Madrid, 19 de Julio de 2014
Mis queridos hermanos y amigos:
El próximo día 25 de julio, volvemos a celebrar la Solemnidad del Apóstol Santiago: ¡una gran Fiesta de la Iglesia en España y una Fiesta de España!
El Sepulcro del “Señor Santiago”, muy venerada fórmula de denominarle en la milenaria tradición jacobea, ha atraído a millones de peregrinos desde todos los rincones de Europa, primero, y, de todo el mundo, ahora en nuestro tiempo, como el lugar donde se toca y se palpa el primer testimonio apostólico de la fe regado por la sangre del martirio. ¡Santiago fue el primero entre los Apóstoles que derramó su sangre por el Señor! La suprema forma de dar testimonio por Jesucristo es la que se rubrica con la prueba del amor evangélicamente más grande: la del “que da la vida por sus amigos”, como Jesús; mejor aún, el que da la vida por el mayor amigo del hombre, el Amigo del hombre por antonomasia, Jesús: el Hijo de Dios hecho hombre que muere por los hombres en la Cruz salvadora; salvadora del mayor mal que les amenaza: ¡la muerte! ¡la muerte del alma y la muerte del cuerpo!
Fue quizás por ello, por su singularidad martirial, que el culto a Santiago Apóstol, primer evangelizador de la antigua “Hispania”, surgiese con tanto vigor espiritual y tanto esplendor eclesial en los siglos finales del primer milenio del cristianismo y se desarrollase con un sentido religioso y penitencial espiritualmente tan renovador en los reinos hispánicos, que se sobreponían a la invasión musulmana con un empuje ya imparable en el inicio del segundo milenio de la historia cristiana. La España nueva que iba naciendo en la peregrinación a Santiago, y bajo su Patronazgo, sería la que buscaba encontrarse de nuevo a sí misma en el sí de la fe a Jesucristo; si, convertido en luz para su camino de futuro, en verdad para sus proyectos personales, culturales y políticos y en vida auténtica renacida y alimentada en la vuelta al amor de Jesucristo: al “Amor de los Amores”. ¿Influyó esa aureola de ser el primer Apóstol Mártir, además en el fenómeno de la extensión a Europa de la peregrinación al lugar de su sepultura, que se produce casi simultáneamente a su hallazgo y culto en las tierras de la primera España medieval? San Juan Pablo II en su primera e inolvidable visita apostólica a España, que culminó en Santiago de Compostela, afirmaba que Europa “nace peregrinando” al sepulcro del primer Apóstol mártir del Evangelio.
Santiago va a ser desde el arranque del siglo IX y hasta hoy el lugar privilegiado por una providencia especial del Señor para el encuentro de tantos y tantos peregrinos de la fe con Jesucristo, “Camino, Verdad y Vida”, en la comunión de la Iglesia. Así lo experimentaron aquellos jóvenes peregrinos llegados a Santiago en la tercera semana de agosto de 1989 como “una inmensa riada juvenil nacida en las fuentes de todos los países de la Tierra”, convocados por el Papa San Juan Pablo II para la celebración de la IV Jornada Mundial de la Juventud. Se trataba de una nueva generación de jóvenes de la Iglesia, que el Papa -¡el Papa de su auténtica renovación conciliar!- presentaba al “Señor Santiago”, diciéndole en bellísima plegaria: “Aquí la tienes (la inmensa riada juvenil) unida y remansada ahora en tu presencia, ansiosa de refrescar su fe en el ejemplo vibrante de tu vida”. Era aquel un momento histórico singular para la Iglesia y el mundo necesitado de una urgente y profunda Evangelización, como se pondría sorpresivamente de manifiesto dos meses y medio más tarde, el nueve de noviembre, con la caída del “Muro de Berlín”. Sí, la Iglesia necesitaba jóvenes que no se arredrasen ante el desafío de las nuevas formas de una cultura sin Dios, fascinantes y halagadoras, si quería responder fielmente a las nuevas llamadas de su Señor puestas tan nítidamente de manifiesto en “los signos de los tiempos”. El Papa les invitaría con acentos de un ardiente amor a Jesucristo a que se dispusieran a “servir” a sus amigos y compañeros jóvenes de todo el mundo; pero no con “el espíritu del mundo” sino con el Espíritu de Cristo, como servidores de su Reino, dejando que Cristo reinase en sus corazones “por el camino que conduce a la condición de hombre perfecto”. ¡”No tengáis miedo a ser santos!” les gritó.
Al día siguiente a “la Fiesta del Apóstol” de este año, el próximo 26 de julio, un numeroso grupo de jóvenes de nuestra Archidiócesis iniciarán una nueva peregrinación a Santiago de Compostela acompañados de sus sacerdotes, de los Sres. Obispos Auxiliares y de su Arzobispo, para conmemorar el 25 aniversario de la IV Jornada Mundial de la Juventud: de aquella Jornada que marcaría tan decisivamente, con la honda huella espiritual y apostólica de la peregrinación jacobea, el curso ulterior de las Jornadas Mundiales de la Juventud hasta la XXVI de Madrid de agosto del 2011 y la última de Rio de Janeiro de julio del 2013. Los jóvenes madrileños de entonces participaron en gran número, y con una intensidad personal y comunitaria conmovedora, en aquellos días de gracia que confluirían en el recobrado “Monte del Gozo” de la peregrinación jacobea, en el fin de semana del 19 al 20 de agosto de 1989, reunidos con júbilo en torno al Sucesor de Pedro, el Papa San Juan Pablo II para la vigilia nocturna de oración y de meditación de la Palabra de Dios y para la celebración solemnísima de la Eucaristía. La pastoral juvenil de nuestra Iglesia Diocesana, dispuesta a afrontar el apasionante reto de la evangelización de la juventud madrileña, lograba un impulso apostólico nuevo. La palabra “misión” ya no nos abandonaría nunca en las décadas siguientes al plantearnos el compromiso apostólico de nuestros jóvenes católicos de Madrid de cara “al servicio” que necesitaban de ellos los demás jóvenes, las familias y la sociedad madrileña. Ese espíritu apostólico, profundamente misionero, animó toda la gran y bella empresa de nuestra Jornada Mundial de la Juventud -“una verdadera cascada de luz” (Benedicto XVI)- y los dos años siguientes de “Misión-Madrid”. Y, justamente, para que ese aliento espiritual, enraizado en la mejor historia cristiana de Madrid y de España, no nos falte nunca, nos aprestamos a peregrinar a Santiago con nuestros jóvenes, evocando esa apasionante historia de la pastoral juvenil madrileña que hemos vivido desde aquel memorable e inolvidable agosto de 1989, refrescando nuestra alma con la gracia nueva del Espíritu Santo y haciendo nuestras las palabras cálidas y apremiantes de nuestro Santo Padre Francisco que nos invita a “la transformación misionera de la Iglesia”, recordándonos que “Cristo es el <<Evangelio eterno>> (Ap 14,6) y es <<el mismo ayer hoy y para siempre>> (Hb 13,8), pero su riqueza y su hermosura son inagotables. Él es siempre joven y fuente constante de novedad” (Evangelii Gaudium, 11).
A la Virgen, nuestra Madre, nuestra Señora de La Almudena, dirigimos nuestra plegaria, pidiéndole que nos acompañe con esa finura de amor maternal, tan inimitablemente suya, en la peregrinación a Santiago, 25 años después de que jóvenes madrileños -muchos de ellos, hoy, sacerdotes, religiosos, padres de familia…- hubiesen acudido a la llamada de San Juan Pablo II con un generoso y cristiano entusiasmo, que aún perdura en la vida de la Iglesia Diocesana, a fin de que siga fructificando entre los jóvenes del actual Madrid con un renovado y apasionado seguimiento de Jesucristo: “Camino, Verdad y Vida”.
Con todo afecto y mi bendición,