Mis queridos hermanos y amigos:
Celebramos la Fiesta de la Virgen, nuestra Patrona de La Almudena en un año, el 2004, en el que hemos experimentado de nuevo su protección maternal: sobre la ciudad de Madrid que experimentó una de las tragedias más dolorosas de su historia y sobre todos sus hijos, especialmente las víctimas de la tragedia. Ella nos consoló con su cercanía, como a su Hijo al pie de la Cruz, aliviando sufrimientos, movilizando muchos corazones en la respuesta pronta y, a veces, heroica que fue ofrecida de inmediato por un sinfín de ciudadanos, tocados y conmovidos por los mejores sentimientos, los del amor de Cristo. La Virgen nos unió en una solidaridad, transida de compasión verdadera y de amor mutuo, y acogió en su regazo a todos los que sufrieron el horror de aquellos días, heridos y maltrechos en el cuerpo y en el alma, para despertar y alentar en ellos la esperanza de la gloria de su Hijo Resucitado. María nos dio de nuevo la certeza de que estábamos completando la Pasión de su Hijo para un futuro Madrid, nuevo, iluminado por el triunfo del amor de Cristo y su victoria en la Resurrección.
Esa ha sido siempre la forma como la Virgen de La Almudena ha respondido a las necesidades de sus hijos de Madrid desde aquel lejano año de 1085, cuando el 9 de noviembre, en la Torre hendida de la muralla de la Virgen de la Vega, fue descubierta su imagen por los madrileños que la habían ocultado cuidadosamente para reservarla de posibles profanaciones y que comenzaban a reencontrar con Ella la libertad de su pasado cristiano.
El futuro de Madrid sigue en sus manos, en las de la que vela por nosotros con amor de madre. Madrid constituye hoy una comunidad y espacio ciudadanos que se encuentran en un proceso vertiginoso de crecimiento y expansión económica y tecnológica y de complejo desarrollo social. Los nuevos barrios, la inmigración, las crisis del matrimonio, de la familia y de la juventud… son otros tantos índices de ese nuevo Madrid que ha iniciado con firmes pasos la andadura histórica del Tercer Milenio.
En su fondo está actuando una crisis cultural, humana y espiritual ciertamente común a la sociedad española y europea en general, se suma gravedad en sus contenidos y en sus efectos sobre la vida de los más jóvenes e indefensos, pero que no deja de afectarnos a nosotros con dureza innegable.
Si acudimos a Ella, como lo hicieron nuestros antepasados, con piedad y devoción filiales, la Iglesia y la comunidad de los cristianos de Madrid tomarán conciencia de que deben asumir el futuro como testigos y artífices vivos y auténticos de que en Madrid se sigue acogiendo la Palabra del Evangelio, afirmando el valor insustituible de la Ley de Dios, abriendo las puertas de las personas y de la sociedad a su gracia que actúa a través de la presencia y acción de Cristo y de su obra salvadora en los sacramentos, especialmente en el de la Eucaristía, a través del ministerio de los pastores de la Iglesia; y, de forma muy palpable, mediante el testimonio de vida de todos sus fieles consagrados y seglares, viviendo de y para el ejercicio de la caridad de Cristo entre los madrileños, en el ámbito del matrimonio y de la familia, entre los más pobres y necesitados, entre los niños, a los que no se les deja nacer, entre los enfermos y ancianos a los que se les abandona y se les deja morir… Nuestra petición en su Fiesta de este año debiera ser: que todo madrileño, habitante o transeúnte en nuestra ciudad, pueda encontrar y experimentar la cercanía de Jesucristo, que sepa que en Madrid hay “casa y morada de Dios”, para el hombre.
¡Imitémosle a Ella, firme y sin vacilar al pie de la Cruz de su Hijo! Así no nos perderemos por los falsos caminos de la ignorancia de Dios, del olvido de nuestras raíces cristianas, de la soberbia displicencia ante las exigencias morales del Evangelio con lo que se evitará que no se pierda o diluya en nuestro querido Madrid la presencia de Dios con los hombres” y no cambiemos “su morada” entre nosotros por campos de luchas y de competencias egoístas en los que pierde siempre el hombre: su salvación, su destino temporal y eterno…, la posibilidad de conocer y vivir a fondo la experiencia del verdadero amor…: la paz.
En esta su Fiesta del año 2004 pidámosle a Nuestra Señora de la Almudena que vaya delante de nosotros como “Estrella de la Evangelización” en estos momentos de la etapa final del Sínodo Diocesano que estamos a punto de iniciar. ¡Que surjan en Madrid muchos jóvenes, peregrinos y testigos de Cristo y de su Evangelio, dispuestos a anunciarlo por todos los caminos de la vida: en el propio Madrid, en España, en Europa y en el mundo entero.
En esta Fiesta suya, tan enraizada en el alma de los madrileños, alegrémonos de nuevo con Ella, la Hija de Sión, la elegida por el Padre para ser Madre del Hijo, Jesucristo, llena del Espíritu Santo, la que está en medio de nosotros, querida y venerada por su pueble, a fin de que la Archidiócesis de Madrid, sea cada vez más auténticamente “Morada de Dios con los hombres” entre los ciudadanos de Madrid y que lo sea siempre.
Con todo mi afecto y mi bendición