Mis queridos familiares de misioneros y misioneras:
Cuando faltan ya muy pocos días para el 25 de diciembre, todos nos disponemos a celebrar el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, y hemos de hacerlo con un corazón abierto para recibirle, como lo hicieron María y José, y los sencillos pastores de Belén.
Cada año, por estas fechas, os escribo, y no es para mí una obligación más, sino un momento de gracia, como pastor de la Iglesia diocesana de Madrid. No quiero dejar de recordaros y haceros llegar mi cariñoso saludo a todos los que tenéis un familiar en las misiones: un hijo, un hermano, un nieto, un sobrino, una persona cercana en vuestra familia. Con esta carta, quiero compartir con vosotros la experiencia de tener un ser querido lejos por causa del Evangelio. ¿Cómo podría yo olvidarme de nuestros misioneros? Ellos son una gracia de Dios para toda la Iglesia diocesana, lo es para mí y lo es, sin duda, para vosotros de un modo muy especial.
Celebramos el nacimiento de Jesús, que es el Enviado del Padre, y como Él también un día vuestro hijo, hermano o familiar fue enviado por la Iglesia a un país lejano. Así como Jesús tuvo que asumir la condición humana, nuestros misioneros han tenido que asumir la cultura, la lengua y la vida de aquellos a los que han sido enviados. Siguiéndole a Él, lo han hecho con ánimo desprendido y generoso, con amor y con alegría, convencidos de que nada hay más grande en la vida que entregarla por Cristo. También vosotros habéis aceptado con alegría, aunque con algún dolor, esta entrega, y el Señor, que todo lo ve, que está dentro de vuestro corazón, os lo agradece y os lo recompensará con creces. Ésta es una de las grandes convicciones de nuestra fe. El Señor es siempre quien va delante, y su generosidad es infinita. Nada de lo que hacemos por Él quedará sin su bendición, y ningún sacrificio a causa de nuestra fidelidad a su amor dejará de dar frutos abundantes para el Reino de Dios, para la propia vida de nuestros misioneros, y sin duda también para la de sus familias.
Como ya os decía en mi carta del pasado año, este 2011 ha sido un año muy especial para nuestra Iglesia diocesana, y para toda la Iglesia universal, con la celebración de la XXVI Jornada Mundial de la Juventud. Ha sido, ciertamente, un año profundamente misionero, no sólo por la presencia de muchos de vuestros familiares misioneros y de tantos jóvenes venidos desde sus ciudades y misiones, sino también, y muy especialmente, por el espíritu misionero que el Santo Padre Benedicto XVI le ha dado a este Encuentro extraordinario, animando y motivando a los jóvenes a vivir su vocación cristiana como verdaderos misioneros de Cristo, de Quien han recibido el mandato de ir a todo el mundo a llevar la luz de la Verdad y del Amor, que es Él mismo. Los frutos de la JMJ de Madrid 2011 ya están siendo patentes, y con nuestra oración y nuestra perseverancia, sin duda, lo estarán siendo más cada día. La semilla sembrada en el corazón de los jóvenes no dejará de dar sus buenos frutos, también para la vida misionera. Esta vocación específica la sentirán no pocos de ellos, que han de meditarla en la presencia de Dios, y no tener miedo alguno en seguirla. Pero, en realidad, a todos los que, de un modo u otro, han participado en la JMJ, el Señor les irá abriendo más y más el corazón para que descubran que allí donde hayan de estar tienen que manifestar, con sencillez y, a la vez, con valentía y convencimiento su fe, su esperanza y su amor cristianos.
Quiero también, un año más, invitaros a participar en la celebración de la Fiesta de las Familias, que en esta ocasión será el viernes 30 de diciembre, en que celebramos la Fiesta de la Sagrada Familia. Será en la Plaza de Colón, bajo el lema «Gracias a la familia cristiana ¡hemos nacido! Los jóvenes de la JMJ», y habrá también un Mensaje especial del Papa. Y no dejéis, ya desde ahora, de orar por el fruto de esta hermosa Fiesta de las Familias.
A todos vosotros os animo a que viváis también con alegría el Año Nuevo, que el Señor nos regala, y que la celebración de la Navidad os ayude a valorar y agradecer aún más el sacrificio de vuestros hijos y hermanos misioneros, y el vuestro propio, al que yo me uno a través de estas letras y de mi oración, por todos vosotros, por los misioneros y por los frutos de su trabajo apostólico.
Concluyo ya esta carta, agradeciéndoos vuestra vida y pidiendo al Niño Dios que os bendiga y os llene de sus gracias y dones, para que viváis con alegría y llenos de la esperanza verdadera. Que la Virgen María, nuestra Señora de la Almudena, os acompañe con su amor de Madre. A todos os encomiendo, al tiempo que yo también me encomiendo a vuestras oraciones. ¡Feliz Navidad, y un año 2012 lleno de las bendiciones de Dios!
Con mi afecto y bendición,