Ante el último atentado terrorista de ETA en Madrid: Lo que nos reclama el amor de Cristo

Mis queridos hermanos y amigos:

Ha vuelto ETA a Madrid; a uno de sus barrios más populares de la ribera del Manzanares, en el distrito de Arganzuela. De nuevo con un atentado con coche bomba, que ha costado la vida a un hermano nuestro, el Teniente Coronel del Ejercito, D. Pedro Antonio BLANCO GARCIA, causando heridas a varias personas, entre ellas algunas niñas, y produciendo daños materiales y mucha alarma y preocupación entre los vecinos y en toda la población madrileña. El dolor nos desgarra de nuevo el corazón. El dolor que brota en el alma cuando se siente con la caridad de Cristo. Nos duele la muerte de D. Pedro Antonio como nuestra. Lloramos con su esposa y sus hijos. El dolor de todos los que han sufrido el efecto de la acción terrorista es el nuestro. Y nos duele terriblemente –¿cómo no?– que haya personas capaces de planear el asesinato y el terror tan fría y siniestramente erigiéndose en dueños de las vidas de sus semejantes, y de que haya jóvenes dispuestos a ejecutarlos. Es un desafío en toda regla a la Ley de Dios y a los más primarios sentimientos de una elemental humanidad. Un ciego desprecio a la Sangre de Cristo.

Pero el amor de Cristo es más fuerte que el pecado y que la muerte. En El, el Crucificado y Resucitado por nosotros y por nuestra salvación, el dolor se impregna de esperanza: de una esperanza que no defrauda y que siempre triunfará. Nunca mejor que en el caso de la muerte de nuestro hermano Pedro Antonio se puede aplicar el texto del Apóstol Pablo: «ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; en la vida y en la muerte somos del Señor» (Rm. 14, 7-8). Y nunca con más actualidad debemos de decirnos con el mismo Pablo todos los cristianos y hombres de buena voluntad de Madrid y de toda España: «Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? ¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?; ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?. Pero todo esto venceremos fácilmente por aquel que nos ha amado» (Rm. 8, 31,35,37).

La caridad de Cristo no adormece ni acobarda, sino que impulsa a la conversión del corazón y de la vida: al compromiso del amor al hombre, tanto más urgente cuando más amenazado se vea:

Esa caridad nos apremia hoy a una renovada y firme condena del terrorismo como un flagrante atentado contra el mandamiento de Dios de «no matarás» y contra la humanidad; contra ese derecho primero y fundamental del hombre que es el derecho a la vida. El Santo Padre en su último Mensaje para el día de la paz, el día de Año Nuevo, afirmaba solemnemente que había llegado la hora histórica de considerar y tutelar este derecho como un bien primario, cuya lesión afecta a toda la humanidad, y cuya defensa y custodia corresponden por encima del ordenamiento jurídico de los Estados a las instancias internacionales legitimadas para ello.
Con cuanta mayor razón hay que propugnar en el ámbito interno de cualquier comunidad política, y de una forma singularmente grave y urgente en España, que toda acción violenta contra la vida de las personas, toda acción terrorista, sea condenada como un crimen en contra del bien de todos, en contra de la humanidad; y en ningún caso aprovechable como instrumento o elemento de cualquier tipo de acción o presión social y política. El abandono definitivo del terrorismo es una primera e irrenunciable premisa moral para poder abordar el tratamiento y solución de todo problema político, sea el que sea, con el mínimum exigible de respeto a la justicia y al bien común.

La caridad de Cristo nos mueve hoy también a la oración humilde, perseverante y concorde por nuestro hermano Pedro Antonio, a quien el Señor llamó a su presencia; por su familia, por la comunidad castrense, por todos los que viven en esa barriada de la Virgen del Puerto, tan entrañable para todos los madrileños. La solidaridad de la oración no es ciertamente la más espectacular, pero sí la más honda y eficaz: la que cierra el paso al odio y al rencor, y fortalece el alma con el consuelo y la esperanza del amor de Dios que no nos abandona nunca. Oración que nos lleva a pedir para que cesen en España las acciones terroristas de una vez por todas y para siempre. El camino de la oración ferviente se recorre más segura y certeramente con la Virgen María, la Madre de Jesucristo y Madre nuestra. No hay que desanimarse: el poder de esta oración sobrepasa todos los cálculos y soberbias humanas, se hace presente y eficaz en versiones y momentos los más insospechados.

La oración nacida del amor de Cristo postula y hace brotar el propósito decidido de servir a la paz tal como lo piden las circunstancias de una sociedad acosada de nuevo por la violencia terrorista. Primero, ofreciendo una seria, leal y constante colaboración ciudadana a los que tienen el deber y la responsabilidad, como titulares de la autoridad legítima, de velar por la vida de todos los ciudadanos y de preservarla de todo peligro y asechanzas que puedan amenazarla. Y, luego, con un ejercicio de sus derechos y deberes cívicos que dejen claro a todos los que participan activamente en la vida pública que no es lícito ni la colaboración ni la inhibición ni la ambigüedad social, cultural o política ante el fenómeno del terrorismo.

El amor cristiano es en sus mismas entrañas amor misericordioso, testimonio y expresión del amor de Cristo que busca la conversión del pecador, se arrepienta, cambie su conducta y viva. No, no podemos cejar en el empeño de ser instrumentos para que la gracia de Cristo Crucificado toque el corazón de los terroristas, les conmueva sus conciencias y dejen de matar de verdad, definitivamente. Todo se pierde con el odio; todo se gana con el amor.

Con mi afecto y bendición,

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