El anuncio y la propuesta de Cristo para los jóvenes de Madrid hoy.
Mis queridos hermanos y amigos:
Las generaciones jóvenes son la semilla del futuro: del futuro de la Iglesia y del futuro de la humanidad. Nos es esta una afirmación para halagar vanidosamente a los jóvenes. Es la constatación de esa condición de peregrinos de la vida, propia de la existencia terrena del hombre, que va labrando su destino a través de la historia generación tras generación: una historia que va mucho más allá que el horizonte puramente temporal que nos marca la aparentemente hora final de nuestra existencia. En realidad todos, cada uno de nosotros y toda la humanidad, caminamos hacia la Casa del Padre, buscando la felicidad verdadera, sin recortes ni de tiempo ni de espacio, ni de contenidos: ¡plena! ¡eterna! Es un empeño por un lado personalísimo: nadie puede ser sustituido por otro en el sí de la libertad al don de la gracia y de la salvación; pero, por otro, en ese sí es imprescindible, para que pueda ser realizable y auténtico, integrar la voluntad activa y cooperante para que el sí propio, vaya acompañado del sí a ser posible de todos, de modo que la voluntad de Dios, el amor de Cristo, se haga todo en todos.
En esta historia de dejarse empapar de ese Amor que nos salva, personal y comunitariamente, le corresponde a los jóvenes, o lo que es lo mismo, a la persona en la etapa juvenil de la vida, una responsabilidad y un papel decisivo: el de ser los protagonistas de la renovación permanente de esa historia de amor misericordioso en el itinerario de la humanidad en los distintos lugares y en las diversas épocas, donde éste se desenvuelve. Esta historia sólo se hace accesible por la apertura de la fe a esa presencia amorosa de Dios que se ha revelado y dado definitiva e insuperablemente en Jesucristo, con Jesucristo y por Jesucristo. ¡Fuerte, bello y fascinante reto para los jóvenes! Especialmente para los jóvenes cristianos de Madrid que han conocido por la “tradición” de sus mayores a Cristo, el Redentor del hombre, en la totalidad y plenitud de la Iglesia Católica, en la que han nacido por el Bautismo desde cuando eran niños. Es el reto formidable de mantener creativa y apostólicamente viva la transmisión de ese don de la Fe a las actuales generaciones y a las futuras de esta comunidad humana de Madrid, por tantas razones tan compleja y tan admirable. Son muchos los rasgos positivos −apertura generosa, capacidad de acogida, sensibilidad para la solidaridad y para la alegría y religiosidad viva…− que la distinguen entre otras comunidades de España, aunque también se encuentra profundamente afectada por el dolor, el sufrimiento y las necesidades personales y familiares de muchos, sin excluir los problemas de convivencia difícil y de comprensión costosa entre sus jóvenes: una juventud económica, social y culturalmente cada vez más cosmopolita y plural, a donde ya no llega muchas veces la voz del Evangelio y la cercanía palpable del amor cristiano. ¡No hay duda! También vale para Madrid, especialmente para su juventud, el diagnóstico que la Exhortación Postsinodal de Juan Pablo II del 2003 “Iglesia en Europa” hacía de la sociedad europea de comienzos del Tercer Milenio: “en varias partes de Europa se necesita un primer anuncio del Evangelio: crece el número de las personas no bautizadas, sea por la notable presencia de emigrantes pertenecientes a otras religiones, sea porque también los hijos de familias de tradición cristiana no han recibido el bautismo… Además, por doquier es necesario un nuevo anuncio incluso a los bautizados” (EE 46, 47) “La dictadura del relativismo” −en frase clarividente de Benedicto XVI− ha alcanzado también de lleno a la sociedad madrileña y asedia especialmente a sus jóvenes generaciones. A la cultura de la increencia sigue siempre, inexorablemente, la cultura de la desesperanza.
La experiencia de nuestros programas pastorales orientados desde el inicio hasta hoy mismo a “evangelizar en la comunión de la Iglesia” nos urge a un compromiso pronto y valiente de anunciar el Evangelio y proponer la nueva vida que nace del conocimiento existencial de Cristo y del encuentro con Él muy especialmente a los jóvenes de Madrid. Formulados en sintonía plena con las llamadas de Juan Pablo II a “una nueva evangelización”, culminaron en todo el proceso sinodal de examen de conciencia y de reflexión eclesial hecha en común a la luz de la Palabra de Dios y atentos a la voz del Espíritu, en un ambiente eclesial de oración de toda la comunidad diocesana en torno a nuestra responsabilidad de la transmisión de la fe. Con un primer resultado evidente: ¡el III Sínodo Diocesano de Madrid nos impulsa a la acción misionera entre los jóvenes!
“La misión” dispone de un modelo insuperable y siempre actual, la misión apostólica, modelo, en realidad, imprescindible, que nace a la historia el día de la Ascensión con el mandato y envío del Señor a los Doce de predicar y de bautizar a todas las gentes en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, e inicia su andadura el día de Pentecostés cuando Pedro sale del Cenáculo con los otros Apóstoles y anuncia al pueblo, que atónito lo oía hablar en varias lenguas, que Jesucristo, a quien habían matado clavándolo en un madero, había resucitado: era el Señor, el Salvador. Los que creyeron y se bautizaron fueron reuniéndose en torno a la enseñanza de los Apóstoles y “la fracción del pan”. ¡Nacía un nuevo Pueblo! ¡Nacía la Iglesia, germen de la nueva y definitiva humanidad! El modelo está claro y el lugar y el marco espiritual para recrearlo y vivirlo en nuestra comunidad diocesana, también; y no es otro que el del Cenáculo de Jerusalén a donde retornaron los Apóstoles después de que el Señor Resucitado subió al cielo. Reunidos en torno a María, la Madre de Jesús, suplicaban con Ella insistente y ardientemente al Señor la efusión de su Espíritu: el Espíritu Santo que les iba a recordar y actualizar todo lo que habían oído y presenciado de Él.
A esa “Escuela de María” debemos acudir ya desde este momento todos los hijos e hijas de nuestra Archidiócesis, pastores y fieles, consagrados y consagradas, muy singularmente sus jóvenes, en primer lugar los jóvenes seminaristas y sacerdotes, con el recuerdo todavía fresco de la misión universitaria. Estoy seguro que con Ella, Ntra. Sra. de La Almudena, aprenderemos pronto y bien cómo lanzar y concretar ese renovado e ilusionado anuncio dirigido a los jóvenes de Madrid, de que Cristo les ama y les salva, de que no tengan miedo a abrirle de par en par las puertas de su corazón. Nada de bueno y bello perderán; antes al contrario, lo ganarán todo, ganarán su alma y su vida para la felicidad que nunca perece: ¡La felicidad eterna!
Con todo afecto y mi bendición,