Jornada del DOMUND 2009
Domingo 18 de octubre
«La Palabra, luz para los pueblos”
Mis queridos diocesanos:
«La Palabra de Dios es el fundamento de todo, es la verdadera realidad… ‘Al principio era la Palabra’. Al principio el cielo habló. Así, la realidad nace de la Palabra»: lo decía el Papa Benedicto XVI, hace un año, durante la primera sesión del Sínodo de los Obispos acerca de «La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia», y al final de su meditación proclamaba con fuerza que «la Palabra tiene un rostro, es persona, Cristo». Vale la pena recordarlo siempre, y de modo especial ante la Jornada del DOMUND de este año, que vamos a celebrar, precisamente, bajo el lema «La Palabra, luz para los pueblos».
Como dice la Carta a los Hebreos, Dios habló en el pasado a nuestros padres por los Profetas, pero llegó el momento, en la plenitud de los tiempos, en que su Palabra se hizo plenamente humana, ¡se hizo hombre! Se encarnó en el seno de la Virgen María y tomó nuestra condición para hacerse accesible y presente en medio de los hombres, sometidos a la esclavitud del pecado y a la muerte, de modo que nos viéramos libres al hacernos Él mismo verdaderos hijos de Dios. «Sólo la Palabra de Dios -en expresión de Benedicto XVI en su homilía de la Misa inaugural de aquel Sínodo de los Obispos- puede cambiar en profundidad el corazón del hombre», haciéndolo semejante al Suyo. Enviado del Padre, el Hijo Unigénito, haciéndose uno de nosotros, se hace vida para el hombre.
El tema de estudio de aquel Sínodo podía parecer, con una mirada superficial, demasiado teórico, un tema más para la reflexión teológica que para las cuestiones prácticas de la vida, y sin embargo pocos Sínodos se han demostrado tan prácticos como éste, justamente porque «la Palabra tiene un rostro», porque es Jesucristo, y sólo Él nos redime hasta el fondo y redime la realidad entera. En aquel Sínodo, los obispos subrayamos la importancia de la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia universal, en la de cada Iglesia particular y en la de todos y cada uno de los fieles. La Palabra de Dios, en efecto, es viva y eficaz, no está anticuada ni desfasada, sigue de plena actualidad y es para el hombre, para la sociedad y para el mundo contemporáneos luz y vida, que todo lo ilumina y ayuda a entender y superar todas las circunstancias por las que hemos de pasar en el mundo de hoy.
La Iglesia ha recibido de Jesús, como lo esencial de su testamento, el mandato de llevar esta Palabra, es decir, de llevarle a Él mismo, a todas las gentes. Ésta es la razón de ser y la vocación de la Iglesia: «La Iglesia peregrinante -afirma el Concilio Vaticano II- es, por su propia naturaleza, misionera, puesto que tiene su origen en la misión del Hijo y la misión del Espíritu Santo según el designio de Dios Padre» (Ad gentes, 2). La Iglesia es consciente de que llevar a Cristo, Luz de las gentes, a todos los pueblos, a todas las naciones, a todos los corazones, a todos los hombres, no sólo es un derecho, sino un deber, un bendito deber para todos los creyentes, pastores y fieles. Hoy también.
La Iglesia del siglo XXI siente la urgencia de la caridad de Cristo por llegar al corazón de todos, especialmente de los más pobres, de los que más sufren, de los más abandonados: «Hoy se ha de afrontar con valentía -nos decía Juan Pablo II en la Carta apostólica ‘Novo millennio ineunte’- una situación que cada vez es más variada y comprometida, en el contexto de la globalización y de la nueva y cambiante situación de pueblos y culturas que la caracteriza. Hace falta reavivar en nosotros el impulso de los orígenes, dejándonos impregnar por el ardor de la predicación apostólica después de Pentecostés» (n. 40). Y era sin duda este ardor lo que nos movía a los obispos españoles a proclamar, en la Instrucción pastoral «Actualidad de la misión ad gentes en España», de la Asamblea Plenaria de noviembre del año pasado, que «la misión universal sigue en sus inicios. Descubrir esa realidad con gozo es la invitación que dirigimos a todos, desde una concepción auténtica e integral de la evangelización, como nos viene recordando el Magisterio ordinario de la Iglesia» (n. 11).
No otra cosa nos urge a la Iglesia, hoy como en el inicio apostólico, porque no otra cosa le urge a la Humanidad entera. Lo dice Benedicto XVI en su Mensaje para este DOMUND 2009: «La Iglesia no actúa para extender su poder o afirmar su dominio, sino para llevar a todos a Cristo, salvación del mundo». No hay necesidad más indispensable, ni más urgente. Y el Papa lo explica con palabras de su antecesor en la encíclica «Redemptoris missio», subrayando que la Humanidad «está conociendo grandes conquistas, pero parece haber perdido el sentido de las realidades últimas y de la misma existencia» (n. 2). Por eso Benedicto XVI añade: «Anunciar el Evangelio debe ser para nosotros, como lo fue para el apóstol Pablo, un compromiso impostergable y primario».
El DOMUND, que celebra todos los años la Iglesia universal, es una expresión bien concreta de esta conciencia evangelizadora que todos, desde el Santo Padre hasta el último de los bautizados, tenemos por ser cristianos. El tercer domingo del mes de octubre, la Iglesia recuerda nuestro compromiso misionero, que no puede reducirse, ciertamente, a la aportación económica, tan necesaria, sin duda. Este compromiso exige oración, mucha oración y muchos sacrificios por las misiones y por los misioneros. Necesitan, más aún que la ayuda económica, ¡con lo importante que es!, el apoyo de la oración y del sacrificio de los cristianos. De ahí el convencimiento de que los religiosos y religiosas de vida contemplativa de nuestra diócesis son los primeros misioneros con los que contamos, como bien lo muestra la santa Patrona de las Misiones, Santa Teresa del Niño Jesús, con quien se inicia este mes misionero de octubre.
Y el compromiso misionero tiene también la exigencia de promover la vocación misionera, en las familias, en las parroquias, en los colegios, en los movimientos y asociaciones apostólicas. A pesar de los muchos sacerdotes, religiosos y seglares que la archidiócesis de Madrid ha enviado como misioneros por los cuatro puntos cardinales, sigue siendo muy necesario que los jóvenes se pregunten con seriedad su posible vocación misionera. En la citada Instrucción pastoral, los obispos españoles señalamos que «las vocaciones misioneras han sido muy abundantes en España, y aún podemos agradecer a Dios el envío ininterrumpido de misioneros. (…) No obstante, existe una gran preocupación por el descenso de personas enviadas a la misión. Este hecho ha de interrogarnos sobre las causas que pudieran estar en el origen de este desequilibrio entre el crecimiento de la solicitud solidaria con los más desfavorecidos y el descenso en la respuesta generosa a la llamada de Dios a la misión ‘ad vitam’» (n. 48). Está claro que urge «reavivar el impulso de los orígenes», dejarnos todos «impregnar por el ardor de la predicación apostólica».
Y el compromiso, por supuesto, es también económico. Nuestra aportación ayudará a que los proyectos misioneros de la Iglesia universal puedan realizarse. La misión va unida, en muchas ocasiones, a la pobreza de los pueblos a los que se va a evangelizar. La ayuda que les prestemos es para muchos el único medio de sobrevivir en lugares de verdadera necesidad material. Por eso debemos y queremos ser generosos en esta Jornada. La clave está en ese «ardor» de los orígenes, pues con él «lo demás se dará por añadidura» (cf. Mt 6, 33). Es el ardor que brota del Corazón de Cristo, «la Palabra -como reza el lema de este DOMUND 2009-, luz para los pueblos», fuente inagotable de vida, y vida en plenitud.
Como pastor de esta Iglesia no puedo dejar pasar esta Jornada sin dar gracias a Dios por los misioneros de la archidiócesis de Madrid, por el don de sus vidas y por los frutos de su trabajo apostólico. Los tengo bien presentes, sobre todo en esta ocasión, con el afecto y la plegaria. Y a todos os invito a ofrecerles también conmigo vuestro cariño y vuestras oraciones.
Encomiendo a la intercesión maternal de María, Nuestra Señora de la Almudena, Reina de los Apóstoles, los frutos de este DOMUND 2009, al tiempo que os envío a todos mi saludo cordial y mi bendición.