Peregrinación de la C.E.E., 26.XI.04
1. Los Obispos españoles al finalizar los trabajos de la Asamblea Plenaria de la CEE de otoño, cuando declina ya el Año Santo 2004, el primero del Tercer Milenio, venimos en peregrinación al Sepulcro del primer Evangelizador y Patrono de España para implorarle su patrocinio sobre nuestras Iglesias diocesanas, la CEE y nuestro propio ministerio de Pastores de la Iglesia que peregrina en medio de las gentes y pueblos de esta tierra que acogió tan tempranamente la Buena Nueva de la salvación, unidos con vínculos de obediencia filial al Cabeza del Colegio Episcopal, al Obispo de Roma, el Sucesor de Pedro, Juan Pablo II, en vísperas de la próxima Visita “ad limina” que iniciaremos el próximo mes de enero.
2. Peregrinos ya en lo que va de Año Jubilar con nuestras comunidades diocesanas o nuestros jóvenes en la peregrinación europea del pasado verano, inolvidable por tantos conceptos, reiteramos hoy, unidos fraternalmente en el marco de nuestra Conferencia Episcopal, el propósito de una renovada conversión personal, reconociendo nuestras debilidades y pecados y buscando por la súplica e intercesión de Santiago nuevo vigor y gracia del Espíritu Santo para renovar nuestro servicio apostólico a las Iglesias Particulares de España, en comunión con la Iglesia Universal.
3. Pedimos al Apóstol, iniciador de la sucesión apostólica a la que, por la gracia de Dios, damos continuidad, nos empuje a un renovado testimonio y anuncio de Jesucristo, el Redentor del hombre, lleno de fidelidad y autenticidad apostólica y de frescura espiritual. Comienza también a ser necesario entre nosotros un primer anuncio del Evangelio ante el ambiente de total abandono de la fe en el que viven no raramente familias y lugares de España de toda condición social. También lo piden los nuevos hermanos que por la inmigración llegan cada vez en mayor número a nosotros. Que nos anime y dé fortaleza para enseñarlo en su integridad, aun a costa de las incomprensiones del mundo e, incluso, de algunos hijos y hermanos nuestros. Que nos anime igualmente a cumplir con nuestras vidas y con nuestro servicio pastoral a nuestras comunidades diocesanas lo que nos proponemos en el vigente Plan Pastoral de la Conferencia Episcopal Española: ofrecer a Cristo y entregarlo a nuestros diocesanos, a todas nuestras comunidades cristianas, en todo lo que significa de Camino, Verdad y Vida para el hombre, renovadamente, “remando mar adentro”, revitalizando la esperanza. ¡Que efectivamente la Iglesia en España ante los nuevos retos de la cultura actual, tan tocada de la opción por la muerte entre nosotros y en toda Europa, aparezca como una Iglesia esperanzada que sabe comunicar y difundir la verdadera esperanza: la que brota y se alimenta del Evangelio de Jesucristo! ¡Que no olvidemos que este testimonio del Evangelio de la Esperanza lo esperan y necesitan especialmente nuestros niños y jóvenes y sus familias! Así, a través del tejido vivo de la experiencia de vida y amor que difunden los matrimonios y las familias cristianas, toda la sociedad se contagiará del mensaje y del vigor propio del Evangelio de la Esperanza. Podrá respirar de nuevo verdadera esperanza para el presente y futuro de España y de Europa.
4. Y que no permita que pasemos por alto o descuidemos la gran prioridad pastoral que tanto y tan ardientemente nos recordaba Juan Pablo II como de máxima urgencia ante el Nuevo Milenio por el que ha comenzado a transitar la humanidad: el primado de la Pastoral de la Santidad. Sólo volviendo a emprender el camino de una vida cristiana comprendida y llevada a toda nuestra experiencia personal y social con todas las ricas exigencias del Evangelio de la Ley de Dios y de las Bienaventuranzas, nacida y cultivada desde lo más hondo de la acogida a la gracia, volverá a resplandecer la fuerza y la verdad del amor que nos salva. ¡Nuestros contemporáneos, especialmente los más necesitados, ansían encontrar a alguien que les guíe y les ame de verdad, misericordiosamente, como Cristo les ama desde la Cruz y la Eucaristía! El Año Santo, siempre año de gran Perdonanza, nos conduce esta vez, a través del Sacramento de la reconciliación y de la penitencia, a un Año de la Eucaristía para que podamos beber en ese Sacramento Admirable sobreabundantemente las aguas del perdón y de la misericordia, de la gracia y de la vida nueva, de la justicia, del amor y la paz que brotan incesantemente del Corazón de Jesús Sacramentado.
5. Que Santiago, que tuvo que acudir a “la Escuela de María” de nuevo en situación desesperada ante el rechazo de su predicación, según nos cuentan al unísono la tradición jacobea y la del Pilar de Zaragoza, nos ayude a convencernos de que sólo en esa “Escuela”, como recordaba el Papa a los jóvenes venidos de todos los rincones de la geografía patria para el encuentro de “Cuatro Vientos”, los pastores y fieles de la Iglesia del siglo XXI en España podrán aprender de nuevo cómo se conoce a su Hijo, cómo se le mira, cómo se contemplan los Misterios de su Vida, Muerte y Resurrección, cómo se le ama y cómo se alcanza amor y cómo de nuestro amor sacan amor: la sociedad, nuestros conciudadanos, el mundo.
6. ¡Santiago Apóstol, Patrono de España, que la guiaste en el segundo Milenio de nuestra Era por el camino de la fe cristiana y de la Comunión en la Iglesia Católica con una fidelidad y entrega al Evangelio sin vacilación alguna , y que la hizo fructificar de forma esplendorosa en una rica y casi única historia de innumerables Mártires y Santos y en una pléyade inmensa de misioneros y evangelizadores que engendraron para Cristo y para la vida cristiana a pueblos y continentes, ayuda a estos Obispos, Pastores hoy de la Iglesia de España, débiles y pecadores, a una entrega de sus personas y de su ministerio, hasta gastarse y desgastarse por Cristo, el Señor y Buen Pastor, dando la vida, si es preciso, por Él y por la salvación de los hombres sus hermanos!
¡Santiago, Patrono nuestro, y Abogado de los pueblos de Galicia, válenos en nuestra oración a Santa María, la Madre de España para que nos asista en la tarea de la nueva Evangelización, para que la fe católica, que fue la semilla y savia espiritual, moral y humana, más decisiva en la configuración de su cultura, de sus costumbres, de su historia y de su alma, prenda y arraigue, con no menos vigor que en sus antepasados, en el corazón de sus jóvenes generaciones!
¡Santiago: Paz y Bien para nuestras comunidades diocesanas; Paz y Bien para España!
Amén.