Mis queridos hermanos y amigos:
La intervención quirúrgica a que he sido sometido en el Hospital Gregorio Marañón de Madrid y los días subsiguientes de hospitalización y de recuperación en el propio domicilio se me han ofrecido como un momento excepcional para experimentar la fuerza salvadora y el gozo del amor cristiano: del que tiene como centro y fuente de donde mana a la persona de Jesucristo y el Misterio de su amor misericordioso.
Ya decía inimitablemente Santa Teresa de Jesús:
“Después que se puso en cruz
El Salvador,
En la cruz está la gloria
Y el honor
Y en el padecer dolor
Vida y Consuelo”
Al que sufre, el Señor le da la ocasión de unirse más íntimamente a Él en su Pasión y Cruz para la reparación de esa historia personal de ingratitudes y de alejamientos respecto a Él a la que nadie es ajena. Es una oportunidad de una autenticidad inequívoca para pedir perdón y ofrecer verdadera penitencia por los pecados de la vida pasada y sentirse perdonado: querido con amor misericordioso.
Pero, sobre todo, le permite asociarse a Él en el Misterio de ese amor reparador que es el que verdaderamente salva, cura, consuela y da nueva vida a los hombres hermanos. Para un Obispo constituye una de las mejores pruebas de amor que puede ofrecer a sus sacerdotes y fieles. ¡Una ofrenda de amor sacerdotal y pastoral verdadera! Así lo he vivido y estoy viviendo estos días. El Sínodo Diocesano y, sobre todo, los seminaristas de Madrid han estado muy presentes en mi oración al Señor Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, que aprendió sufriendo a obedecer.
El momento del dolor -de la Cruz abrazada y compartida- es ocasión privilegiada para sentir igualmente el amor de toda la Iglesia que nos rodea, sostiene y acompaña en una de las vivencias más hondas y fecundas de Comunión Eclesial, nacida y alimentada de la Comunión Eucarística. Se llena el corazón de gratitud cuando uno sabe cómo la oración de su Iglesia diocesana de su querido Madrid, de su antigua y no olvidada diócesis de Santiago de Compostela, y de tantas almas y comunidades, especialmente las de la vida contemplativa femenina, queridas y amigas, provenientes de tantas diócesis de España, le ha acompañado fielmente en estos días de prueba y de dolor. ¡Así vive y experimenta la Iglesia el Misterio del Amor de Cristo: del verdadero amor! Verdaderamente me he sentido sostenido y rodeado por el amor cristiano de todos los hermanos que forman esa gran y universal comunidad que es la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y que preside en la caridad el Sucesor de Pedro, Juan Pablo II. A él debo especial gratitud por sus paternales y entrañables palabras de aliento espiritual y de bendición apostólica que me ha hecho llegar. Amor practicado también con fina delicadeza y extraordinaria dedicación por los médicos que me han asistido celosa y abnegadamente, por las enfermeras, siempre atentas y cercanas, y por todo el personal del Hospital Universitario Gregorio Marañón de Madrid. Amor ofrecido y ejercido con abnegación singular por todos los que me son más cercanos de la Casa y Curia arzobispal de Madrid.
Sufriendo juntos, hemos servido juntos al Señor y a su designio de salvación y misericordia para con todos nuestros hermanos. “El dolor es salvífico” enseñaba muy bellamente Juan Pablo II en una de sus más bellas Encíclicas publicadas poco tiempo después de haber sufrido el terrible atentado del 13 de mayo de 1981. También para el Madrid de hoy el dolor, vivido en el Misterio del Amor de Cristo Crucificado, es el que verdaderametne salva. Por supuesto, es el que da valor y consistencia personal y eclesial ¡verdaderamente evangelizadora! a nuestro compromiso misionero en “el Domund” permanente en el que vive y debe de vivir la Iglesia, año tras año.
A la Virgen del Rosario y de La Almudena me he encomendado intensamente estos días desde el primer momento de la preparación y realización de la intervención quirúrgica. No sólo la invocamos como “Salud de los enfermos” y “Consoladora de los afligidos”, sino como Madre de la Esperanza que está a nuestro lado amorosa y tiernamente en la superación de la prueba por excelencia de nuestro amor a su Hijo que es el de nuestra cruz. A Ella os encomiendo de todo corazón.
¡Muchas gracias por vuestra oración!
Con todo afecto y mi bendición,