Mis queridos hermanos y amigos:
El gran acontecimiento eclesial de la JMJ.2011 en Madrid fue también, en sí mismo, un impresionante testimonio de Jesucristo: de su verdad, de sus promesas, de su amor. En una emocionante y plena expresión de la comunión de la Iglesia, presidida por el Sucesor de Pedro y Vicario de Cristo, los jóvenes peregrinos del mundo entero reconocieron públicamente a Jesucristo como el Redentor del hombre, “el Hijo amado” en el que Dios todopoderoso y eterno quiso “fundar todas las cosas” y librarlas de “la esclavitud del pecado”. En el Himno de la Jornada, le aclamaron como su “Hermano”, su “Amigo”, su “Señor” manifestándole su amor con el ¡“Gloria siempre a Él”! con el que culminaba su canto. El Papa en “su meditación” al finalizar el Vía Crucis del viernes por el Paseo de Recoletos les había exhortado a mirar a Cristo “colgado en el áspero madero” de la Cruz. En ella, les dice, “reconocemos el icono del amor supremo, en donde aprendemos a amar lo que Dios ama y como Él lo hace”. Y añade: “esta es la Buena Noticia que devuelve la esperanza al mundo”.
En el trasfondo interior de la alegría siempre pronta, y visible en los gestos de fraternidad compartida por los jóvenes entre sí y con el pueblo de Madrid, se escondía la experiencia de haber encontrado Aquel que les amaba por lo que eran, sin engaños, buscando única y auténticamente su verdadera felicidad, que se labra en el tiempo y madura en la eternidad. Los jóvenes de la JMJ.2011 creían en Cristo, se fiaban de él, ¡le amaban! Él, su Amigo, Hermano y Señor, les había salido al encuentro en el camino de la JMJ-2011 de Madrid. Para muchos, cristianos desde muy niños, significó un momento de conversión de sus vidas a su ley, a su gracia, a su amor. ¡El corazón se les cambió y el alma arrepentida se sintió llamada y transformada por su amor misericordioso para una nueva vida! Para otros, ya decididos a fundar y a enraizar sus vidas en Él, pero tibios, quizá vacilantes, o con miedo a acoger su llamada para seguirle más radicalmente, les representó el impulso definitivo para el sí neto y consecuente en la elección del camino del sacerdocio y/o de la vida consagrada. Y, finalmente, para otros participantes en el acontecer del día a día de la Jornada, inquietos en búsqueda de verdad para sus vidas o, simplemente, curiosos o, incluso, distantes y hostiles a lo que se celebraba y vivía, fue un momento fuerte que conmocionó sus vidas: comenzaban a creer y a experimentar que la esperanza, que otro modo de vida −el del amor verdadero− era posible. ¡Habían encontrado a Cristo, de verdad! ¡Era el primer encuentro! El toque de la gracia llegó, además, eficaz a muchos de los vecinos y las familias madrileñas que habían abandonado, posiblemente hacía mucho tiempo, la práctica de la vida cristiana y que hasta habían podido llegar a la pérdida de la fe. Los confesonarios de la Fiesta del Perdón en “el Retiro” son los más silenciosos, pero, también, lo más elocuentes testigos de ese impacto de la gracia del Señor en el corazón de tantas y tantos madrileños. Los ecos del testimonio de los jóvenes de la JMJ-2011 alcanzaron, incluso, a España entera, por no decir, a millones y millones de televidentes de todo el mundo, a través de los medios de comunicación audiovisuales.
No hay duda, el empuje evangelizador y misionero de la JMJ-2011 ha sido formidable. Es preciso continuarlo con viveza y autenticidad apostólicas. ¡Debemos profundizar en sus efectos espirituales, personales y comunitarios, proyectándolos hacia el interior de la Iglesia y hacia el mundo! En la Homilía de la gran Eucaristía de “Cuatro Vientos”, Benedicto XVI, nuestro Santo Padre, insistía a los jóvenes peregrinos: “No se puede encontrar a Cristo y no darlo a conocer a los demás. Por tanto, no os guardéis a Cristo para vosotros mismos. Comunicad a los demás la alegría de vuestra fe”. Porque, el que crea en Cristo con todo el corazón y con todo su ser, conocerá que en Él, en su Pasión y en su Cruz, el amor misericordioso del Padre se nos da sobreabundantemente, en el Espíritu Santo. Y, “amor −como decía bellamente Santa Teresa de Jesús− saca amor” (Vida 22,14). O, dicho con otras palabras, impulsa a la correspondencia: ¡al amor al hombre caído y necesitado de misericordia y de salvación! En el Corazón Sagrado de Jesús se encuentra, en definitiva, la fuente interior de donde surge, y por la que se explica más inequívocamente desde la perspectiva de la historia de la salvación, el mandato y la exigencia misionera de la evangelización.
De la comprensión honda del acontecimiento y del don extraordinario de la gracia que fue la JMJ-2011 para Madrid, hay que sacar conclusiones de vida y de acción pastorales para nuestra Comunidad Diocesana, como queridas y urgidas por el Señor en esta hora histórica de una “crisis” pertinaz y desbordada, constatable en todos los órdenes de la experiencia humana. Tres parecen evidentes:
1º No hay tiempo que perder en anunciar expresamente y en dar a conocer a Jesucristo, como el Hijo de Dios hecho hombre y como “el Dios con nosotros”, que en los Misterios de su encarnación, nacimiento, vida oculta, vida pública, muerte y resurrección ha abierto a todos los hijos de los hombres, de par en par, la puerta de la pista que conduce a la victoria sobre el mal −¡sobre el pecado y sobre la muerte temporal y eterna!−, y que les lleva a la felicidad y a la gloria. Es preciso recordar al hombre y a la cultura contemporáneas que la gloria del hombre es la Gloria de Dios. El “apostolado” constituye el método apropiado para que toda la comunidad creyente se implique en esta primera e inaplazable tarea de la evangelización. Tarea a ejercer privadamente en lo más variados contextos de la vida individual, familiar, profesional y social; y, públicamente, en todos los foros y escenarios de la vida pública.
2º El testimonio de la palabra ha de ser acompañado por la inequívoca credibilidad de las obras, es decir, por la autenticidad cristiana de la vida de cada uno de los hijos e hijas de la Iglesia, que cumplan fielmente los dos grandes mandamientos de la Ley de Dios −en los que se resumen la ley y los profetas− y que el Señor ha confirmado, profundizado y renovado en su Evangelio de la Gracia. En la vida de cada cristiano y en la de la comunidad cristiana ha de poder notarse que “las Bienaventuranzas” son la señal típica y verificable de lo que es la Iglesia como “Comunión” en el amor de Cristo Resucitado, de tal forma y con tal claridad que los que están o permanecen todavía fuera de ella hayan de reconocer: “ved cómo se aman”, ved cómo aman a los hombres sus hermanos: ¡al hombre indigente física y espiritualmente!. Traigamos de nuevo a la memoria bellísimas palabras del Santo Padre en su Encíclica “Spe Salvi”, que él mismo quiso recordar a los jóvenes peregrinos de la JMJ-2011 en su alocución al término del Vía Crucis en la Plaza de la Cibeles: “Sufrir con el otro, por los otros, sufrir por amor de la verdad y de la justicia; sufrir a causa del amor y con el fin de convertirse en una persona que ama realmente, son elementos fundamentales de la humanidad, cuya pérdida destruiría al hombre mismo” (Spe Salvi, 39). El ejercicio de “la Caritas” en casa, en las relaciones matrimoniales, en la familia, entre los pobres y los más necesitados, en la vecindad y entre los amigos, con los que sufren y en la gran sociedad, es de suma importancia −¡absolutamente vital!− para que se pueda hablar y obrar con autenticidad dentro del proyecto de la nueva evangelización.
3º La presencia y difusión del testimonio mostrado y practicado del amor de Cristo en los distintos ambientes de la vida pública es la tercera exigencia pastoral que se deriva netamente de la gran y gozosa celebración de la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid. En el mundo del pensamiento, de la cultura, del arte, de la sociedad, de la economía −¡de la empresa y del trabajo!−, de la comunidad política y del Estado, en ese global “atrio” en el que se desenvuelven actualmente las relaciones entre los pueblos y naciones, se ha de introducir el testimonio inconfundible del buen aroma del amor de Cristo, de su fuerza y resultados humanizadores: ¡la verdad y la realidad de una no corrompida, sino íntegra y plena humanidad!, ¡una nueva humanidad!
Cuando se “instauran todas las cosas en Cristo”, entonces, en el tejido más profundo del alma humana −¡de toda la familia humana!−, surge, crece y se afianza como “un reino eterno y universal: el reino de la verdad y la vida; el reino de la santidad y la gracia; el reino de la justicia, el amor y la paz” (Pref. Misa de Cristo Rey).
Encomendemos a la intercesión y cuidado amoroso de nuestra Madre del Cielo y Madre de Jesucristo Rey del Universo, a la Santísima Virgen, Virgen de La Almudena, estos primeros pasos de nuestro renovado camino de la evangelización de Madrid en la Comunión de la Iglesia.
Con todo afecto y con mi bendición,