Después de la JMJ de Sidney: ¡Madrid 2011!

Un regalo del Papa

Mis queridos hermanos y amigos:

Acabamos de regresar de Sidney. La peregrinación de los jóvenes madrileños hasta la más bella ciudad de Australia para participar en la 23 JMJ, presidida por el Papa Benedicto XVI, ¡peregrinación numerosa y entusiasta!, ha significado para todos los peregrinos una gracia singular del Señor; pero no sólo para los que directamente participamos en los actos y celebraciones de esos días inolvidables, en los que pudimos vivir –¡casi experimentar!– cómo la fuerza del Espíritu Santo penetraba en los centenares de miles de jóvenes católicos del mundo en la forma de un nuevo y fascinante Pentecostés del III Mileno de la era cristiana, sino también para toda nuestra Iglesia diocesana en su camino de acercamiento misionero a la juventud madrileña; e, incluso, para toda la Iglesia en España que, desde aquel primero y ya lejano Viaje Apostólico de Juan Pablo II de diez días de duración del año 1982, descubrió no sin una cierta y gozosa sorpresa, y, simultáneamente, que en el corazón de los españoles de la nueva época histórica de la llamada “Transición” política continuaba latiendo con un poderoso vigor interior la fe católica heredada de sus antepasados y que, sin embargo, necesitaba ser robustecida y renovada con un nuevo impulso apostólico y misionero de la Iglesia y de sus Pastores, expresado y trasmitido con “hechos y palabras” inequívocamente evangélicos.

En Sidney, una amplísima representación de la juventud católica, unida a sus Pastores, presididos por el Santo Padre, ofreció a los jóvenes de todo el mundo, más aún, a toda la opinión pública mundial, un testimonio de Fe en Jesucristo, Salvador del hombre, vibrante, fresco y nuevo: fruto renovador de la fuerza del Espíritu Santo, que Él, el Resucitado, envió definitivamente a su Iglesia aquel día de Pentecostés, cuando los Apóstoles con Pedro a la cabeza, reunidos en torno a María, la Madre del Señor, aguardaban, orando, el cumplimiento de la promesa que Jesús les acababa de hacer antes de su Ascensión al Cielo en el momento de la definitiva despedida de la tierra. ¡Ese testimonio ha llegado exteriormente a todos los rincones del planeta, desde su lugar geográficamente más lejano, Australia, por los medios audiovisuales, íntegro, intacto y extraordinariamente hermoso en su expresión estética! Pero en sus contenidos religiosos y espirituales, a la vez interiormente, por esa misteriosa intercomunicación que une a toda la Iglesia como Cuerpo y Esposa de Cristo. ¡El testimonio de Sidney enriquecía y animaba así a una infinidad de almas y de corazones de jóvenes y adultos cristianos, hambrientos y sedientos del amor de Cristo para sí y para sus hermanos, sobre todo para los más necesitados y los más alejados de Él.

No sabemos, por las razones obvias que tienen que ver con los misteriosos caminos de la gracia del Espíritu Santo y que el hombre desconoce, cuántos y cuáles han sido los frutos concretos de conversión –¡de nuevos encuentros con Cristo!– y de vocación –¡de respuesta afirmativa a la llamada del Señor para la vida consagrada y el sacerdocio!– entre los jóvenes presentes y participantes en la JMJ y en los actos centrales de la misma, pero, sin duda, son y serán muchos y abundantes. Tampoco sabemos, con la certeza científica de las encuestas sociológicas, hasta dónde ha llegado la fuerza interior y de trasformación de conciencias y de concepción y de estilo de vida, proyectada por los actos y el maravilloso ambiente juvenil creado en los días de la anterior semana en las ciudades australianas y, luego, singularmente, en Sidney, respecto a los ciudadanos y a la sociedad de ese lejano y atrayente Continente. Pero ¡no hay duda!: todo lo leído, lo informado y comunicado en las conversaciones informales con las personas amigas y conocidas de la Iglesia y de la sociedad australiana –y también con las desconocidas–, hablan de una maravillosa experiencia, rica en verdadera humanidad: ¡de un estilo de ser persona, inspirado y recreado por el Espíritu de Dios!

Una acción de gracias al Señor de la Iglesia y de la historia, humilde y sincera, por lo vivido y recibido en Sidney y que comprometa el sí de nuestras vidas a Jesucristo y de nuestra vocación en la Iglesia con una más decisiva entrega, se nos impone como el minimum exigible personal y eclesialmente para nuestra respuesta a quien nos ha regalado tanto: a Jesucristo, nuestro Señor y Salvador, el Pastor invisible de nuestras almas. Gratitud que debemos también expresar a quien le representa visiblemente como cabeza de su Iglesia en la peregrinación de este mundo: el Obispo de Roma, Sucesor de Pedro, Pastor visible de la Iglesia Universal, Vicario de Cristo en la Tierra, Benedicto XVI. Su presencia prodigada, su magisterio luminoso y su cercanía a los jóvenes en Sidney, tan entrañable por lo que implicaba de sacrificios personales y de tarea agobiadora para él, constituyeron el precioso y decisivo instrumento de que se sirvió el Señor para hacerse Él mismo presente en el corazón de los jóvenes del mundo con una nueva y bella muestra de su desbordante amor para ellos ¡los jóvenes de comienzos del siglo XXI!, inundándoles con una nueva y espléndida efusión de la gracia y de los dones del Espíritu Santo, la Persona-Amor en el Misterio de Dios, Uno y Trino.

Los motivos y las razones para la Acción de Gracias a Dios y para una renovación generosa del sí a Jesucristo se vieron acentuados y subrayados al final de la Eucaristía, que culminaba la JMJ en Sidney, para los jóvenes de Madrid y de España, más aún, para todas la diócesis españolas, por el anuncio del Santo Padre de que el lugar o sede de la próxima JMJ del año 2011 sería Madrid –España–. El júbilo del nuestros jóvenes presentes en la celebración de Sidney y de todos los que nos acompañaban desde España por las pantallas de televisión o de internet, estallaba gozoso y agradecido: ¡el Papa vendrá a Madrid para celebrar con ellos, unidos a los jóvenes de todo el mundo, una nueva Fiesta de la Fe, de la Esperanza y de la Alegría cristiana! Un periódico famoso de Sidney titulaba su información, el lunes siguiente, sobre los actos finales de la 23 Jornada Mundial de la Juventud: “¡Un tsunami de fe y de alegría!”. Sí, el tsunami del Madrid de 2011 por la gracia del Señor, el amor maternal de María para con sus hijos de España –¡la Tierra de María!–, la intercesión de sus santos y mártires de todos los tiempos y, especialmente, del nuestro y por la oración de toda la Iglesia, será aún más esplendoroso y sus frutos de santidad y de compromiso apostólico y evangelizador con nuestra juventud y con la de todos los pueblos de la tierra, más abundantes. A nuestro camino diocesano de “la Misión Joven” y de “la Misión en la familia y para la familia” se le abren nuevas y prometedoras perspectivas.

¡Gracias de corazón, querido Santo Padre! ¡Gracias muy sentidas y ofrecidas en nuestra oración por vuestras intenciones, querido Benedicto XVI! ¡Los jóvenes de Madrid y de España están y estarán con el Papa!

Pido a Nuestra Señora de La Almudena que los días de vacaciones veraniegas sean para todos los madrileños un tiempo de descanso y recuperación física y espiritual.

Con todo afecto y mi bendición.