El Rosario

Una oración actual para España

Mis queridos hermanos y amigos:

Hoy coincide con la celebración del Domingo la Fiesta de la Virgen del Rosario. Si hay una oración que en la Iglesia y en la piedad milenaria de sus fieles pueda considerarse como la oración mariana por excelencia esa es el Rosario. Va tan estrechamente unida a la veneración filial que la Iglesia ha profesado a María, especialmente en el segundo Milenio de su historia, que no ha dudado en invocarla incluso litúrgicamente como la Virgen del Rosario. Más aún en el desgranarse histórico de las formas de devoción mariana, que los hijos de la Iglesia fueron haciendo suyas a lo largo de los siglos, destaca el recurso al rezo del Santo Rosario para la súplica confiada a la Madre en las más diversas ocasiones de la vida personal y familiar, de los más dramáticos avatares de la historia de la humanidad y, no en último lugar, en los tiempos duros y difíciles de la persecución de los cristianos. En la historia eclesial del Rosario destacan dos hitos señeros, estrechamente vinculados al itinerario espiritual de la Iglesia en España y de la misma España: el Santo, que con la Orden por él fundada le da su impronta eclesial y lo difunde incansablemente por toda la geografía de la Europa de la Cristiandad medieval, Santo Domingo de Guzmán, es español y el acontecimiento en el que se pone a salvo para mucho tiempo la libertad de la Europa cristiana, que se encaminaba a la Modernidad, la batalla naval de Lepanto contra los turcos el 7 de octubre del año 1571, es una victoria de España, atribuida a la intercesión de la Virgen invocada por la oración del Rosario.

El Papa Juan Pablo II recomendaba con una belleza teológica y una insistencia pastoral inusitadas la recuperación eclesial, viva y generalizada, del rezo del Santo Rosario para lograr apostólicamente ese nuevo “remar mar adentro” en el anuncio y proclamación de Cristo como el Señor y Salvador, “el Camino, la Verdad y la Vida”, al mundo que comenzaba a pisar vacilante el umbral del Tercer Milenio. En su Carta Apostólica de 16 de octubre del año 2002 “Rosarium Mariae Virginis” nos presentaba el Rosario como la forma de oración espiritualmente más apropiada –después de la oración litúrgica– para que la Iglesia del siglo XXI transitase sin obstáculos por la vía de la contemplación del Rostro del Señor a través de la meditación de los Misterios de su Nacimiento, Vida, Muerte y Resurrección, guiada por su Madre Santísima, avanzando así firmemente en el camino de la nueva evangelización; pero, además, como la oración de súplica por la familia y por la paz, la más fecunda y más urgente para el bien de la comunidad internacional. ¿No tendríamos que aplicar hoy con la misma urgencia la oración del Rosario a pedir por España? ¿por su presente y su futuro en fraterna concordia y en unidad solidaria?

Los Obispos españoles enseñábamos en noviembre de ese mismo año, 2002, en la Instrucción Pastoral de la CEE “Valoración moral del Terrorismo en España, de sus causas y de sus consecuencias” que “la configuración propia de cada Estado es normalmente fruto de largos y complejos procesos históricos”, “que estos procesos no pueden ser ignorados ni, menos aún, distorsionados o falsificados al servicio de intereses particulares” y que “España es fruto de uno de estos complejos procesos históricos. Poner en peligro la convivencia de los españoles, negando unilateralmente la soberanía de España, sin valorar las graves consecuencias que esta negación podría acarrear, no sería prudente ni moralmente aceptable” (Nos 34-35). Y, cuatro años más tarde, en la Instrucción Pastoral de 23 de noviembre del 2006, titulada “Orientaciones Morales ante la situación actual de España”, al tratar el problema de su unidad y del reconocimiento de los derechos de sus pueblos y comunidades, afirmábamos que “nos sirven de ayuda las palabras del Papa Juan Pablo II a los Obispos italianos: ‘Es preciso superar decididamente las tendencias corporativas y los peligros de separatismo con una actitud honrada de amor al bien de la propia nación y con comportamientos de solidaridad renovada” (nº 74).

De la historia de la unidad espiritual, cultural, jurídica y política de España es inseparable la Monarquía. Los Reyes de España han constituido un factor esencial de ese proceso histórico. También hoy nuestros Reyes ejercen ese delicado y sacrificado oficio de servicio a la unidad plena y solidaria de todos los españoles. En su inolvidable visita a la sede de la Conferencia Episcopal Española de 20 de noviembre del año 2001 con motivo del XXV Aniversario de la firma del Primer Acuerdo entre la Santa Sede y el Estado Español de 28 de agosto de 1976, por el cual el Rey renunciaba al privilegio de la presentación de Obispos y la Iglesia al privilegio del fuero, tuvimos la gratísima oportunidad de dirigirnos a sus Majestades, como Presidente de la CEE, con las siguientes palabras: “Os queremos tributar aquí el honor que, en cuanto ciudadanos, os debemos como Titulares de la Corona en la que se condensa y refleja una historia, más que milenaria, de servicio a España. El Rey es el Jefe de Estado, símbolo de su unidad y permanencia”. Los sentimientos de respetuoso afecto y de sincera gratitud que les expresábamos entonces a los Reyes de España por su excepcional contribución a la edificación y consolidación de una España que quería vivir reconciliada y en paz y que se organizaba libre y democráticamente como un Estado de derecho, los hemos renovado reiteradamente los Obispos españoles en las más variadas circunstancias de la vida social y religiosa de nuestra patria hasta hoy mismo. ¡Siguen vivos e inalterables! La prez litúrgica por España que en Madrid hemos formulado y recitado como sigue: “Oremos por España, para que las instituciones democráticas y todo el pueblo fomenten en España la verdad y la libertad, la justicia y la paz, la unidad y la concordia y el pleno reconocimiento de los derechos fundamentales de todos”, ha de ser ampliada y recogida como una intención urgente en el rezo diario del Santo Rosario uniéndole la oración por los Reyes de España.

El próximo viernes celebraremos bajo el patrocinio de la Virgen del Pilar la Fiesta Nacional. Sería hermoso que desde la cercanía de “La Almudena” y de todas las veneradas y amadas Advocaciones marianas de España ¡“Tierra de María”! –como acostumbraba a llamarla Juan  Pablo II–, rezásemos todos a la Virgen María:

“Tú, la alegría y el honor del pueblo,

eres dulzura y alabanza nuestra:

desde tu trono, miras, guardas, velas

Madre de España”

Con todo afecto y mi bendición,

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