Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:
Vamos a celebrar en nuestra Archidiócesis, como en años anteriores, la Jornada de Enseñanza, que se desarrollará el sábado 10 de marzo. Además de disponer de una nueva ocasión para seguir afianzando vuestra vocación educativa, que debéis de ejercer con la responsabilidad propia del cristiano, se os presenta una nueva oportunidad para el encuentro, en un clima de convivencia y oración, de todos los educadores que estáis trabajando a favor de una renovada presencia de la Iglesia, maestra de humanidad, en el campo educativo.
Este encuentro anual me brinda la oportunidad de reflexionar sobre la importancia de la educación para la formación de la persona. Como sabéis, el proceso educativo procura conducir el crecimiento de la persona avivando su deseo de perfección y de excelencia en todos los sentidos desde la perspectiva de su vocación trascendente como imagen de Dios y de su llamada a la filiación divina. La familia es el primer ámbito educativo que se encarga de ofrecer a los hijos la configuración y el desarrollo de las primeras imágenes sobre nosotros mismos y sobre el mundo que nos rodea. Aunque la tarea educativa no se reduce sólo al ámbito familiar, puesto que a ella contribuyen también otros agentes educativos, el Concilio Vaticano II nos recordó “la bella, y ciertamente de gran trascendencia, vocación de todos aquellos que, ayudando a los padres en el cumplimiento de su deber y actuando en representación de la comunidad humana, asumen la tarea de educar en las escuelas” (Gravissimum educationis, 5). La importancia de esta labor docente ha llevado a la Iglesia a estar presente, ya desde sus comienzos, en la escuela con el fin de ofrecer a los niños y jóvenes la necesaria formación integral que ha de perseguir todo proceso educativo.
El lema de la Jornada escogido para este año: “Educar en la justicia y la paz”, guarda relación con el Mensaje del Santo Padre para la XLV Jornada Mundial de la Paz, celebrada al comienzo de este año nuevo, con el que ha querido recordarnos la esperanza que late en el corazón del hombre −especialmente viva y visible en los jóvenes− así como la aportación que éstos, con su entusiasmo y su impulso hacia los ideales más nobles, pueden y deben ofrecer a la sociedad. De ahí que el “prestar atención al mundo juvenil, saber escucharlo y valorarlo, no es sólo una oportunidad, sino un deber primario de toda la sociedad, para la construcción de un futuro de justicia y de paz”. Ante este panorama, “la Iglesia mira a los jóvenes con esperanza, confía en ellos y los anima a buscar la verdad, a defender el bien común, a tener una perspectiva abierta sobre el mundo y ojos capaces de ver cosas nuevas”.
Y en referencia a esta búsqueda de la verdad, ¡cómo no recordar las palabras que Benedicto XVI dirigía en el Monasterio de San Lorenzo de el Escorial a los jóvenes profesores universitarios durante la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid!: “los jóvenes necesitan auténticos maestros; personas abiertas a la verdad total en las diferentes ramas del saber, sabiendo escuchar y viviendo en su propio interior ese diálogo interdisciplinar; personas convencidas, sobre todo, de la capacidad humana de avanzar en el camino hacia la verdad. La juventud es tiempo privilegiado para la búsqueda y el encuentro con la verdad”. Y la verdad es Cristo. Ahora bien, como el mismo Benedicto XVI ha repetido en diversas ocasiones, el clima de relativismo imperante en amplias capas de nuestra sociedad supone un duro golpe a la tarea educativa pues, al no reconocer nada como definitivo, la persona queda condenada a dudar de la bondad de su misma vida y de las relaciones que la constituyen, de la validez de su esfuerzo por construir con los demás algo en común. La respuesta a esta situación no puede ser ni la resignación ni el plegarse a los dictados del pensamiento dominante, pues de esta forma olvidamos que el fin de todo proyecto educativo es la formación integral de la persona para que viva en plenitud y pueda hacer su aportación al bien de la sociedad. Por el contrario, hemos de procurar despertar en los niños y jóvenes los interrogantes oportunos y acompañarles en la búsqueda que les lleve a descubrir que Dios, lejos de ser el rival de su felicidad, es el garante de su libertad y de su plena realización.
El actual escenario de la crisis económica -que presenta, en palabras de Benedicto XVI, raíces culturales y antropológicas- es un estímulo para educar en la justicia y la paz a los niños y jóvenes, partiendo de las orientaciones que la doctrina social de la Iglesia propone en diálogo con todos los que se preocupan por el bien del hombre y del mundo. Así, ante la pregunta ¿qué es la justicia?, dicha doctrina afirma que la justicia no es una simple convención humana, porque lo que es justo no está determinado originariamente por la ley, sino por la identidad profunda del ser humano. La plena verdad sobre el hombre permite superar la visión contractual de la justicia, que es una visión limitada, y abrirla al horizonte de la solidaridad y del amor. De ahí que, la doctrina social de la Iglesia sitúe, junto al valor de la justicia, el de la solidaridad en cuanto vía privilegiada de la paz (cf. Compendio de la doctrina social de la Iglesia, 202-203).
Una paz que no es la mera ausencia de la guerra, ni se reduce sólo al establecimiento de un equilibrio de las fuerzas adversarias, ni surge de una dominación despótica, sino que, con toda exactitud y propiedad, se llama la obra de la justicia (Is 32, 7). Esta paz en la tierra no se puede lograr si no se asegura el bien de las personas y la comunicación espontánea entre los hombres de sus riquezas de orden intelectual y espiritual. Es absolutamente necesaria la firme voluntad de respetar a los demás hombres y pueblos, así como su dignidad, y el ejercicio apasionado de la fraternidad para construir la paz. Así, la paz es también fruto del amor, que va más allá de lo que la justicia puede aportar. De ahí que todos los cristianos seamos llamados insistentemente para que, haciendo la verdad en el amor (Ef 4, 15), nos unamos con todos los hombres pacíficos para pedir e instaurar la paz (cf. Gaudium et spes, 78).
La paz es ante todo don de Dios, que exige de nosotros disponibilidad y compromiso con la justicia, el amor, la verdad y la misericordia para los más necesitados. Ante la fragilidad de nuestra voluntad, herida por el pecado, descubrimos el difícil desafío que supone recorrer la vía de la justicia y de la paz. El auxilio, como escribe Benedicto XVI, no puede ser otro que la mirada al Dios viviente, que es la medida de lo que es justo y, al mismo tiempo, es el amor eterno. Por eso, dirigiéndose a los jóvenes les dice: “vosotros sois un don precioso para la sociedad. No os dejéis vencer por el desánimo ante las dificultades y no os entreguéis a las falsas soluciones, que con frecuencia se presentan como el camino más fácil para superar los problemas. No tengáis miedo de comprometeros, de hacer frente al esfuerzo y al sacrificio, de elegir los caminos que requieren fidelidad y constancia, humildad y dedicación. Vivid con confianza vuestra juventud y esos profundos deseos de felicidad, verdad, belleza y amor verdadero que experimentáis. Vivid con intensidad esta etapa de vuestra vida tan rica y llena de entusiasmo” (Mensaje para la XLV Jornada Mundial de la Paz).
Quiera Dios que esta nueva Jornada de Enseñanza aliente, junto al ánimo y la esperanza de toda la comunidad educativa, deseos de justicia y de paz, y que la compañía de Santa María de la Almudena nos ayude a abrirnos con confianza e ilusión apostólica al futuro.
Con mi cordial afecto y bendición,