Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:
El Papa Benedicto XVI acaba de anunciar su renuncia a la sede de Pedro, que quedará vacante el 28 de este mes de Febrero a las 20 horas. Las breves palabras que ha dirigido en el consistorio de los Sres. Cardenales, reunido para tres próximas canonizaciones, expresan la responsabilidad con que toma libremente esta grave decisión, asumida después de considerarla reiteradamente en su conciencia ante el Señor. Su renuncia al ministerio petrino, como él mismo dice, se debe al debilitamiento de sus propias fuerzas para poder llevar adelante el supremo pastoreo de la Iglesia. En este sentido, su decisión es un claro signo de humildad, de libertad en el Señor y de amor a la Iglesia, a la que ha servido con entrega infatigable y generosa. Esta decisión del Santo Padre está contemplada en las leyes de la Iglesia, que determinan que “la renuncia sea libre y se manifieste formalmente” (CIC 332,2), como así ha sucedido. Tampoco es necesario que sea aceptada por nadie (cf. 332,2), ya que el Papa no está sometido a ninguna autoridad en el ejercicio de su ministerio eclesial. En la historia de la Iglesia es bien conocido el caso del Papa Celestino V (s. XIII), que renunció a la sede de Pedro y se retiró a la vida monástica que había llevado antes de su elección. Benedicto XVI ha anunciado que seguirá sirviendo de todo corazón a la Iglesia entregado a la oración.
El Papa Benedicto XVI ha servido a la Iglesia como un humilde trabajador de la viña del Señor, que aceptó la suprema responsabilidad de Pastor universal con obediencia a la voluntad del Señor que se le manifestó en la elección del cónclave después de la muerte del beato Juan Pablo II. Durante estos años como sucesor de Pedro ha iluminado a la Iglesia con un magisterio claro y espléndido sobre todas las cuestiones que afectan a la Iglesia en el mundo de hoy: desde el primado de Dios en la sociedad hasta los aspectos más esenciales y sencillos de la vida cristiana, entendida como vida en Cristo y en su santidad. Ningún aspecto de la vida humana ha quedado al margen de su corazón de Padre y Pastor de la Iglesia, preocupado por que el hombre pueda llegar a Dios por medio de Cristo, único Redentor. Sus encíclicas sobre la Caridad, la Esperanza y la convocatoria del Año de la Fe muestran su interés por mantener a la Iglesia sobre el único fundamento que puede darle firmeza y estabilidad en los avatares de este mundo: la relación estrecha, viva y directa con Dios a través de la vida teologal.
España tiene con este Papa una especial deuda de afecto y gratitud. Nos ha visitado en el encuentro mundial de las familias en Valencia (2006); peregrinó a la tumba del apóstol Santiago en Compostela y viajó a Barcelona para consagrar la basílica de la Sagrada Familia de Gaudí (2010); finalmente, perdura aún vivo en nuestro recuerdo su estancia de cuatro días en Madrid durante las Jornadas mundiales de la juventud donde llevó adelante con toda generosidad un programa intenso de actividades, encuentros y celebraciones que confirmó a los jóvenes en la fe, les alentó en su vocación misionera y les animó a vivir la amistad con Cristo como fundamento de toda su vida y quehacer cristianos. Como fruto de aquella experiencia profundamente misionera, la Misión Madrid sigue viviendo de su impulso apostólico y de su afán por llevar el evangelio a quienes no lo conocen.
El Papa sabe muy bien que la Iglesia está en manos del Sumo Pastor, Nuestro Señor Jesucristo, que la guía con sabiduría hacia la meta final de la historia. Sabe también que el Espíritu Santo dará a su Iglesia un sucesor de Pedro que, dócil a sus inspiraciones, guiará a la Iglesia con la autoridad de Cristo, como él mismo y sus predecesores más cercanos lo han hecho. Al retirarse, sin embargo, nuestra gratitud se torna hacia él convertida en ardiente plegaria y en un profundo afecto eclesial porque supo aceptar por amor la carga que el Señor ponía sobre sus hombres cuando lo llamó a la sede de Pedro, del mismo modo que por amor a la Iglesia deja humildemente en manos de Cristo y de su Espíritu las riendas que otro tomará para confirmarnos en la fe y mantenernos unidos por el vínculo de la caridad. Oremos, queridos diocesanos, por nuestro Papa Benedicto XVI, para que el Señor le conforte y sostenga, le consuele e ilumine y haga fecundos todos los trabajos, plegarias y sufrimientos en favor de su santa Iglesia.
Con todo afecto y con mi bendición,