Mis queridos hermanos y amigos:
Ha sido un gran acierto que la España, nacida de la transición política y construida jurídica y constitucionalmente sobre la sólida base de la Constitución del año 1978, hubiese elegido como el día de su Fiesta Nacional el 12 de octubre, fecha del descubrimiento de América por los españoles y Solemnidad de la Virgen del Pilar, a la que los textos de su oficio litúrgico aluden y proclaman como Madre de España. Se evocan en este día dos de los rasgos más fecundos y más gloriosos que caracterizan lo mejor de la historia interior y exterior de España: su alma misionera, templada en la experiencia de la fe cristiana alimentada por la palabra apostólica de Santiago; y el estilo universal de su cultura humanista, vivificada por la savia del amor cristiano, atenta siempre al reconocimiento indiscutible de la dignidad inviolable de todo ser humano y motivada constantemente por una preferencia inequívoca por los más débiles y necesitados en el alma y en el cuerpo.
El 12 de octubre de 1492 marcaba el momento inicial de lo que podría ser considerado con toda la objetividad de la ciencia histórica el tiempo típicamente hispánico de la acción misionera de la Iglesia en el período más vasto y universal del ejercicio de su misión evangelizadora, el de la edad moderna y contemporánea. Los hijos e hijas de la Iglesia en España se vuelcan en la misión de América y de Asia desde los primeros momentos del descubrimiento del Nuevo Mundo. Sorprende la presteza con la que prende en el corazón de aquellos pueblos la siembra del Evangelio y cómo arraigan en ellos en pocas décadas la palabra, los sacramentos, la piedad y la vida de la Iglesia. Nace y se desarrolla desde “el humus” de las mejores tradiciones indígenas una cultura y una humanidad profundamente renovadas, en la que se enseña y se trata de vivir el valor personal, inconmensurable, de todo ser humano como digno de ser respetado y amado por sí mismo, tal como Dios le ha amado y ama infinitamente en Jesucristo y por Jesucristo.
San Francisco Javier es la figura señera que acompaña desde sus comienzos en el siglo XVI, el siglo más universal de la historia de España, ese capítulo nuevo –el hispánico– de la misión evangelizadora de la Iglesia en el mundo. Y la devoción tierna a María, la Madre del Señor y Madre de la Iglesia, vendrá a ser su señal más emotiva. La Virgen es la estrella del camino espiritual de aquella pléyade espléndida de misioneros heroicos del Evangelio de Jesucristo, recorrido en y junto con toda la comunidad eclesial de España comprometida como nunca en una auténtica renovación católica de toda la Iglesia. Nos conmueve –quizá en el hoy de España más que en épocas pasadas– leer en “el Libro de la Vida” de Santa Teresa de Jesús, el alma femenina más universal de la espiritualidad y de la cultura hispánicas de todos los tiempos, como su madre y ella eran muy devotas del Rosario. Cuenta la Santa cómo a los doce años de edad pierde a la madre y acude afligida a la Virgen para suplicarla “fuese mi madre, con muchas lágrimas. Paréceme que, aunque se hizo con simpleza, que me ha valido; porque conocidamente he hallado a esta Virgen soberana en cuanto me ha encomendado a ella; y, en fin, me ha tornado a sí” (V.1,7).
En el contexto existencial de ese período histórico, el de mayor proyección universal de la Iglesia en España, con cuya vocación católica se identifican intensa e incondicionalmente su pueblo y sus instituciones más importantes, especialmente sus Reyes, no podría extrañar que surgiesen a la vez, intelectual, cultural y políticamente, una opción predominante por una concepción universal de lo humano y una consecuente formulación teórica –con su correspondiente versión práctica– de la definición del hombre –de todo ser humano– de una clarividente nitidez: el hombre es persona, dotada de dignidad y de derechos inviolables, anteriores al Estado y a su ordenamiento jurídico, llamado a concebir y a organizar la convivencia, las estructuras sociales y el servicio al hombre, a la luz y en el respeto incuestionable del principio y mandato de la fraternidad. Se trataba de sentar las bases para los tiempos modernos de una fundamentación ética no cuestionable del orden político y del derecho ¡de valor universal! La actualidad de este precioso legado ético y jurídico de la Hispanidad se pone de manifiesto una vez más en el discurso del Papa Benedicto XVI a los miembros de la Comisión Teológica Internacional del pasado 5 de octubre, refiriéndose al tema de la ley natural como el instrumento intelectual imprescindible para llegar a justificar e ilustrar los fundamentos de una ética universal, parte del gran patrimonio de la sabiduría humana. El Santo Padre no duda en afirmar que “partiendo de la ley natural, que puede ser comprendida por toda criatura racional, se ponen los fundamentos para entablar el diálogo con todos los hombres de buena voluntad y, más en general, con la sociedad civil y secular”.
Acabamos de celebrar la Fiesta Nacional de este año 2007, Fiesta de la Hispanidad, Fiesta de la Virgen del Pilar. El próximo domingo celebraremos “el Domund”, el domingo mundial de las Misiones. ¡Qué provechoso resultaría para toda la Iglesia en España revivir la vocación misionera de sus mayores con la frescura inicial del Evangelio de Jesucristo, predicado por Santiago, la única vía de la salvación integral del hombre, la vía de la santidad que madura en el Amor sin límites, buscando como ellos apasionadamente el bien de las almas, el bien pleno de la persona humana, donde quiera que se encuentre! ¡Y cómo urge despertar en la conciencia colectiva de la sociedad española de esta hora los sentimientos de apertura generosa al otro, a los valores de la universalidad, de la comunicación confiada, libre y respetuosa entre todos los ciudadanos y comunidades de España, afrontando unidos en la concordia nacional cimentada en el orden constitucional democrático de la Monarquía Parlamentaria, libre, solidaria y pacíficamente, nuestro futuro común! Por supuesto contribuyendo activa y creadoramente a la integración de la Unión Europea y a la formación de una comunidad internacional más justa y más eficaz en la lucha contra el hambre y la pobreza.
La oración del Rosario a María, la Virgen de Fátima, a la que invocamos en Madrid como la de “La Almudena”, nos auxiliará eficazmente en esta senda de la conversión y de la renovación espiritual y social de nuestra Patria.
Con todo afecto y mi bendición,