Madrid, 12 de Julio de 2013
“ID Y HACED DISCIPULOS A TODOS LOS PUEBLOS (Mt,28,19)
En vísperas de la XXVIII JMJ “Río-2013”
Mis queridos hermanos y amigos:
Mañana D.m. comenzamos a peregrinar rumbo a Brasil, en camino para la vigésima octava Jornada Mundial de la Juventud. Un buen grupo de jóvenes madrileños acompañados por sus sacerdotes y educadores, y por nosotros mismos, emprende vuelo a Sao Paulo. Allá viviremos la semana de encuentro con los amigos y hermanos jóvenes de esa gran Diócesis brasileña, que nos preparará en unión y comunión fraterna con su Pastor diocesano y sus fieles, espiritual y pastoralmente, puesta la vista en las Jornadas de la semana siguiente, en Río de Janeiro, presididas por nuestro Santo Padre Francisco. Seguimos el mismo método de experiencia espiritual, de apertura eclesial, pastoral y apostólica, de la semana en las diócesis, que en nuestra inolvidable JMJ. Madrid 2011 −“verdadera cascada de luz (Benedicto XVI)”−, dio tan espléndidos frutos de evangelización en centenares de miles de jóvenes venidos de todos los rincones del mundo y en nuestros propios jóvenes de España. La experiencia culminó en Madrid. Los jóvenes de los más variados países de la tierra −casi doscientos− volvieron a sus casas, a sus lugares de estudio y de trabajo, a las ciudades y pueblos de donde habían venido, mejor y más hondamente enraizados y edificados en Cristo: verdaderamente “firmes en la fe”. La Fe que es luz para la vida; mejor dicho, que es la luz que ilumina a todo hombre de cualquier época de la historia, para que pueda acertar con la senda que le lleve y conduzca a la verdad y a la vida, que es Jesucristo, el Hijo de Dios vivo, “el Emmanuel”: “¡el Dios con nosotros!”. Con Jesucristo Crucificado y Resucitado, presente en la Iglesia, como aquellos jóvenes del emocionado Madrid de agosto de 2011 creyendo en Él, los jóvenes de la gran celebración de la JMJ Río 2013 y los actuales jóvenes del mundo recibirán la luz de la fe capaz de “iluminar toda la existencia del hombre”; esa luz, que cuando falta, “todo se vuelve confuso, es imposible distinguir el bien del mal, la senda que lleva a la meta, de aquella otra que nos hace dar vueltas, sin una dirección fija” (cfr. LF, 3.4). Sí, en cualquier momento de la historia, sobre todo de la historia cristiana, el hombre ha necesitado siempre de esta luz que “nace del encuentro con el Dios Vivo” (LF, 4) para salir de la oscuridad de su “yo” encerrado en si mismo y clausurado en la realidad visible que le rodea; hoy, tanto o más. Esa oscuridad, que le deja sin horizontes para afrontar el futuro de la existencia con la esperanza de la verdadera felicidad, se revela con un especial dramatismo en la apuesta de la cultura dominante por el escepticismo ideológico y por el relativismo moral. Los jóvenes acusan su impacto de forma especialmente grave y eminentemente destructora de su personalidad.
La crisis global −en el doble sentido de afectar a la geografía universal y de cuestionar el sentido primordial de la existencia humana− no está siendo vencida −ni, en último término, lo será nunca a fondo− si únicamente se emplean medidas socio-económicas y político-culturales, ciertamente imprescindibles, pero que carezcan del aliento, la dirección y el vigor humanamente entregado y generoso que procede de una verdadera conversión moral y espiritual. Conversión, que sólo es posible en el encuentro con el Dios que en la Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección de su Hijo Jesucristo nos ha ofrecido la luz de la verdad sin límites, que ilumina nuestro ser y nuestro destino, que nos sostiene y conforta en el camino del amor y, así, nos abre el corazón a la esperanza de la victoria del bien sobre el mal, de la vida sobre la muerte, de la felicidad sobre la infelicidad.
Se comprende, pues, muy bien que a la hora de elegir un lema para la JMJ Río.2013 el Papa Benedicto XVI se fijase en el texto final del Evangelio de San Mateo, que describe la escena en la que el Señor Jesucristo, a punto de ascender al cielo, les manda a sus discípulos: “Id y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado”; para asegurarles a continuación que estará con ellos “todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt. 18-21). He aquí el reto pastoral que plantea la JMJ Río. 2013 a la Iglesia y a sus jóvenes en esta hora tan crucial de su presente y tan decisiva para su futuro: ¡ser una Iglesia convincentemente misionera! ¡ser jóvenes católicos auténticamente apóstoles de sus hermanos, los jóvenes de todo el planeta! El Papa Benedicto XVI lo percibió con su habitual finura espiritual para detectar e iluminar los signos de los tiempos. El Papa Francisco lo ha asumido con el corazón ardiente y próximo de un Pastor que conoce todos los dolores y miserias de sus hijos, especialmente de los más jóvenes, atrapados y agobiados en todas “las periferias” sociales, familiares y espirituales que abundan tanto en todas las áreas políticas y sociales de la humanidad actual.
La JMJ-Río 2013 volverá a ser una Fiesta de la Fe, de la Fe en Cristo, Redentor del hombre (Juan Pablo II), celebrada en el Año de la Fe como uno de sus capítulos eclesiales más vivos y de más urgente aplicación. El futuro de la familia humana está pendiente de la fe cristiana de sus jóvenes generaciones. Los jóvenes han sentido, siempre, el deseo profundo −cuando no el ansía− de conocer la Verdad: ¡la Verdad que da sentido definitivo y pleno a la vida! Hoy, quizá con una intensidad desconocida en el pasado. Ninguna juventud ha conocido tantas verdades parciales como la nuestra, pero pocas ha habido como la actual −al menos, después de Cristo− a las que se les haya intentado hurtar tanto y tan persistentemente el conocimiento pleno de la Verdad.
Pidamos con fervor a la Virgen Santísima, Madre del Verbo Encarnado, Trono de la Sabiduría, bajo la advocación de “La Almudena” y en la fórmula tan querida por la Iglesia en Brasil de “La Aparecida”, que la luz y el don del Espíritu Santo inunden con nuevo resplandor a los jóvenes de la Iglesia del Año 2013: ¡Año de la Fe!, para que le aporten a la realización de su misión de ser “en Cristo luz de las gentes” (LG. 1) una forma apostólicamente fresca y renovada de ser “servidores y testigos de la verdad”. ¡Que salgan de “Río” y del encuentro con el Papa Francisco más valientemente dispuestos a vivirla como sacerdotes y consagrados del nuevo Milenio, como seglares valerosamente conscientes de su propia vocación apostólica!: ¡que quieran ser protagonistas adelantados de la Nueva Evangelización”!
Con mi afecto y bendición,