Al comienzo del año escolar 2005/2006
Mis queridos hermanos y amigos:
La familia, ¡la verdadera familia! se encuentra al comenzar el curso 2005/2006 en el epicentro de los problemas sociales y eclesiales de más perentoria actualidad. El III Sínodo Diocesano de Madrid se hacía eco insistente de su valor insustituible en todo el proceso de la fe y de la experiencia cristiana y de los retos ante los que la colocan al unísono las corrientes culturales más poderosas social y económicamente hoy día y la actuación política y jurídica de las instituciones del Estado. Desde hace ya tiempo, casi inadvertidamente, ha ido germinando en amplios sectores sociales una ideología relativista sobre la familia, producto de la llamada “teoría de género”, que ha cuajado en una verdadera cultura antifamiliar en el fondo de lo que propugna y en los programas que trata de imponer en los campos de la educación, de los medios de formación de la opinión pública y del ordenamiento jurídico. Si se vacía de su sentido constitutivo el matrimonio y se le niega su identidad esencial de unión del varón y de la mujer en el amor para hacerlo fuente de nueva vida y se le desvincula de la familia como su núcleo configurador, se está minando el principio antropológico y ético que la sustenta y dañando gravemente los fundamentos de la sociedad. Esto es lo que está sucediendo actualmente con nuestra legislación sobre el matrimonio. ¿Dónde y cómo se va a poder vivir el encuentro del amor personal, fiel, gratuito y entregado en cuerpo y alma, fecundo en el don de los hijos, sino en la familia fundada en la comunión de vida entre el esposo y la esposa? Y, desde la visión cristiana del hombre, habría que añadir ¿y dónde y cómo se puede acoger el don de la fe y de la vida cristiana y transmitirlo a las nuevas generaciones fiel e íntegramente −¡experiencialmente!− si no es en le seno de una verdadera familia?
El vacío humano y espiritual que resulta de la destrucción de la familia en la existencia de los más indefensos, de los niños y de los jóvenes, suele ser procurado y buscado tenazmente por aquellas fuerzas sociales que pretenden ocuparlo desde el poder con el objetivo del domino y manipulación personal y comunitaria del hombre en contra de su conciencia libre y de su relación con Dios. En la historia moderna −paradójicamente colocada bajo el signo de la Ilustración− se ha producido siempre una coincidencia: la de la relativización ética y religiosa del matrimonio con los proyectos de estatalización del sistema educativo, alentados siempre por una secularización radical que conduciría luego, no pocas veces, al totalitarismo ideológico y político. La historia del siglo XX europeo lo confirma dramáticamente. Un siglo más tarde, hoy, su recuerdo recobra actualidad dolorosamente sorprendente en España.
Ante el fenómeno de la cultura antifamiliar que intenta imponerse en las convicciones y en las costumbres sociales urge tomar conciencia de las responsabilidades que incumben a la Iglesia en su conjunto y a todos los cristianos de promover con un nuevo impulso apostólico y con un decidido empeño pastoral la cultura de la familia en todos los ámbitos de la vida humana. No se trata sólo de conservar el patrimonio personal y social más valioso que hemos heredado de nuestros mayores ¡una de las mejores herencias que nos ha legado la historia espiritual y social de España!; sino, además de abrir el camino plenamente humano para un futuro de desarrollo y de prosperidad digno de la persona humana, creada a imagen de Dios y llamada a la filiación divina. Del bien y de la verdad de la familia aceptada y promovida sin fisuras por todos los cristianos va a depender el futuro de todos nosotros en la Iglesia y en la sociedad española.
No hay pues tiempo que perder para actualizar e intensificar la pastoral familiar en nuestra Archidiócesis de Madrid. Constituye uno de sus retos principales en el gran marco de la asimilación interior y de la aplicación práctica de las constituciones sinodales. Las familias deben de encontrar en las comunidades parroquiales de Madrid y en los movimientos y asociaciones eclesiales comprensión y acogida activa en sus necesidades espirituales y materiales y el protagonismo que les corresponde en todo el proceso de la transmisión de la fe de sus hijos y en la configuración real y compartida del amor cristiano en la comunión de la Iglesia. La preparación de los jóvenes para el Sacramento del matrimonio ha de insertarse con mayor lucidez catequética y pastoral entre los objetivos prioritarios de nuestra acción pastoral del próximo curso. Y, por supuesto, toda la comunidad diocesana habrá de arropar a las familias en todo el debate social planteado hoy en España, tan hostil en sus términos culturales y políticos para el ejercicio de su misión en condiciones de libertad y de apoyo solidario por parte de la sociedad y del Estado. Todas las grandes preocupaciones que embargan hoy a las familias han de ser nuestras preocupaciones pastorales preeminentes en este curso, desde las más íntimas como con las relacionadas con su estabilidad y felicidad personales hasta las más externas y materiales como el trabajo, la profesión y el acceso a la vivienda, pasando por la garantía del derecho a ser los primeros educadores de sus hijos en casa y en la libre elección de la forma de su educación moral y religiosa. El Encuentro Mundial de las Familias del próximo verano en Valencia significará sin duda alguna un estímulo y un valiosísimo apoyo apostólico para estos afanes.
A la Virgen de La Almudena confiamos las familias de Madrid y todos los jóvenes madrileños que se encuentran ya en la etapa última de preparación para el matrimonio, del verdadero matrimonio, del que se celebra delante de Dios y de la Iglesia ¡Quiera Ella alentarles, mantenerles en su noble propósito y animarles a formar hogares, santuarios del amor y fuentes generosas de la vida!
Con todo afecto y mi bendición,