La Iglesia diocesana de Madrid se une a las intenciones del Papa

La vigilia de oración por la paz

Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:

«¡Haznos Señor instrumentos de tu paz»! En esta petición, atribuida a San Francisco, se recoge y expresa muy bellamente la intención del Santo Padre al invitar a los líderes de las grandes religiones del Mundo para un encuentro en Asís el próximo día 24 de los corrientes, víspera de la Fiesta de la Conversión de San Pablo. En ella palpita la hondura teológica de la conciencia cristiana que sabe que la paz nos ha sido ya alcanzada por el acto supremo del amor de Dios que ha reconciliado consigo al mundo por la muerte y la resurrección de Jesucristo; y resuena, a la vez, el humilde reconocimiento de que nuestra vocación es ya la de recibir y vivir esa paz en nuestros corazones como instrumentos y apóstoles de la paz del mundo.

El motivo de la invitación del Papa es la nueva situación internacional creada después de los horrorosos atentados del 11 de septiembre del pasado año en Nueva York y Washington. A las conocidas violaciones de la paz del mundo en las formas de las guerras tradicionales, que perviven por lo demás en conflictos endémicos en muchas partes del planeta —se dice que solamente en Africa, en estos momentos, se están dando no menos de 17 guerras declaradas—, se añade una nueva y desconocida hasta ahora en sus planteamientos, modos de proceder y motivaciones: el terrorismo internacional. El propio Juan Pablo II lo describía con extraordinaria agudeza en su último Mensaje para la Jornada de la Paz del pasado 1 de enero: «En estos últimos años, especialmente después de la guerra fría, el terrorismo se ha transformado en una sofisticada red de connivencias políticas, técnicas y económicas, que supera los confines nacionales y se expande hasta abarcar el mundo. Se trata de verdaderas organizaciones, dotadas a menudo de ingentes recursos financieros, que planifican estrategias a gran escala, agrediendo a personas inocentes y sin implicación alguna en las perspectivas pretendidas por los terroristas» (Mensaje, 4).

El Santo Padre confiesa que en los ambientes de miseria, explotación y marginación en los que se vive en muchas sociedades contemporáneas se puede dar un excelente caldo de cultivo del odio y la violencia terrorista; pero para pasar a afirmar, sin dejar ninguna duda, rotundamente, que «el terrorismo se basa en el desprecio de la vida del hombre» y que constituye un «auténtico crimen contra la humanidad», para el cual no hay justificación alguna —ni siquiera las posibles o supuestas situaciones de injusticias invocadas—, y que existe un derecho y un deber de defenderse del terrorismo, aunque siempre de acuerdo con «las reglas morales y jurídicas, tanto en la elección de los objetivos como de los medios», que vienen dadas por la Ley de Dios. Lo más grave de lo que está sucediendo con el actual terrorismo internacional es, sin embargo, que no solamente ha pretendido instrumentalizar al hombre, «sino también a Dios». «¡No se mata en nombre de Dios!», exclama el Papa. «Este fanatismo fundamentalista», por el contrario, encierra «una actitud radicalmente contraria a la fe en Dios» (Mensaje, 6 y 7).

Ante esta terrible perversión del nombre de Dios, intrínsecamente profanado al pretender usarlo como instrumento del odio y de la muerte contra el hombre, el Santo Padre quiere recordar ante toda la humanidad que sólo en el surco que se abre en el campo de las relaciones humanas por la implantación de la justicia, por el ejercicio del mutuo perdón, y, en definitiva, por la experiencia orante de la fe en Dios, Creador y Padre de todos los hombres, es donde germina, madura y fructifica la Paz: la que nace en el alma, se difunde en la cercanía de las familias, modula la vida de los pueblos e impregna la humanidad entera.

Sólo acudiendo al Dios de la Paz, orando, se siembra paz. Mejor: o se coloca en la entraña misma del esfuerzo, de la búsqueda y del anhelo de paz, la oración, o no se podrá hablar con verdad de planes y metodologías, de la naturaleza que sean, como portadores veraces del bien de la paz. Sencillamente: sin la oración no habrá paz.

No es extraño, pues, que el Santo Padre llame a los responsables de las grandes religiones del mundo a un encuentro de compromiso de todos, sin falsas indulgencias con el terrorismo, por la paz: un compromiso basado en la oración y alimentado por el aliento religioso y moral que de ella brota; y que no vacile en afirmar, con insuperable claridad y caridad, que «ningún responsable de las religiones puede ser indulgente con el terrorismo y, menos aún, predicarlo» (Mensaje, 7).

En nuestra Catedral de La Almudena nos sumamos en Vigilia de Oración, en la víspera del Encuentro de Asís, a la plegaria de toda la Iglesia, a fin de sostener al «Sucesor de Pedro» en su nuevo, valiente y generoso gesto por la Paz, como lo hiciera la Iglesia primitiva con Pedro en ocasiones de similar gravedad; como se hará en todas las diócesis del mundo el próximo miércoles. En España, nuestra experiencia con el terrorismo de ETA, injustificable si los hay, y, por ello, especialmente sin sentido moral y humano alguno, todavía siniestramente amenazador, como hemos podido comprobar en los últimos atentados contra periodistas, nuestra súplica a Jesucristo, el Príncipe de la paz, habrá de ser especialmente intensa, para que Nuestra Señora de los Angeles, la Reina de la Paz, María, nos ayude a implorar y a obtener de Él que nos haga instrumentos de su paz: ¡Señor haznos instrumentos de tu paz!

Con todo afecto y mi bendición,

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