Un año después.
Mis queridos hermanos y amigos:
El próximo viernes, día 11 de marzo, se cumplirá un año del terrible atentado terrorista perpetrado en las estaciones de Santa Eugenia, el Pozo del Tío Raimundo y Atocha de nuestra querida ciudad de Madrid. No era desconocida para los madrileños la cara siniestra del terrorismo, cuyos horribles zarpazos habían sufrido con demasiada frecuencia en la carne y en la vida de muchas de sus familias, de amigos y conocidos. Con todo, lo acontecido aquél trágico 11 de marzo del pasado año sobrepasaba con creces lo vivido y padecido hasta ese momento: por el número de víctimas -ciento noventa y dos muertos y más de mil heridos- y por la perfidia y crueldad suma con las que se programó y ejecutó la acción terrorista. Trenes y estaciones abarrotadas de la buena gente de Madrid y de sus alrededores que acudían a sus lugares habituales de trabajo y de estudio en el amanecer de un día laborable como tantos otros, con la preocupación y la ilusión de todos los días, pensando quizá en Dios, fueron el lugar escogido por los terroristas para la colocación y la explosión de las mochilas-bombas que iban a sembrar de sangre y de muerte la jornada madrileña. Madrid se estremeció y conmovió de dolor. Los sentimientos de compasión y solidaridad afloraron de inmediato en forma extraordinariamente generosa. La sociedad reaccionó y respondió como una familia que se une ante una tremenda desgracia cuando le toca a alguno o a muchos de sus hijos, como sucedía en este caso. Todo el mundo estuvo en su puesto a la hora de la ayuda pronta y sacrificada a los afectados y a sus familiares. La respuesta de la ciudad y de la comunidad quedaba envuelta desde las primeras horas de la mañana en un verdadero clima de oración.
Al atardecer de la trágica jornada las Iglesias de Madrid y, en especial, la Catedral de Nuestra Señora de La Almudena, nuestra Patrona y Madre, acogía a numerosísimos fieles de toda edad y condición social para la celebración de la Eucaristía, fuente y momento culminante de la oración cristiana por los fallecidos, los heridos y por los familiares que en aquellas horas de la noche, sumidos en la angustia, buscaban afanosamente, todavía, a sus seres queridos desaparecidos, tratando de identificarlos en unas condiciones de extraordinaria crudeza y de impacto humano y espiritual dolorosísimo. La oración de la comunidad diocesana, presidida por sus pastores, unida a la oblación de Cristo en la Cruz, se alzó como un clamor en el cielo de Madrid. ¿Cómo responder de verdad y con la verdad, con la justicia y la caridad, al formidable y brutal desafío ante el que nos había colocado la fuerza devastadora del pecado y de la refinada malicia, cínica e insuperablemente desatada, de unos asesinos sin alma y sin entrañas a los que inspiraban tal desprecio del hombre y de su inalienable dignidad y una tan radical ofensa de Dios?: llenando el corazón de la fuerza de su gracia y de la justicia y misericordia que brotan del Corazón de Cristo Crucificado y Glorificado. ¿Quién sino podía sostenernos sin desmayo y animarnos a permanecer firmes y entregados al lado de los destrozados y de los afligidos, dispuestos en todo momento a compartir el sacrificio, el servicio y la ayuda fraterna, material y espiritual que reclamaban los afectados? Porque, ciertamente, sólo mirándole a Él clavado en la Cruz, se siente uno conmovido hasta el fondo del alma y con fuerzas para pedir por la conversión de los terroristas y sus cómplices y para que cese para siempre la plaga horrorosa del terrorismo en Madrid, en España y en el mundo. Sí, había que acudir al Señor e inclinar el oído a su palabra y a la voz de su Espíritu, humildes y convertidos en nuestro interior, con la plegaria en los labios y en el corazón, si queríamos sinceramente encontrar el camino y el horizonte de la esperanza que no defrauda, la que se alimenta del conocimiento y de la experiencia de la Pascua Gloriosa del Señor y, por ello, vive de la certeza del triunfo indefectible de la cultura del amor y de la vida.
Y también es necesario hacerlo hoy cuando se aproxima la fecha del 1er Aniversario del más horrible atentado sufrido por la ciudad de Madrid a lo largo de toda su historia. Es preciso insistir en la plegaria por los fallecidos, víctimas de las bombas asesinas: ¡que el Señor les haya abierto las puertas de la Gloria!; más aún ¡que haya incorporado su muerte, sacrificada tan perversa y demoníacamente por los terroristas a su Cruz, como una ofrenda de amor penitente y misericordioso, a fin de completar los dolores de su Pasión por la salvación de los hombres, especialmente los de nuestro tiempo: en Madrid, en España, en Europa y en el mundo entero! Nuestras súplicas han de dirigirse también al Señor por los heridos: ¡que Él quiera concederles la plena recuperación física y psíquica de su salud dañada tan profundamente en no pocos casos por los secuelas del atentado!, ¡que ellos descubran también en medio de su pavorosa experiencia una oportunidad de la gracia para comprender y vivir más profundamente el misterio del amor de Cristo Crucificado! Y, por supuesto, hemos de pedir por los familiares de las víctimas -de los fallecidos y heridos- para que no carezcan de esa fortaleza interior que permite vivir las situaciones más doloras de la vida, solos o junto con nuestras personas más queridas, compartiendo la Cruz que nos redime y salva: a nosotros y a todos los hombres, nuestros hermanos.
Suplicando, según la fórmula de San Francisco de Asís, “paz y bien” para Madrid, para España y para el mundo, confiamos nuestras plegarias a la intercesión amorosa de la Madre, María, Nuestra Señora de La Almudena, Madre del Señor y Madre nuestra, Virgen Dolorosa “Vida, Dulzura y Esperanza Nuestra”.
Con todo afecto y mi bendición,