Después de la Visita de Juan Pablo II

¡Gracias, pueblo de Madrid!

Mis queridos hermanos y amigos:

Con la emoción todavía fresca en el alma y alabando y bendiciendo al Señor Resucitado por la gracia extraordinaria de la Visita del Santo Padre el pasado fin de semana -un precioso regalo pascual-, siento la íntima necesidad de agradecer al pueblo de Madrid el calor filial y la exquisita finura humana y cristiana con la que han acogido al Papa, Juan Pablo II, el Vicario de Cristo y Pastor de la Iglesia Universal, junto con los Obispos, sacerdotes y numerosísimos fieles venidos de todos los rincones de la geografía española para participar en los actos previstos con motivo de su quinto viaje apostólico a España. La acogida dispensada a los jóvenes peregrinos del encuentro de «Cuatro Vientos» fue especialmente entrañable y generosa.

¡GRACIAS, MUCHÍSIMAS GRACIAS, de corazón, a todos los ciudadanos de Madrid: a los que sienten muy de cerca la vida de la Iglesia y a los que están distantes de ella por la razón que sea!
Los madrileños, sin excepción, con gentil simpatía y espléndida magnanimidad han hecho de su ciudad y de su comunidad estos días inolvidables lugar cálido, casa y hogar, para el Papa y todos los peregrinos que han acudido a los dos grandes actos de su Visita Pastoral: la vigilia de «Cuatro Vientos» con los jóvenes de España y la solemnísima celebración eucarística de la canonización de los nuevos cinco Santos españoles, hijos de la España contemporánea.
El Papa fue recibido por los madrileños con conmovedoras muestras de afecto y clamoroso entusiasmo desde que tocó tierra su avión en el Aeropuerto de Barajas en la mañana del sábado hasta su despedida en el atardecer del Domingo. Por muchos, como el padre y pastor de nuestras almas; y, por todos, como un viejo amigo que siembra palabras de bondad, de reconciliación, de amor solidario y de paz adonde quiera que vaya. En los amplísimos recorridos de esos días a lo largo y a lo ancho de Madrid, por los barrios, avenidas y calles madrileñas, los sentimientos de estima y veneración, es más, de emocionado cariño, expresados al Papa, brotaron con espontaneidad e intensidad insuperables, sin parangones conocidos. El Papa se ganó el corazón de los madrileños: de los niños y de los jóvenes, de las familias y de las personas mayores, de los más necesitados y de los enfermos. La nutrida presencia de conciudadanos nuestros, venidos de la emigración, se manifestó clara y emotivamente. La participación de los católicos y de los madrileños en general en los dos actos del sábado y del domingo fue sencillamente admirable por su número y, sobre todo, por su estilo, profundamente interior y religioso, a la vez que humanamente jubiloso y festivo. No habrán faltado sinsabores, pequeños contratiempos, las debilidades que siempre nos acompañan dada nuestra condición de pecadores; pero todo supo sobrellevarse, perdonarse y superarse como una contribución fraterna al feliz resultado de lo que fue un histórico encuentro de la familia de los hijos de la Iglesia en España con el Sucesor de Pedro, su Pastor supremo.
Y, como no podía ser menos, el espíritu de la hospitalidad cristiana se volcó en la acogida de los hermanos y hermanas de todas las edades que acudieron a la cita del Papa en Madrid en gran número, secundando la invitación de sus Obispos y de la Conferencia Episcopal Española. Los jóvenes peregrinos, que comenzaron a llegar en la tarde del jueves, día 1 de mayo, pudieron experimentar desde sus primeros contactos con los lugares de alojamiento que se les habían brindado en Parroquias, Colegios, asociaciones y movimientos eclesiales -además de las instalaciones deportivas y otras de ayuntamientos madrileños, de la comunidad autónoma y de particulares- con cuánto amor y gozo se les recibía. El corazón y los brazos de Madrid habían quedado abiertos de par en par para todos ellos.
En la gratitud a Madrid sitúo en un lugar sobresaliente y primero a la Comisión Diocesana de preparación de la Visita del Santo Padre y a los miles y miles de voluntarios que la facilitaron y, en no pocos casos, la hicieron posible. Y, luego, incluyo a las comunidades parroquiales, colegios, familias y toda suerte de grupos e instituciones eclesiales que se comprometieron incondicionalmente con la realización de la visita. ¿Y cómo no? damos también muy sinceras gracias a la Comunidad y al Ayuntamiento de Madrid y a otros Ayuntamientos de la Comunidad Autónoma -a sus autoridades, funcionarios y trabajadores- por su pronta y generosa disponibilidad para que el desarrollo de la Visita de Juan Pablo II discurriese sin traba alguna, armónica y gozosamente: como una gran Fiesta, de una riqueza y originalidad sin precedentes. Las facilidades y la ayuda activa que nos prestaron la dirección de AENA y los mandos y personal militar del Aeródromo de Cuatro Vientos no tienen precio.
Y, finalmente, quisiera recordar con honda y sentida gratitud la aportación espiritual, absolutamente decisiva, de las comunidades de vida contemplativa y de tantas almas, sujetas al lecho de la enfermedad y a situaciones -las más diversas- de dolor y sufrimiento, que con la plegaria constante y la oblación cotidiana de sus vidas crearon en la Iglesia Diocesana el clima necesario de apertura pronta y diligente a la acción de la gracia. Sin ellas apenas hubiese sido posible el riego fecundo del Espíritu que lo ablanda y fecunda todo, corazones y voluntades, para el mejor servicio de la Iglesia y del Papa, en una palabra, para el auténtico testimonio del Evangelio. Hay que destacar con un acento propio e inigualable todo el celo y empeño, verdaderamente apostólico, de las órdenes, congregaciones religiosas y de los seglares consagrados, vinculados a los nuevos Santos. ¡Su generosidad fue plena!
Por todo ello, pueblo de Madrid, ¡gracias, muchas gracias!
Al invocar la protección maternal de la Virgen de La Almudena sobre todos los madrileños recojo los dos últimos versos de la oración final del Santo Padre a María, la Madre del Señor, al concluir la Vigilia con los jóvenes en «Cuatro Vientos»:
«Santa María, Virgen Inmaculada, reza con nosotros, reza por nosotros. Amén».

Con todo afecto y mi bendición,

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