Carta Pastoral dirigida a los jóvenes con ocasión de la Cuaresma. Caminamos en Cristo hacia la Jornada Mundial de la Juventud

Carta Pastoral del Emmo. y Rvdmo Sr. D. Antonio Mª Rouco Varela,
Cardenal-Arzobispo de Madrid
dirigida a los jóvenes con ocasión de la Cuaresma,

Caminamos en Cristo
hacia la Jornada Mundial de la Juventud

Madrid, 9 de Marzo de 2011
Miércoles de Ceniza

 

Queridos jóvenes:

Me dirijo a vosotros, cuando estamos a punto de iniciar el tiempo de conversión que es la Cuaresma, para invitaros a vivir intensamente el tiempo que queda para la Jornada Mundial de la Juventud en el próximo mes de Agosto. Al comienzo de este curso, mediante la carta pastoral Firmes en la fe, convoqué a toda la Iglesia diocesana a prepararse para este gran acontecimiento evangelizador, invitando a conocer a Cristo, a vivir arraigados en él mediante la oración y la gracia de los sacramentos y a dar testimonio público de la fe con la alegría y la fortaleza de los cristianos de la primera hora de la Iglesia. Ahora me dirijo a vosotros, jóvenes cristianos, para animaros aún más en el empeño de hacer de los días de la Jornada Mundial un verdadero momento de gracia en el que los jóvenes de todo el mundo den testimonio valiente de Cristo.

He escogido este momento, al inicio de la Cuaresma, para dirigirme a vosotros porque la Iglesia sale al encuentro de Cristo  despojándose del pecado y caminando hacia la luz de la verdad, que es el mismo Cristo. En realidad, la Cuaresma, como peregrinación hacia la Pascua, nos ayudará a peregrinar interior y exteriormente, como quiere el Papa Benedicto XVI, hacia la gran fiesta cristiana de las Jornadas en Madrid. Queridos jóvenes, os invito a la fiesta, que tiene por centro a Cristo, hermano, amigo y Señor Nuestro, que nos ha liberado definitivamente del pecado y de la muerte. Este es el misterio central de la fe, y, por tanto, el núcleo de la Jornada Mundial de la juventud. Celebraremos a Cristo, nos alegraremos por su salvación y proclamaremos al mundo, como hizo Pedro, que sólo Él tiene palabras de vida eterna. Y lo haremos, acogiendo a todos los jóvenes cristianos del mundo, y a los que quieran escuchar la voz de Cristo, para mostrar que la Iglesia es la casa de la unidad y de la comunión donde todos los hombres están llamados a encontrar la salvación.

Para ello, os animo a vivir la Cuaresma con las actitudes a las que nos exhorta la Iglesia: la oración intensa, la conversión de corazón, las obras de caridad y de testimonio cristiano.

 

Orad con intensidad

Desde que hemos empezado la preparación de la Jornada Mundial de la Juventud, he pedido la oración de toda la comunidad diocesana para que sus frutos sean abundantes. El éxito de Jornada, dice el Papa, depende de su preparación espiritual. Las comunidades de vida contemplativa no dejan de orar por esta intención. Y en las parroquias de Madrid se ruega todos los días al Señor por el fruto de la Jornada. Pero sois vosotros, queridos jóvenes, quienes estáis comprometidos en una oración intensa porque, en cierta medida, sois los protagonistas de este acontecimiento. El Papa os ha alentado a estrechar vuestra amistad con Cristo por medio de la oración. En la Cuaresma, la llamada de Cristo a la oración se actualiza desde el miércoles de ceniza. Se nos dice que entremos en nuestra habitación y que oremos al Padre. El ve lo escondido, el secreto del corazón,  desde el que surge nuestra plegaria.

Precisamente para ayudaros a orar, se compuso la oración de la Jornada, dirigida a Cristo, Amigo y Señor Nuestro. ¡Rezadla todos los días, como signo de comunión con todos los jóvenes del mundo que vendrán peregrinando! Con esta oración, que os invita a estar con Cristo, damos gracias por haber conocido al Padre. Damos gracias, sobre todo, por la vida misma de Cristo y por los grandes misterios de la salvación:

 

Te damos gracias por tu Encarnación;
eres el Hijo Eterno de Dios, pero no te importó rebajarte y hacerte hombre.
Te damos gracias por tu Muerte y Resurrección;
obedeciste la voluntad del Padre hasta el final
y por eso eres Señor de todos y de todas las cosas.
Te damos gracias porque en la Eucaristía te has quedado entre nosotros;
tu Presencia, tu Sacrificio, tu Banquete
nos invitan siempre a unirnos a Ti.
Nos llamas a trabajar contigo
Queremos ir adonde Tú nos envíes
a anunciar tu Nombre, a curar en tu Nombre, a acompañar a nuestros hermanos
hasta Ti.

¿Es mucho pedir que meditéis cada día una de estas verdades? ¿No os ayudaría a orar juntos con vuestros amigos suplicando que lo que decimos con los labios responda a la verdad de nuestra vida? Jesús nos llama a trabajar con él, a anunciar su nombre a nuestros hermanos para llevarlos a él. Para esto oramos. Somos conscientes de que él es la Vida en la que echamos raíces, la Roca, que fundamenta nuestra existencia. Orar es ahondar nuestras raíces en Cristo, cimentar nuestra vida sobre su roca indestructible y segura. En la oración podréis experimentar como vuestra vida se arraiga y edifica en Cristo de manera que nada ni nadie pueda apartaros de su amor. Así celebraréis la Pascua con alegría desbordante y caminaréis hacia la Jornada Mundial con el deseo de ser para otros luz del mundo y sal de la tierra.

La conversión del corazón

La Cuaresma es una llamada a la conversión, al cambio de vida. Se nos pide dejar la oscuridad del pecado y vivir en la luz de la gracia. Por eso, la Iglesia nos presenta a Cristo, al inicio de la Cuaresma, luchando contra Satanás, a quien vence con la Palabra de Dios y con la penitencia del ayuno. Jesús es el hombre fuerte que se nos propone como el modelo de quien permanece firme en la auténtica fe de Israel. También vosotros, queridos jóvenes, habéis sido convocados para vivir firmes en la fe, de manera que resistáis las múltiples seducciones del mal que nos rodea.

Esta firmeza se alcanza poco a poco a lo largo de la vida luchando contra nuestras inclinaciones desordenadas y abriéndonos a la caridad. Ese es el sentido del ayuno y de la penitencia, actitudes propias de la Cuaresma. Ayunamos de nosotros mismos, de nuestros gustos y caprichos; renunciamos incluso a nuestros propios bienes, para ayudar a los pobres y necesitados; nos privamos de lo superfluo para que otros no carezcan de lo necesario. Para llegar a estos comportamientos necesitamos la conversión del corazón, que no es otra cosa que amar a Dios y al prójimo con caridad perfecta. Jesús hablaba de negarse a sí mismos, de perder la vida, de renunciar a todos los bienes para seguirle: ¡para encontrar el amor más grande!

¿Cómo podemos vivir estas actitudes en el camino hacia la Jornada Mundial de la Juventud? Ya desde ahora podemos trabajar para que la acogida de tantos jóvenes peregrinos sea un signo de la Iglesia que vive la comunión de bienes espirituales y materiales. Esta acogida es un reto a nuestra generosidad. Abrir las puertas de nuestras casas, parroquias, colegios, etc. es la mejor expresión de que formamos una sola familia, la de los hijos de Dios, en la que todos tienen cabida. También podemos ser solidarios con los jóvenes más pobres y necesitados, que desean participar en esta gran experiencia de la Iglesia y no tienen suficientes recursos. Privarnos de cosas superfluas para facilitarles la venida es también un gesto de fraternidad.

La preparación de la Jornada Mundial exige sacrificios en otros ámbitos. Son muchas las tareas que requieren trabajo constante, disciplina. Son muchos los voluntarios que ofrecen ya su tiempo en las diversas tareas que la organización implica Pero aún se necesitan más. Dar el propio tiempo y darse uno mismo es un acto de caridad que construye el bien común. Por ello, os invito a reflexionar sobre estas actitudes en vuestros grupos, asociaciones y movimientos de forma que el tiempo que nos queda hasta la Jornada Mundial sea una verdadera peregrinación que fortalezca en nosotros las actitudes del peregrino que sale de su casa para compartir con otros en el camino todo lo que tiene. En nuestra mente y en nuestro corazón están presentes ya los jóvenes que descubrirán cómo la Iglesia de Madrid ensancha sus límites y abraza a cuantos vienen a ella.

El testimonio cristiano

La Cuaresma, queridos jóvenes, nos ayuda a profundizar también en nuestra vocación cristiana en el mundo como testigos de la verdad del evangelio. Como tiempo en el que los catecúmenos se preparan para recibir el bautismo, la Iglesia exhorta a ser en medio del mundo luz y sal, dos realidades que aparecen en el rito bautismal. No olvidéis que Jesús ha dicho sois luz del mundo y sal de la tierra. La vocación del cristiano es iluminar y vivificar, propiedades de la luz y de la sal. Basta echar una mirada misericordiosa a vuestros contemporáneos para descubrir que una gran parte de la gente yace en oscuridad y en sombra de muerte. Por eso, cuando Jesucristo aparece en el mundo se le presenta como la luz que rompe la oscuridad y la vida que se hace presente entre los muertos.

Los jóvenes de hoy están necesitados de amigos que les iluminen y vivifiquen. Vosotros lo sabéis bien si estáis realmente atentos a sus necesidades más hondas. Os propongo, pues, que en este tiempo de preparación a la Pascua, y con el horizonte de la Jornada Mundial avivéis vuestra vocación cristiana y seáis para otros jóvenes testigos del evangelio. El encuentro mundial de los jóvenes en Madrid es sin duda una ocasión  óptima para proponer a vuestros amigos y compañeros la participación en los diversos actos del encuentro. Más aún, es posible que, en este tiempo preparatorio, realicéis muchas iniciativas dirigidas a explicar las razones que la Iglesia tiene para dirigirse a los jóvenes y celebrar con ellos esta gran fiesta de la fe. Debéis aprovechar cualquier ocasión para comunicar a vuestros compañeros y amigos la alegría del evangelio que nace de la amistad que Cristo brinda a todo hombre. El gran Papa Juan Pablo II, cuya próxima beatificación ha llenado de gozo a toda la Iglesia, confiaba mucho en esta capacidad que los jóvenes tenéis para contagiar a otros la alegría de la fe y la esperanza en que este mundo puede cambiar con la fuerza del evangelio y la gracia de Cristo. ¡Cuántas invitaciones dirigió a los jóvenes para que fueran, en medio de sus contemporáneos, testigos de la esperanza, centinelas de un mañana mejor, y, en último término, apóstoles de Cristo! Para ello, pedía a los jóvenes que no se conformaran con la mediocridad, que vivieran siempre en tensión hacia Dios, como testigos valientes de la verdad.

Empeñaos, pues, en esta hermosa misión de evangelizar a los jóvenes con quienes compartís vuestra vida, estudios y trabajos. Es vuestra hora. Sirviéndose de vosotros, Cristo pasará junto a los hombres y les invitará a seguirle. No es fácil la tarea, pero es un mandato del Señor, expresión de su amor, que debemos aceptar como urgente e ineludible. «La elección de creer en Cristo y de seguirle – dice Benedicto XVI en el mensaje que os ha dirigido para esta Jornada – no es fácil. Se ve obstaculizada por nuestras infidelidades personales y por muchas voces que sugieren vías más fáciles. No os desaniméis, buscad más bien el apoyo de la comunidad cristiana, el apoyo de la Iglesia. A lo largo de este año, preparaos intensamente para la cita en Madrid con vuestros obispos, sacerdotes, responsables de la pastoral juvenil en las diócesis, en las comunidades parroquiales, en las asociaciones y movimientos… Queridos jóvenes, la Iglesia cuenta con vosotros. Necesita vuestra fe viva, vuestra caridad creativa, y el dinamismo de vuestra esperanza. Vuestra presencia renueva la Iglesia, la rejuvenece y le da nuevo impulso» (nº 6).

Ahí tenéis un buen programa para esta Cuaresma y para el tiempo preparatorio de la Jornada Mundial. Vuestro obispo os alienta y os sostiene en esta hermosa tarea para que Madrid muestre al mundo entero el rostro siempre joven de la Iglesia que vive de la eterna juventud de Cristo, el Resucitado, y que está llamada a iluminar y vivificar a todos los hombres. Que Santa María, Nuestra Señora de la Almudena, os acompañe en vuestro caminar y conduzca vuestros pasos hacia Cristo.

 

Os bendigo de corazón,