Ultima etapa de un camino de esperanza
Mis queridos hermanos y amigos:
Coincidiendo con el inicio del año escolar, comenzamos el curso pastoral, 2005-2006, con el gran y gozoso objetivo de la aplicación del III Sínodo Diocesano cuyos trabajos concluían al final del curso pasado con la presentación de las propuestas de la Asamblea Sinodal al Obispo Diocesano para su aprobación y puesta en práctica. El Sínodo en todas sus fases había constituido un verdadero acontecimiento eclesial, es decir, una experiencia de una presencia y acción del Espíritu Santo, del Espíritu del Señor que guía e impulsa a su Iglesia, en lo más hondo de la realidad espiritual y humana de la comunidad diocesana de Madrid, extraordinariamente singular, de tal intensidad interior y de tal impulso y frescura apostólica que avalaba con la verdad de los hechos y los momentos sinodales vividos el aliento y lema con el que lo habíamos iniciado hace poco más de tres años: “En Madrid alumbra la esperanza”.
Así se vivió el proceso preparatorio en los innumerables grupos que estudiaron los cuadernos de trabajo en un ambiente de oración y de apertura a la Palabra del Señor, escuchada en la Iglesia, que invitaba constantemente a la conversión personal y comunitaria. Y así se llevó a término en la Asamblea Sinodal, en la que la oración y examen de conciencia diocesanos cuajaron plenamente en un valiosísimo cuadro de proposiciones encaminadas a que la Iglesia y sus hijos e hijas en Madrid se renueven tan auténticamente en la fe y en la vida cristiana que no solamente se hagan más capaces en lo humano, sino que, sobre todo, estén más dispuestas y entregadas en lo divino para ser testigos y transmisores del inmenso don de la Fe en Jesucristo, el Redentor del hombre, a todos los madrileños, especialmente a las jóvenes generaciones. La Eucaristía final de la víspera de Pentecostés, víspera igualmente este año de la Fiesta de San Isidro nuestro Patrono, abrió el corazón a la Acción de Gracias al Señor, muy cerca de la Virgen de La Almudena, con una emoción no disimulada y compartida por todos los sinodales y que tendía a ser comunicada y transmitida a todos los hermanos y hermanas de la Iglesia y de la sociedad de Madrid. Es más, buscaba expresarse y fortalecerse en su autenticidad católica y apostólica poniendo las propuestas sinodales en comunión filialmente obediente con el Santo Padre, el Pastor de la Iglesia Universal. Nuestra peregrinación a Roma, de los días dos al cuatro de julio pasados, nos conducía en primer lugar a los lugares apostólicos por excelencia, la Basílica de San Pablo Extramuros y la Basílica de San Pedro, en donde se encuentran los sepulcros y reliquias de los Príncipes de los Apóstoles, señas inconfundibles de su testimonio del Señor Jesucristo, sellado con su sangre y normativo para todos los tiempos y lugares en donde se anunciaría y propagaría el Evangelio. Y nos llevaba, finalmente, al encuentro con quien es hoy “Pedro”, con el Sucesor de Pedro en nuestro tiempo, el Papa Benedicto XVI. Sus palabras densas de contenido, sencillas y fluidas en su expresión, cálidas en el aliento pastoral y apostólico que nos querían comunicar, nos permiten abordar con lucidez teológica y con acierto evangelizador la última tarea sinodal todavía pendiente y, con mucho, la más importante: la de llevar a la práctica en la vida de toda la comunidad diocesana y en la de cada uno de los cristianos de Madrid lo que el Señor nos ha querido decir en el III Sínodo Diocesano, lo que espera de nosotros a partir de ahora mismo en la renovación de la profesión, vida y testimonio de nuestra fe en El y en la realización de toda nuestra existencia. Se trata de la autenticidad cristiana de nuestras palabras y de nuestros comportamientos cristianos. Si se comprenden y plasman como un nuevo capítulo de la historia de la santidad en Madrid, entonces el rostro de Cristo y la luz del Evangelio brillará y atraerá a los madrileños con un nuevo y fascinante resplandor.
Estamos preparando ya el documento de las constituciones sinodales y los decretos que las apliquen. Dios mediante, en la Solemnidad de nuestra Madre y Señora, la Virgen de la Almudena, Patrona nuestra, en el marco de la celebración eucarística de la Plaza Mayor el próximo día 9 de noviembre, las promulgaremos en la presencia de los Señores Obispos Auxiliares, del Presbiterio y de todo el Pueblo de Dios. Y, confirmados por la inolvidable experiencia de la peregrinación a Colonia y de la participación en los actos de la XX Jornada Mundial de la Juventud con el Papa, nos aprestamos ya, extrayendo frutos vivos y gozosos de nuestra experiencia pastoral del III Sínodo Diocesano de Madrid, a preparar una gran misión juvenil que invite a todos los jóvenes de nuestra Archidiócesis −¡a todos los jóvenes madrileños!− a mirar a la estrella que les guíe hasta el Portal de Belén, para que puedan encontrar y reconocer en el Niño, en Jesucristo, a Aquel que les salva, ¡el único que les puede salvar!; dispuestos a adorarlo. Y conscientes además de que en la familia, fundada en el verdadero matrimonio, se juega su futuro y el futuro de toda la sociedad, y sabiendo de la delicada situación que está atravesando, le dedicaremos el próximo curso también toda nuestra ayuda, cuidado y celo pastoral en sintonía con el anuncio del III Encuentro Mundial de las familias que tendrá lugar en Valencia del 4 al 9 de julio del próximo año.
Nuestra Madre, la Virgen María de La Almudena, nos está animando fina e insistentemente: ¡adelante! ¡no tengáis miedo!; “quien deja entrar a Cristo en la propia vida −nos lo decía Benedicto XVI en Colonia− no pierde nada, nada, absolutamente nada de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren de par en par las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera”.
A Ella nos encomendamos de todo corazón en esta etapa última del camino de esperanza que hemos emprendido con nuestro III Sínodo Diocesano de Madrid.
Con todo afecto y mi bendición,