanza al no conseguir con nuestros solos medios lo que es don de Dios y gracia de lo alto. Vuestro deseo de “dar respuesta a las dificultades… para ser una comunidad encarnada en la pobreza y debilidad del mundo obrero y desde ahí anunciarle a Jesucristo y a su Iglesia”, se cumplirá plenamente si os situáis en el centro mismo de obra redentora de Cristo, donde Él aparece como justicia (1Cor 1,30) nuestra, es decir, como Aquél que nos ha hecho justos para que seamos, en medio de la sociedad, signo de su justicia salvadora.
I. La Iglesia hace eficaz la justicia de Cristo.
La Iglesia no sólo ha recibido la misión del mismo Cristo sino los medios necesarios para llevarla adelante. La palabra y los sacramentos de la Iglesia hacen eficaz la justicia de Cristo, es decir, salvan al hombre de la esclavitud del pecado y de la muerte, y le otorgan la esperanza de la vida eterna. Cuando la Iglesia habla de justicia no olvida nunca este presupuesto. El hombre es hecho justo por el bautismo y es llamado a una vida digna de hijo de Dios. De aquí nace la pasión de la Iglesia por el hombre, por cada hombre, y el esfuerzo que realiza para que la vida del hombre alcance su dignidad y su meta última. Por eso, todo esfuerzo por solucionar los problemas del hombre, por elevarle a su dignidad inviolable, y por acabar con todas las injusticias que le afligen, nace de la convicción de fe de que el hombre ha sido redimido por Cristo, justificado, y destinado a la gloria.
En este sentido justicia y caridad se dan la mano, se estrechan mutuamente. La misma caridad que nos redime y nos eleva a la condición de hijos de Dios, nos obliga a luchar por la justicia “proyectándonos hacia la práctica de un amor activo y concreto con cada ser humano”. Cuando la Iglesia se compromete con la justicia en favor de los hombres, lo hace alentada por la caridad de Cristo que ha dado la vida por cada hombre y por la humanidad entera. De ahí que el Papa nos recuerde que “nadie puede ser excluido de nuestro amor, desde el momento que ‘con la encarnación el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a cada hombre’”
Esta pasión por el hombre concreto hace que la Iglesia haga suyas todas sus necesidades y defienda como propios sus derechos que son vilipendiados en muchos ámbitos de la vida humana. Como HOAC sois especialmente sensibles al mundo del trabajo, en el que el hombre, llamado por Dios a colaborar en su obra creadora, puede sentirse esclavo más que partícipe del señorío del Creador. “Nuestro mundo, ha recordado el Santo Padre, empieza el nuevo milenio cargado de contradicciones de un crecimiento económico, cultural, tecnológico, que ofrece a pocos afortunados grandes posibilidades, dejando no sólo a millones y millones de personas al margen del progreso, sino a vivir en condiciones de vida muy por debajo del mínimo requerido por la dignidad humana”. Analizar desde la fe estas situaciones que postran al hombre es una tarea de quienes como vosotros trabajáis en movimientos apostólicos que buscan cambiar las condiciones de la sociedad para que el hombre viva su vocación de trabajador sin poner en peligro su dignidad humana, su estabilidad familiar, su responsabilidad al frente de un hogar, y, en definitiva, sus derechos a una vida, cultura y descanso dignos de su filiación divina.
II. Testimonio de la palabra y de la vida.
Vuestra Asamblea debe, por tanto, fortalecer el carisma de la asociación de forma que seáis cada vez mejores testigos de Cristo con la palabra y con la vida. No debéis callar el anuncio del mensaje evangélico en toda su integridad con pretexto de no ser acogido o comprendido. La fuerza de la Palabra de Dios es capaz de superar los obstáculos que existen en el corazón del hombre y en la sociedad. La Palabra de Dios es eficaz por sí misma. Sin el anuncio de la Palabra, las denuncias de las injusticias quedan desprovistas del horizonte salvífico en que debe moverse todo cristiano. Sin anuncio cristiano no hay posibilidad de denuncia cristiana, que invita a la conversión y a la esperanza. Los militantes de la HOAC no son miembros de una empresa, ni activistas de sindicatos, ni meros analistas de la sociedad en que vivimos. Son apóstoles de Cristo y de la Iglesia que viven de la Palabra de Dios y de la Tradición eclesial y se sitúan en medio del mundo como auténticos testigos de la verdad que nos salva.
Por ello, junto a la Palabra, debe darse el testimonio cristiano, para cuya eficacia, dice el Papa, especialmente en estos campos delicados y controvertidos, “es importante hacer un gran esfuerzo para explicar adecuadamente los motivos de las posiciones de la Iglesia, subrayando sobre todo que no se trata de imponer a los no creyentes la perspectiva de la fe, sino de interpretar y defender los valores radicados en la naturaleza misma del ser humano”. Este modo de actuar, que sabe dar razón de la fe y de la esperanza cristiana para las que el corazón del hombre está providencialmente preparado, exige vivir un estilo de vida específicamente cristiano, que todo laico cristiano debe cuidar evitando dos peligros de los que advierte el Papa Juan Pablo II: el de “reducir las comunidades a agencias sociales”, y el de una “espiritualidad oculta e individualista, que poco tiene que ver con las exigencias de la caridad, ni con la lógica de la Encarnación”. Como enseñó con acierto el Concilio Vaticano II, “el mensaje cristiano no aparta a los hombres de la tarea de la construcción del mundo, ni les impulsa a despreocuparse del bien de sus semejantes, sino que les obliga a llevar a cabo esto como un deber”. Salvar estos peligros es fundamental para que la acción de la Iglesia y de las asociaciones que de alguna manera la representan, refleje sin ambigüedad la misión de Cristo y para que los destinatarios de nuestro apostolado se vean llamados también ellos a acoger el Evangelio y la redención de Cristo que los dignifica. Os invito, pues, a examinar, desde esta perspectiva si vuestra militancia en la HOAC camina por estos senderos que el Magisterio de la Iglesia traza con tanta claridad y esperanza. Para ello, es preciso examinarse sobre cómo vive cada uno su previo y fundamental compromiso con Cristo, que es el que nos justifica. Ahondar en los compromisos de vida cristiana no es irse por las ramas, sino asegurar que la justicia de Cristo está actuando en nosotros eficazmente, y que sólo desde esta justicia, podemos ser testigos comprometidos de la justicia social que la Iglesia defiende desde su doctrina nacida de la Revelación de Cristo. Ahondar en los compromisos de vida cristiana significa preguntarse por la llamada a la santidad, fundamento del quehacer eclesial, sin la que toda acción apostólica quedaría desprovista de su último sentido. El testimonio de Guillermo Rovirosa, cuyo proceso de canonización ha sido abierto hace unos días, es sin duda alguna un signo de los tiempos, una llamada de Dios, para descubrir dónde está el fundamento de la acción apostólica.
Sólo me queda desearos una Asamblea fecunda bajo la materna solicitud de María, Madre de Cristo y Madre nuestra, que en Madrid veneramos bajo la advocación de “La Almudena”, y que, junto a José en el taller de Nazaret, vio cómo las manos de Cristo, aprendiendo un oficio, se santificaban con el trabajo cotidiano.
Con todo afecto y mi bendición,