Mis queridos hermanos y amigos:
El domingo pasado, Fiesta de la Sagrada Familia, hemos vivido un día “por la familia cristiana”, grande y gozoso. En la Plaza de Colón, lugar de históricos e inolvidables encuentros con el Siervo de Dios Juan Pablo II en 1993 y 2003, las familias cristianas de España se dieron cita para proclamar con sus Pastores el Evangelio de la familia y dar testimonio de los dones de vida y de amor que se reciben del Señor cuando se vive el matrimonio y la familia cristianamente. En un clima fervoroso de acogida de la Palabra de Dios y de oración por las necesidades espirituales y corporales de todas las familias de España, las propias familias fueron las protagonistas valientes y alegres de una celebración en la que experimentaron y compartieron el Misterio de Comunión que es la Iglesia, animada por el Espíritu Santo. Ese Espíritu de Amor y de Santificación, presente y operante en sus vidas por el Sacramento del Matrimonio.
“Si alguien nos pregunta –decíamos en nuestra homilía de la Plaza de Colón– por el significado de esta gran celebración, habría que contestarles: Las familias cristianas de España han querido ofrecer un testimonio público, festivamente expresado, de que en la experiencia cristiana de la familia se descubre, recibe y vive el gran don del Amor como primicia y vía imprescindible para vivir de amor y con amor en todas las circunstancias privadas y públicas de la vida y para andar la peregrinación de este mundo con esperanza. Porque ‘amor saca amor’, diría Teresa de Jesús”. Esa respuesta continúa y continuará siendo nuestra respuesta. Obviamente la experiencia cristiana de la familia se basa y descansa en el reconocimiento pleno de la verdad del matrimonio según el plan de Dios: la de ser la comunidad íntima de amor y de vida entre el varón y la mujer, unidos por el vínculo de la fidelidad indisoluble y abiertos al don de la vida –a los hijos–. Verdad que se ve reflejada y realizada modélicamente, es más, sobrenaturalmente, en la Sagrada Familia de Nazareth, la de Jesús, María y José. Buscar otra explicación para comprender y caracterizar lo que fue única y exclusivamente un gran acontecimiento eclesial, que no sea la explicación pastoral, significa ignorar el origen, la naturaleza y la finalidad del acto.
En el centro del acto estuvo el Santo Padre, que desde la ventana del apartamento pontificio nos dedicó la parte central de su habitual mensaje del Ángelus Dominical. El Papa quería acompañar y estimular a nuestras familias en la fidelidad a la vocación recibida de esposos y padres cristianos y en la afirmación de la Verdad de la familia cristiana hacia dentro de la Iglesia y hacia fuera ¡hacia toda la sociedad! La Iglesia ¡toda ella!, pastores y fieles, sienten, junto con muchos ciudadanos que sintonizan con el reconocimiento de la verdad natural de la institución familiar, la delicada situación por la que atraviesa la familia en el momento actual de España y de Europa, conscientes de que su futuro ¡su suerte! depende esencialmente del bien integral de la familia y sabiendo, por supuesto, de que ellas, las familias cristianas, constituyen para la Iglesia la comunidad primera e imprescindible para la transmisión de la fe y su implantación en el mundo.
Sí, podríamos afirmar pues con toda razón que el Domingo pasado brilló para la Iglesia y para el pueblo y la sociedad en España, por una gracia especial del Señor, “su Estrella”, “la Estrella de la familia cristiana”; indicándonos que en el Portal de Belén encuentran el modelo, la inspiración y la fuerza espiritual para saber apreciar y acoger el don precioso de verdad, de amor y de vida ¡de felicidad verdadera! que han recibido en su vocación matrimonial y familiar, y para testimoniarlo ante el mundo con sencillez y fortaleza cristianas. En esa dirección de la familia cristiana habremos de mirar pastoralmente todos en la Iglesia en el año que acabamos de estrenar. En esa dirección estamos caminando en nuestra querida Archidiócesis de Madrid con la Misión Joven en la Familia en el presente curso pastoral y habremos de caminar en los sucesivos. No hay duda, “los signos de los tiempos” nos reclaman actitud, disponibilidad y compromiso misionero con la Evangelización de la Familia.
A nosotros, a la Comunidad Diocesana de Madrid, nos ha correspondido la responsabilidad de recibir, dar cobijo y calor de comunión eclesial a la iniciativa de la gran celebración “por la familia cristiana” del pasado Domingo en la madrileña Plaza de Colón ¡Una verdadera y singular gracia del Señor para nosotros! La entrega generosa de tantos diocesanos de Madrid para dar cumplimiento a las exigencias de la llamada y del encargo recibido ha sido admirable por generosa y sacrificada ¡hasta la extenuación! Toda la Diócesis y, en primer lugar, su Pastor con sus Obispos Auxiliares, les debemos a los organizadores una sentidísima gratitud. De ella quiero yo hoy dar testimonio públicamente. En un plazo de tiempo escasísimo, con la contribución inestimable de la oración de nuestras comunidades de vida contemplativa, fueron capaces de ofrecer a la inmensa multitud de las familias cristianas venidas de Madrid y de toda España, el marco técnico, pastoral y litúrgico que hizo posible tan bella celebración. Gratitud que extiendo de corazón a todas las familias madrileñas y a todos los madrileños que se volcaron con su proverbial estilo de fraterna y abierta hospitalidad en el recibimiento y acogida dada a todas las familias hermanas procedentes de los más diversos rincones de España. ¿Y cómo no resaltar el ejemplo de civismo ejemplar mostrado durante toda la jornada por parte de todos los congregados en “Colón”? Significaron un ejemplo patente e irrefutable de cómo la familia cristiana, edificada y vivida según el modelo de la Familia de Nazareth, produce unos efectos humanizadores impresionantes. Más aún, se revela como la verdadera “agencia de la paz”, de la que nos ha hablado el Santo Padre Benedicto XVI en su Mensaje para la Jornada de la Paz del primero de año, 2008. Y, gracias queremos dar en primer lugar al Santo Padre por su apoyo paternal y por sus palabras tan luminosas y fervientes, que tanto nos han ayudado y ayudan en la nada fácil tarea de emprender una renovada y comprometida pastoral de la familia. Y ¿cómo no? gracias humilde y piadosamente ofrecidas a Nuestro Señor Jesucristo, el Cabeza de la Iglesia y Pastor de los Pastores, porque nos ha impulsado y confortado con gracias especiales del Espíritu Santo, el alma de su Iglesia, en la preparación y en la realización del encuentro por “la familia cristiana” en el día de la Fiesta de la Sagrada Familia.
A la Virgen de La Almudena, nuestra Patrona, Madre de todas las familias madrileñas, encomendamos los frutos humanos, espirituales y eclesiales de esa celebración “por la familia cristiana”, con la que abríamos significativa y festivamente las puertas del Año Nuevo, Año 2008, como un Año en el que urge promover la conversión a la verdad de la Familia; la conversión no sólo de las propias familias cristianas, sino también de toda la sociedad española.
Con todo afecto y mi bendición,
¡Santo y feliz 2008 para todos los madrileños!