Mis queridos hermanos y amigos:
Nuestro Santo Padre, el Papa Francisco, acaba de publicar al clausurarse el Año de la fe su primera Exhortación Apostólica, después de que el día de San Pedro y San Pablo hubiera hecho pública la Carta-Encíclica “Lumen Fidei”: “la Luz de la Fe”. La Exhortación lleva por título “Evangelii Gaudium”: “el Gozo del Evangelio”. ¡Una excelente y luminosa guía para vivir el nuevo tiempo de Adviento, que hoy se inicia, con gozosa esperanza y para asumir con renovado fervor apostólico la segunda etapa de “la Misión-Madrid 2013-1014” como la forma actual y urgente de vivir “la dulce y confortable alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas […] Y ojalá el mundo actual −que busca a veces con angustia, a veces con esperanza− pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo” (Pablo VI, “Evangelii Nuntiandi” 80, citado por el Papa Francisco en “Evangelii Gaudium” 10). A “la luz de la fe”, brillando más luminosamente en nuestros corazones convertidos o dispuestos a la conversión, podremos y debemos salir al encuentro de Jesucristo que viene, “acompañados por las buenas obras”. A fin de cuentas: ¡“con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”! (Papa Francisco, Evangelii Gaudium, 1).
Desde hoy, y hasta que llegue la Fiesta de la Natividad del Señor, en la Liturgia de la Iglesia se nos anuncia la venida del Hijo de Dios al mundo para ser “Dios con nosotros”, tomando carne en el seno de la Inmaculada Virgen María; y, para darnos así, de nuevo, la certeza inquebrantable de que nos ha salvado y liberado del peor y más trágico de los males: de la muerte del alma y, en último término, de la muerte del cuerpo. Se trata del mal que hace imposible la alegría. Un mal, al que sucumbieron “nuestros primeros padres”, y que se habría hecho definitivo si la misericordia infinita que brota del amor de Dios Padre no se nos hubiese prometido y realizado a través de una historia de salvación que culmina invenciblemente en un acontecimiento: en la venida del Hijo por obra y gracia del Espíritu Santo y que se hace litúrgicamente “nuestro hoy” en un nuevo Año que iniciamos esperándolo y acudiendo a su encuentro con el alma abierta para que la gracia de su amor nos transforme de pecadores en hijos; de hijos tibios, fríos y distantes en hijos que buscan que todos los hombres −los lejanos y los cercanos− conozcan la noticia siempre nueva y siempre renovadora de que el tiempo de las victorias de la tristeza, que mata al hombre interior y exteriormente, ha terminado. El nuevo Adviento debe de servirnos para que nuestro anuncio, esencia apostólica de “la Misión-Madrid”, resulte un anuncio renovado que “ofrece a todos los creyentes” −también a los tibios, a los no practicantes y a los alejados− una nueva alegría en la fe de que el Señor viene a nosotros en cualquier lugar y situación en la que nos encontremos. Se trata, pues, de renovar ahora mismo nuestro encuentro personal con Él o al menos de tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. De este modo, la fecundidad evangelizadora está asegurada. (Cfr. “Evangelii Gaudium”, 3).
Una condición se precisa para que el encuentro pueda darse: “las buenas obras”. En la Oración Colecta del primer Domingo de Adviento se la presupone y exige para que sea realidad creíble y fructífera la espera del Señor que nos va a nacer: para que caminemos en verdad por el itinerario litúrgico del Adviento hacía Jesucristo que nos busca y que se acerca. Son tantas las buenas obras que le debemos a Él y a nuestros hermanos en estos momentos en los que la crisis en todas sus vertientes y efectos −económicos, familiares, sociales y espirituales−, sigue lacerante, que no podemos por menos de intentar una verdadera conversión personal y comunitaria a las exigencias del gran Mandamiento del Amor con toda la seriedad que nos reclaman las múltiples necesidades de nuestros hermanos. El riesgo constante y el peligro que nos acecha, unas veces abiertamente, otras de manera insidiosa, es el que el Papa Francisco caracteriza como típico de nuestro mundo actual. Las palabras del Santo Padre al respecto suenan especialmente incisivas en el inicio del nuevo tiempo de Adviento: ¡no tienen desperdicio! Dice el Papa: “El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien” (“Evangelii Gaudium”, 2). Este riesgo y peligro se vencen con un corazón sencillo y humilde que sabe rezar privada y públicamente, que una y otra vez sabe decirle al Cristo que viene con el Salmista: “A ti Señor, levanto mi alma” (Sal 24, 4bc). En una palabra, quedan vencidos en aquel que quiere y se propone firmemente salir de si mismo y estar preparado para una nuevo y más pleno encuentro con el Amor de Dios, “que se convierte en feliz amistad”, al ser “rescatados de nuestra conciencia aislada y de la autoreferencialidad” (Evangelii Gaudium, 8).
¡Cuánto fruto espiritual y pastoral podemos sacar de este nuevo Adviento 2013 para la Misión-Madrid si lo vivimos y aprovechamos por cada uno de nosotros y por toda la comunidad diocesana sintonizando espiritual y pastoralmente con la Exhortación Apostólica “Evangelio Gaudium” del Santo Padre, nuestro Papa Francisco! Comprenderemos mejor “la emergencia educativa” (Benedicto XVI) que sufren tantos niños y jóvenes en los ambientes familiares, escolares y universitarios del momento presente y estaremos mejor preparados y animados para la acuciante y hermosa tarea misionera de “evangelizarlos”: de ser para ellos portadores del Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. Podremos abordar, además, el empeño de abrir nuestros comunidades parroquiales a nuestros hermanos pobres de alma y de cuerpo con la generosidad, entrega y desprendimiento “misionero” que parte y se inicia históricamente en el instante de la Historia de la Salvación en el que el Verbo se hizo Carne y habitó entre nosotros y que nació en Belén de Judá de la Virgen Madre en el seno de la Familia de Nazareth hace dos mil años. De este modo asumiremos y emprenderemos gozosamente el nuevo capítulo de “Misión-Madrid” como el del anuncio y comunicación del Evangelio de la alegría, puesto que la gracia y la salvación de Dios ha llegado ya para el hombre que hoy con tanta o más ansiedad que nunca la busca en lo más íntimo de su corazón. ¡Dar a conocer y a saborear el Evangelio de la alegría equivale a sembrar la semilla de la verdadera esperanza!
¡“Alégrate llena de gracia”! Con estas jubilosas palabras saludó el Ángel a María al anunciarle que iba ser la Madre de Dios. Su “Sí”, pronto y dicho sin reserva, fue el “Sí” de una obediencia amorosa: ¡de una esclavitud por amor! ¡Que Ella, “Virgen de La Almudena”, nos ayude a abrir el corazón en este nuevo Adviento a la voluntad del Señor sin ponerle ninguna traba ni condición nacida de nuestro “yo”, es decir, del apego y del falso amor a nosotros mismos! ¡Imitémosla!
Con todo afecto y mi bendición para un santo tiempo de Adviento,