¡Feliz Pascua de Resurrección!
Mis queridos hermanos y amigos:
Hoy es el día litúrgico por excelencia para proclamar y anunciar al mundo que Jesucristo, el Crucificado, el que sufrió la muerte más ignominiosa de su tiempo, ¡ha resucitado verdaderamente! Su sepulcro quedó vacío al tercer día después de muerto. Lo que a los ojos de muchos –y no sólo de sus enemigos– parecía un fracaso rotundo de toda una vida, a todas luces excepcional en sus proyectos, en su mensaje y en la realización del mismo –¡nada menos que la instauración definitiva del Reino de Dios!– se revelaba, sin embargo, en aquella mañana del primer día de la semana judía, como su triunfo que trascendía los espacios y los tiempos de la historia, que alcanzaba a toda la humanidad ¡Jesucristo resucitaba para que el hombre pudiera resucitar con él! Se había puesto fin definitivamente al reino de la muerte sobre los hijos de los hombres: de los que habían sido, de los que eran y de los que serán.
Y nótese bien: el imperio que la muerte tenía establecido desde el principio de la historia de nuestros primeros padres, comprendía primero el alma y, luego, inexorablemente al cuerpo. Con la victoria del Resucitado, después de la terrible pasión de culminó con su muerte en la cruz, se abría la fuente divina de la nueva vida que transformaba al hombre primero, desde el centro más íntimo de su ser –el alma– para llegar luego a todo él, –al cuerpo–. Por sus llagas, ya gloriosas; por la herida de su Corazón Divino, abierta ya gloriosamente para siempre, se perdonaban nuestros pecados, se llenaba el alma de gracia, el don del amor divino, el Espíritu Santo, le era infundido por el Padre, infinitamente misericordioso en el Bautismo como un sello indeleble que le marcaba para la vida eterna: la vida de los hijos de Dios, y, como consecuencia humano-divina de esa “resurrección espiritual” del alma, el cuerpo se transforma en templo y habitación del Espíritu Santo, madurando para la resurrección final, en la segunda venida del Señor, cuando aparezca a todos los pueblos en gloria y majestad. ¡Entonces sí, el último enemigo del hombre –la muerte–, será radicalmente derrotado y vencido! En la vivencia, renovada litúrgicamente año tras año, de la Pascua de la Resurrección del Señor Jesucristo, se quita la razón y el aliento a ese miedo a la muerte, del que nos habla la Carta a los Hebreos. Miedo que nos esclaviza. Miedo que mata nuestra verdadera libertad: la libertad para elegir la forma de existir en la verdad del amor, que es Dios.
¡Esta es la Buena Noticia de la Pascua de Resurrección! San Pablo no vacila en afirmar que los bautizados ya nos podemos considerar “muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús” (Ro. 6,11). Con la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos, se abre para el hombre la decisiva y irreversible etapa histórica de poder y de deber vivir en Cristo, por Cristo y con Cristo! Es decir, de vivir su misma vida de hijo del hombre, ya glorioso para siempre. Es también Pablo, el que presenta esta forma cristiana de vivir bellamente: “si nuestra existencia está unida a él en una muerte como la suya, lo estará también en una Resurrección como la suya” (Ro, 6,5).
En la Pascua de Resurrección se anuncia, pues, con el triunfo de Jesucristo Resucitado la victoria del hombre sobre sus más terribles enemigos: el pecado y la muerte, y quien los instiga, el diablo. Incorporados a Cristo Crucificado y glorificado, seremos liberados de la esclavitud del pecado: ¡”la muerte ya no tiene dominio sobre nosotros”! Ya no debe haber sitio en nuestras vidas para el miedo, la desesperación y el desaliento frente a los dolores y penalidades de este mundo y frente a esa hora terriblemente dramática de nuestra muerte. Podremos vencer a los enemigos del alma y del cuerpo, indefectiblemente, si abrimos la puerta de nuestro corazón a Jesucristo Resucitado, proclamado, celebrado y vivido en su Iglesia, la comunión de los santos.
¡Hoy, Domingo de la Resurrección del Señor, es de nuevo el día de la esperanza!, ¡de la esperanza cierta, alegre y gozosa! Las versiones actuales del Mal –del pecado y de la muerte–, poderosas y fascinantes, nos son bien conocidas –el desprecio del don y del derecho a la vida del ser humano en todas las fases– y formas de su vida, la destrucción de la familia, los dramas juveniles, la crisis económica con las secuelas del paro… etc. La gracia del Resucitado, la nueva vida por El inaugurada, es también hoy más fuerte que el pecado y que la muerte. Nuestro tiempo es también tiempo de santidad, fecundo en ejemplos de vidas en las que el amor cristiano sigue dando muestras heroicas de entrega a Dios y los hermanos. ¡No hay duda! También en esta Pascua de Resurrección del año del Señor 2009 podemos sentir y vivir con gozo la certeza de lo que en ella se nos asegura y se nos da: el camino de la auténtica e imperecedera felicidad ¡el camino del amor sin límites!
¡Felices y Santas Pascuas de Resurrección para los madrileños, hijos de la Iglesia y todos los de buena voluntad!
Con todo afecto y mi bendición,