HOMILÍA del Emmo. y Rvdmo. Sr. Cardenal Arzobispo de Madrid en la Solemnidad de SAN ISIDRO LABRADOR Patrono de la Archidiócesis de Madrid

HOMILÍA del Emmo. y Rvdmo. Sr. Cardenal Arzobispo de Madrid

en la Solemnidad de SAN ISIDRO LABRADOR

Patrono de la Archidiócesis de Madrid

Colegiata de San Isidro; 15.V.2012; 11’00 horas

(Hch 4,32-35; Sal 1,1-2.3.4y6; San 5,7-8.11.16-17; Jn 15,1-7)

 

Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:

Madrid celebra hoy, de nuevo, la Fiesta de su Patrono, San Isidro Labrador. El 15 de mayo es el día en que la Iglesia y el pueblo de Madrid, desde tiempo inmemorial, lo veneran como su santo Patrono. La santidad de Isidro, labrador de el Madrid medieval del siglo XII de nuestra era, en el inicio del segundo milenio del Cristianismo, es reconocida muy pronto por sus convecinos, coetáneos suyos y, luego, sin solución de continuidad, por las generaciones sucesivas de madrileños, hasta nuestros días. Si hay en la historia de la Iglesia un Santo cuya fama de santidad haya nacido y se haya extendido a través de los siglos como expresión del alma de un pueblo, ese ha sido San Isidro Labrador, Patrono de Madrid. Pocos Santos han sido canonizados por la Iglesia merced a un clamor popular tan unánime, tan entusiasta y tan tenazmente sostenido a lo largo de los siglos, como ha sido el caso del Santo Patrono de Madrid. Cuando el Papa Gregorio XV lo proclama oficialmente Santo el 12 de marzo de 1622, junto con otros tres grandes santos españoles de la época −más concretamente, del anterior siglo XVI−, San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier y Santa Teresa de Jesús, a los que se une el italiano Felipe Neri, el júbilo se apodera de la Villa de Madrid que celebra el acontecimiento con grandes festejos civiles y religiosos. Nada menos que Lope de Vega sería el encargado de escribir la crónica oficial de estas fiestas.

¿Qué habían apreciado los madrileños a lo largo de una historia multisecular en Isidro, un labrador de biografía extraordinariamente sencilla y humilde del Madrid que comenzaba a entrar con pasos difíciles y modestos por la puerta de una historia que le conduciría a ser la capital de España? La respuesta es evidente: ¡su santidad! ¿Sigue siendo ésta la respuesta de los madrileños que lo conmemoran y homenajean en su Fiesta de hoy 15 de mayo del año 2012? La contestación afirmativa a esta pregunta sería, sin duda, la de una gran mayoría del pueblo de Madrid que mantiene viva la fe cristiana de sus antepasados. Y sería, también, la respuesta de otros madrileños, alejados de esta historia del Madrid creyente en Jesucristo el Salvador del hombre, si se les explicase bien en qué consiste y qué es la santidad y, sobre todo, si la viesen plasmada en la vida de sus contemporáneos, al menos, de algunos; sobre todo, de los que se consideran y son hijos e hijas de la Iglesia aquí y/o en otros lugares de la geografía patria o de cualquier parte del mundo. ¿No son atrayentes y convincentes, por ejemplo, para la juventud actual las figuras del Beato Juan Pablo II y de la Beata Teresa de Calcuta? Si es siempre actual la santidad, también lo es hoy y nunca dejará de serlo la figura de San Isidro Labrador, Patrono de Madrid.

Hay una definición de la santidad muy fácil de comprender: la santidad es la perfección de la caridad o, dicho con otras palabras, ¡del Amor! Santo es, por lo tanto, aquél que a través de un camino perseverante de superación del pecado va madurando su personalidad en la perfección del amor, siguiendo a un modelo único e irrepetible, Jesucristo −nuestro Hermano, nuestro Amigo, nuestro Señor−, que no se queda sólo en un simple llamamiento a seguirle sino que, además, lo posibilita y acompaña, viniendo a nuestro encuentro con su amor más grande. Él dijo: “Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15, 12-13). Y Él la dio por todos nosotros: ¡por todos los hombres de cualquier época y de cualquier lugar del mundo! La Iglesia declara santos a aquellos de quienes le consta que han vivido, en su paso por la tierra y por la historia, las virtudes teologales de la fe, de la esperanza, de la caridad y, con ellas, las virtudes morales de la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza ¡heroicamente! o, lo que es lo mismo, con la perfección de la caridad, que es la virtud “forma” y “culmen” de todas ellas. Un bellísimo texto de Santa Teresa del Niño Jesús, inspirado en la Primera Carta de San Pablo a los Corintios, expresa con emotiva belleza esa fuerza transformadora y santificadora de la caridad: “Comprendí que el Amor encerraba todas las vocaciones, que el amor era todo, que abarcaba todos los tiempos y todos los lugares… en una palabra, que es ¡eterno!” (Santa Teresa del Niño Jesús, ms. autobiografía B 3v).

En San Isidro, los madrileños de todos los tiempos, desde la misma fecha de su fallecimiento el 30 de noviembre del año 1172, día de San Andrés −según su primer biógrafo, Juan el Diácono−, vieron y reconocieron a un testigo eminente de la caridad de Cristo: ¡testigo y ejemplo de un amor ejercido y practicado heroicamente como la “forma” espiritual que modelaba todos los ámbitos de su existencia:

Isidro Labrador compartía su casa, su mesa, su tiempo con los más pobres y necesitados que pasaban por su puerta o a su lado en el camino de la vida. Vivió según el modelo de los primeros creyentes en Cristo que Dios miraba con mucho agrado: “Ninguno pasaba necesidad, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero y lo ponían a disposición de los Apóstoles; luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno” (Hch. 4, 34-35). En la mesa de todos los días, en su casa, siempre había lugar y plato disponible para el pobre.

San Isidro “no sigue el consejo de los impíos, ni entra por la senda de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los cínicos, sino que su gozo es la ley del Señor y medita su ley día y noche” (Sal 1, 1-2). Isidro, acusado y calumniado por sus compañeros de trabajo ante el amo −de la casa de los Vargas− de que abandonaba y descuidaba su tarea, reacciona con la paciencia y la bondad del que sabe que su valedor es el Señor. La bellísima escena de “los Ángeles” que le acompañan en su laboreo con la yunta de bueyes, explica mejor que ninguna justificación teórica lo que significaba para su vida de hijo de Dios el trabajo, la relación fraterna con sus compañeros y con el dueño de las tierras que labraba.

 

Isidro Labrador sabía aguardar paciente y esperanzado el fruto valioso de la tierra, acogiendo en su comportamiento sentimientos de misericordia, de constancia en hacer el bien y de esperanza en la cercanía y en la gracia de Dios que él invocaba todos los días antes de iniciar la faena.

Y, sobre todo, se mantenía muy unido a Jesucristo como el sarmiento a “la verdadera vid” que da la vida: la vida espiritual y la vida temporal. Isidro era asiduo visitante de la Iglesia de Santa María. En la oración −¡seguramente contemplativa!− cultivada preferentemente en la Eucaristía, se alimentaba su alma: su fe, su esperanza y,  muy especialmente su caridad.

La actualidad de San Isidro

¿San Isidro Labrador… actual? ¡Sí! y, precisamente, por su condición de santo: ¡por su santidad! Las situaciones críticas por las que ha atravesado la Iglesia a lo largo de la historia −pensemos en el siglo precedente a su canonización− han sido superadas siempre gracias a la presencia y a la acción de los santos: cristianos de todas las vocaciones que han aspirado consecuentemente a la perfección de la caridad. Las crisis de las sociedades y de los pueblos tampoco fueron −ni serán superadas− si no es por la acción y la entrega de personas honradas, sacrificadas, laboriosas, movidas por la caridad: ¡por el amor desinteresado y donado, en Dios, al prójimo! ¿No estará ocurriendo que en esta hora crítica de nuestra sociedad y del mundo nos faltan los santos? ¿O no sucederá algo todavía más grave? ¿que no comprendemos o no queremos comprender y apreciar el valor de la santidad? Benedicto XVI en la JMJ del pasado agosto en Madrid hablaba a los jóvenes de todo el mundo, en varios de los momentos de sus encuentros con ellos, del valor de ser testigos del Amor de Cristo, ¡testigos valientes de su Evangelio!: “por tanto, no os guardeis a Cristo para vosotros mismos. Comunicad a los demás la alegría de vuestra fe. El mundo necesita el testimonio de vuestra fe, necesita ciertamente a Dios”. Pocas semanas más tarde, en la visita a la ciudad alemana de Friburgo, en su patria, les decía: “Queridos amigos, tantas veces se ha caricaturizado la imagen de los santos y se los ha presentado de modo distorsionado, como si ser santos significase estar fuera de la realidad, ingenuos y sin alegría. A menudo, se piensa que un santo es aquel que lleva a cabo acciones ascéticas y morales de altísimo nivel y que precisamente por ello se puede venerar, pero nunca imitar en la propia vida. Qué equivocada y decepcionante es esta opinión. No existe ningún santo, excepto la bienaventurada Virgen María, que no haya conocido el pecado y que nunca haya caído en él… Cristo no se interesa tanto por las veces que vaciláis o caéis en la vida, sino por las veces que os levantáis. No exige acciones extraordinarias; quiere, en cambio, que su luz brille en vosotros”. Sí, en esto precisamente se hace verdad y realidad la santidad: en saber abrir a la luz de Cristo, a la gracia de Cristo, al amor de Cristo… la puerta de lo más íntimo de nosotros mismos, en una palabra, de nuestro corazón llamado al amor, pero siempre tentado de usar de su libertad en contra de la ley y de la gracia de Cristo.

6. San Isidro Labrador, hoy como siempre: ejemplo, modelo e intercesor. ¡Testigo de la alegría de creer!

La vida de San Isidro por sencilla y cercana a la de cualquier esposo, padre de familia y trabajador de nuestros días, se nos presenta en “su santidad” buscando y realizando siempre la perfección del amor como un estímulo espiritual y humano extraordinario para nuestra propia forma de afrontar la nuestra. No es tan complicado, ni tan raro, ni tan excepcional ser “santo” La heroicidad de los santos es una heroicidad accesible a cualquiera. ¿Por qué no lo intentamos con la misma sencillez y con la misma confianza en la gracia de Dios con que lo hizo y lo logró nuestro Santo Patrono? Los frutos personales, familiares y sociales serían abundantes y sorprendentes por sus efectos de justicia y de solidaridad, de cercanía, de bondad y de paz, tanto en el ámbito de nuestra vida privada como en el amplio y complicado campo de la vida pública. El mismo San Isidro nos indica en donde hay que buscar “la fuente” de esta gracia y don del Espíritu Santo, que nos transforma y nos sostiene en el Amor: en el Corazón de Cristo, operante en su Palabra y en sus Sacramentos, singularmente en los de la Penitencia y de la Eucaristía: ¡en la oración! A Él, nuestro Patrono, si al hacer su memoria y al venerarle le pedimos ayuda e intercesión, sin duda no nos defraudará: nos ayudará en el camino. Ayudará a los madrileños a superar sus problemas más dolorosos: la falta de trabajo, la enfermedad, las rupturas matrimoniales y familiares… la tristeza y la desesperanza… la debilidad para encontrar la senda de la fe y de una existencia  según el mandamiento en el que se contiene toda la ley de Dios: ¡ama a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y al prójimo como Cristo nos amó! Nos hemos propuesto para el curso próximo,  en el “Año de la Fe” convocado por nuestro Santo Padre Benedicto XVI, abrir un nuevo capítulo de la Evangelización en nuestra archidiócesis con el nombre de “Misión-Madrid”. Solo si lo abrimos y lo escribimos apostólicamente como una decidida apuesta para tomar en serio la vocación de todos a la santidad, dará frutos de verdadera renovación de la Iglesia en el surco abierto por el Concilio Vaticano II y de una auténtica sanación y reforma moral y humana de nuestra sociedad. ¡Encomendemos este gran proyecto pastoral a San Isidro Labrador y a Santa María de la Cabeza!

En la historia creyente de Madrid, María, la Madre del Señor, Madre de la Iglesia y Madre nuestra, la Santísima Virgen bajo la advocación de “La Almudena”, aparece siempre alentando y guiando a nuestro Patrono, San Isidro Labrador, en la aceptación y en la vivencia fiel de esa fórmula de existencia escondida en Dios, con Cristo, que él eligió; la fórmula, expresada en la oración colecta de la Misa−, de que “el trabajo de cada día (¡qué no falte!) humanice nuestro mundo y sea, al mismo tiempo, plegaria de alabanza a tu nombre”:  ¡al nombre de Dios! ¡Que sea Ella hoy, en la Fiesta de su Patronazgo sobre la Iglesia y el pueblo de Madrid, la que nos ayude a comprenderlo, a imitarlo y a invocarlo con verdadera y gozosa devoción!

Amén