Un bien de incalculable valor para el futuro de España.
A propósito de la Fiesta de la Virgen del Pilar del 2006
Mis queridos hermanos y amigos:
La Fiesta de Ntra. Sra. del Pilar, que acabamos de celebrar con las muestras de devoción popular que se han extendido por todo el territorio de nuestra patria desde su centro de la Basílica del Pilar de Zaragoza, nos ha remitido de nuevo a los orígenes de la fe católica en España y al patrimonio tan excepcional que implica esa fe, heredada de nuestros mayores a través de una historia humana y espiritual casi bimilenaria. Días antes, el 7 de octubre, la celebración de la Virgen del Rosario, presente en la memoria litúrgica de la Iglesia Universal, nos situaba también en uno de los momentos más significativos de la historia de la fe católica en España. La Virgen, ya venerada desde hacía muchos siglos en su Santuario del Pilar de Zaragoza, había sido invocada fervorosamente por toda la cristiandad en una de las coyunturas de mayor y más grave peligro para la subsistencia de una Europa en paz y libertad. La oración recomendada y escogida para aquella hora dramática había sido precisamente el Santo Rosario, propagada por un preclaro santo español del medievo, Santo Domingo de Guzmán. La victoria naval de Lepanto de 1571, en decisiva medida empresa y victoria de España, despejaba para mucho tiempo el horizonte de la fe y de su expresión y realización personal y social, libre y fecunda, en la vida de los pueblos de lo que ya comenzaba a ser la Europa moderna ¡El patrimonio de la fe católica había sido guardado y cuidado esmerada, celosa y heroicamente por el pueblo y los Reyes de la España que había nacido a la historia en su nueva forma cultural y política, extraordinariamente dinámica y moderna, hacía poco menos de un siglo! El panorama eclesial y espiritual de aquella España del último tercio del siglo XVI lo llenaba la herencia aún palpitante de Ignacio de Loyola y la presencia viva de Santa Teresa de Jesús: ¡figuras ya señeras para la Iglesia y el mundo!
Pocos pueblos conoce la historia universal de la Iglesia –y, aún, del cristianismo– que hayan valorado y estimado tanto el patrimonio de la fe católica no sólo en el orden de la vida y de la experiencia religiosa de sus hijos, sino también como factor espiritual y moral de configuración personal y comunitaria de toda su vida y costumbres en todos los planos de la existencia humana como España. Desde el más íntimo del matrimonio y la familia hasta el más amplio y público de la comunidad política y el Estado, la fe católica del pueblo español ha imprimido un sello inconfundible y egregio al conjunto de sus valores culturales, especialmente a los más sobresalientes del pensamiento, de la literatura y del arte; más aún, a los rasgos más típicos que caracterizan su alma popular. Se puede valorar la historia de la fe católica en España desde muy variados y divergentes puntos de vista, atendiendo a sus resultados históricos mas materiales y a ras de tierra o a los más elevados y trascendentes del espíritu y de la vocación del hombre para el amor y la eternidad; pero de lo que no cabe la menor duda es de su fecunda capacidad a la hora de aportar a la estimación y promoción del ser humano –¡del hombre! ¡de cada hombre!– elementos intelectuales, morales y existenciales de un decisivo valor: la defensa y promoción de su dignidad personal inviolable, de sus derechos y deberes fundamentales y de su noble y desinteresada concepción y vivencia de la solidaridad y del bien común a partir de la experiencia de la unión del matrimonio y de la familia en el amor mutuo.
De nuevo vivimos un momento histórico de España donde los interrogantes respecto a su futuro son objeto frecuente de debate y preocupación social. En los foros más importantes para la formación de la opinión pública y en los que se ejercita la conciencia crítica de la sociedad, a la que tanto se ha apelado y apela en el pasado reciente y el presente europeos –la Universidad, las Academias, los Medios de Comunicación Social… la Iglesia–, el análisis sociológico y la discusión intelectual filosófica y teológica vuelven a centrarse en la cuestión de España. Una convicción ha ido creciendo y madurando al respecto entre todos los que toman parte activa en la vida interna y en la presencia y acción pública de la Iglesia en la sociedad española: ¡hay que ofrecer y presentar con el renovado y comprometido estilo apostólico de la Nueva Evangelización el patrimonio histórico de la fe católica como una rica y excepcional herencia recibida de nuestros mayores! Puesto que sin ella no sólo no será viable el futuro espiritual y religioso de España, sino que además resultará muy difícil –en la práctica, poco menos que imposible– la construcción de un futuro común, compartido por todos los españoles en paz y libertad, y afianzado en una solidaridad auténtica cuyos cimientos éticos, políticos y jurídicos descansen sobre el respeto de los derechos fundamentales de todos. Ese ofrecimiento, para que sea efectivo y veraz, presupone en los Pastores de la Iglesia, en primer lugar, y, luego, en todos los fieles, un propósito humilde, aunque firme, de conversión interior, de renovada opción por la vida del seguimiento de Cristo y de la vida en El y con El. En una palabra: requiere una nítida superación del miedo al camino de la santidad.
No está de más en estas efemérides, en vísperas del Domund/2006, recordar de nuevo las últimas palabras de Juan Pablo II en la Plaza de Colón del 4 de mayo del 2003 al dar su última despedida a España: “El lugar –la Plaza de Colón– evoca, pues, la vocación de los católicos españoles a ser constructores de Europa y solidarios con el resto del mundo. España evangelizada, España evangelizadora, ése es el camino”. Si, ese es el camino también para la edificación noble y esperanzada, solidaria y gozosa del futuro de España.
Un futuro que confiamos filialmente al amor maternal de la Virgen: ¡Virgen del Pilar! ¡Virgen del Rosario! ¡Virgen de la Almudena!
Con todo afecto y mi bendición,