Discurso Inaugural XCVII Asamblea Plenaria de la CEE

Discurso inaugural del Emmo. y Rvdmo. Sr. D.Antonio María Rouco Varela,
Cardenal Arzobispo de Madrid y Presidente de la Conferencia Episcopal Española
(Lunes, 28 de febrero de 20119)

Queridos Hermanos Cardenales, Arzobispos y Obispos,

Señor Nuncio,
colaboradores de esta Casa,
señoras y señores:

roucovarelaantoniomariaA todos saludo muy cordialmente al comienzo de esta Asamblea Plenaria, ya la número noventa y siete en la historia de nuestra Conferencia Episcopal, que se va acercando al medio siglo de su existencia. Justo ayer se cumplían los cuarenta y cinco años de la aprobación de los primeros Estatutos, el 27 de febrero de 19661.

Saludo especialmente al señor obispo de Solsona, Mons. D. Xavier Novell Gomá y al señor obispo auxiliar de Sevilla, Mons. D. Santiago Gómez Sierra, que participan en la Asamblea por primera vez. Para ellos, la más cordial bienvenida y enhorabuena. Felicitamos también a Mons. D. Atilano Rodríguez Martínez, a quien el Santo Padre ha elegido como pastor de la diócesis de Sigüenza-Guadalajara, así como a Mons. D. Raúl Berzosa Martínez, elegido para la de Ciudad Rodrigo. Pronto serán ordenados obispos D. Julián Ruiz Martorell, para las sedes de Jaca y de Huesca, y D. Eusebio Hernández Sola, para la de Tarazona. Los felicitamos y encomendamos al Señor.

Encomendamos también al Señor a nuestro hermano Mons. D. Ambrosio Echebarría Arroita, obispo emérito de Barbastro-Monzón, fallecido el día 6 de diciembre con la esperanza de la Resurrección.

I. “Hacia el gran encuentro de Madrid 2011″:

Son las palabras con las que Benedicto XVI terminaba su alocución del Angelus del 5 de septiembre del año pasado, en la que hizo una presentación sintética del Mensaje que había dirigido pocos días antes a los jóvenes del mundo con motivo de la XXVI Jornada Mundial de la Juventud: “el gran encuentro de Madrid 2011″2.

En esta Asamblea – la última antes de la Jornada de Madrid, el próximo mes de agosto – también nosotros, haciéndonos eco del Mensaje pontificio, nos dirigiremos a todos los fieles y, en particular a los jóvenes para invitarles a participar en esa fiesta de la fe que será el encuentro de la juventud del mundo convocada por el Santo Padre.

Queda ya poco tiempo. Es verdad que la preparación de la Jornada está en marcha desde hace prácticamente dos años. La peregrinación de la Cruz y del icono de la Virgen por las diócesis de España está siendo un verdadero acontecimiento de gracia. Pero los meses de los que todavía disponemos antes del verano han de ser un particular tiempo de intensa oración y de disposición espiritual para “el gran encuentro de Madrid 2011″. Permítanme algunas reflexiones para este tramo final del camino.

1. Una gran misión para los jóvenes del 2011

La Jornada Mundial de la Juventud es un instrumento providencial al servicio del empeño misionero de la Iglesia en la evangelización de los jóvenes.  La clarividencia apostólica de Juan Pablo II, iluminada por su gran amor a Cristo y a los jóvenes, fue el medio del que se valió la Providencia divina para poner en manos de la Iglesia este nuevo procedimiento evangelizador, tan apropiado para las generaciones jóvenes de los últimos decenios del siglo XX y de comienzos del siglo XXI. ¿Qué jóvenes son esos y cuál el secreto de la nueva gran misión dirigida a ellos?3

Los jóvenes de hoy – de comienzos del siglo XXI – ya no son exactamente aquellos de hace veinticinco años que respondieron a las primeras convocatorias del Juan Pablo II. Aquellos, que se calificaban a sí mismos como “los jóvenes del 2000″, habían tenido ya tiempo de experimentar la decepción de las utopías fermentadas veinte años antes en el “mayo del 68″, y miraban hacia el cambio de milenio como cifra de la deseada realización de ideales más verdaderos. Los jóvenes del 2011 han tenido también ya tiempo de experimentar el alcance real de las posteriores utopías de la libertad y están a la búsqueda de una libertad verdadera, sólida, que permita construir la casa de la vida.

La caída del muro de Berlín, en 1989, fue el símbolo de todo un proceso de derrumbamiento de las viejas utopías revolucionarias del pasado siglo. Las nuevas generaciones que se habían beneficiado del modo de vida cada vez más holgado que se hizo posible en las democracias surgidas de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial, habían establecido una paradójica complicidad con los ideales igualitarios de impronta totalitaria que se imponían al otro lado del telón de acero. Tal complicidad no podía sostenerse por más tiempo. Una nueva utopía iba a sustituir al viejo ideal revolucionario. Pero los jóvenes se mostraban abiertos a nuevas respuestas verdaderamente capaces de llenar el vacío creado por las experiencias personales y sociales de una vida sin Dios y sin Cristo que les había legado su inmediato pasado.

Fue en ese marco espiritual donde resultó tan apropiado el lema de la IV Jornada Mundial de 1989, celebrada en Santiago de Compostela, pocas semanas antes de los acontecimientos históricos a los que nos acabamos de referir. Jesucristo se mostró ante los jóvenes como Aquel que les buscaba y amaba de verdad, sin engañarles ni pedirles nada a cambio, salvo la respuesta de su amor. ¡Verdaderamente Él era su Señor, su Amigo, su Camino, su Verdad, su Vida!

Era también el momento en el que la renovación conciliar daba sus frutos. Los nuevos impulsos para una nueva evangelización se notaban por doquier y en los ambientes más diversos: entre los sacerdotes, los religiosos y en el mundo seglar. No era, pues, extraño que se percibiese entre los jóvenes de la Iglesia como una nueva nostalgia de Dios y un anhelo escondido de encontrarse de nuevo con Jesucristo: con su verdad y con su amor. El Papa, captando lo que estaba pasando, impulsa las Jornadas Mundiales de la Juventud e invita a toda la Iglesia a abrir un nuevo capítulo de la pastoral juvenil en el surco espiritual y evangelizador abierto por el Concilio Vaticano II. Los frutos no se hicieron esperar.

Entretanto, el ideal humano de la libertad reconquistada – bien antiguo y bien nuevo en las particulares expresiones de la moderna cultura de la libertad – ha sido propuesto y explorado por mil caminos en los dos últimos decenios. Entre esos caminos adquiere un puesto relevante el del mundo de la cibernética, cuyo desarrollo y popularización ha llegado a crear una nueva situación de intercomunicación globalizada de la que los jóvenes son actores principales. Prueba de ello son, por ejemplo, los acontecimientos de las últimas semanas y de ahora mismo en el mundo árabe, propiciados en buena medida por la aludida nueva situación. La red se ha convertido en un instrumento poderosísimo de información y de comunicación; pero también de propagación de fórmulas de vida de todo tipo, sin excluir las menos acordes con la dignidad humana. Así, los jóvenes se encuentran particularmente expuestos a la influencia desorientadora del relativismo, es decir, de una actitud guiada por la indiferencia ante el bien, por el “todo vale” y por la preterición de los bienes verdaderos. Al mismo tiempo, la atracción de las “redes sociales” propicia un estilo de vida “virtual”, vacío – paradójicamente – de encuentros y de relaciones verdaderamente personales.  Si a ello se suma la coyuntura histórica general, dominada por una crisis económica, socio-política, cultural y ética con pocos precedentes, no es extraño que muchos jóvenes, duramente afectados por tal crisis, sientan sus vidas inmersas en la mayor de las incertidumbres.

Naturalmente, la gran cuestión de Dios y la interpelación proveniente de Jesucristo no se libran tampoco de la sospecha sistemática. Todo pasa a formar parte del mundo indiferenciado de “lo virtual” y de lo lejano.

¿Será, pues, necesario, ante la nueva situación en la que se encuentran los jóvenes del 2011, abandonar el planteamiento pastoral y evangelizador que ha caracterizado las Jornadas Mundiales de la Juventud? De ningún modo. Más bien es preciso consolidarlo y vivificarlo espiritualmente. No debe quedarnos ninguna duda al respecto: uno de los empeños misioneros más importantes de la Iglesia de comienzos del siglo XXI ha de ser una porfiada evangelización de los jóvenes que les posibilite y facilite vivir enraizados y edificados en Cristo, con una inquebrantable firmeza de fe. Es el programa que tan luminosamente nos ha propuesto el Papa en su Mensaje con motivo de la próxima Jornada Mundial de Madrid.

2. Una juventud necesitada y deseosa de Jesucristo

A algunos esto les parece una obviedad: centrar la misión juvenil en el anuncio completo de Jesucristo. Ellos buscarían enfoques supuestamente más específicos o más adaptados a las necesidades de los jóvenes. Sin embargo, después de dos mil años de evangelización, la Iglesia se encuentra hoy con que Jesucristo sigue siendo muy poco conocido y muy poco amado. Algunos, en los países de vieja cristiandad, secundando ciertos movimientos de apostasía implícita o explícita, se han alejado de la fe. Otros muchos, en los países de tradición cristiana más nueva o incluso apenas existente, nunca han conocido a Jesucristo ni siquiera de un modo elemental. Todos comparten hoy, en uno u otro grado, la situación de incertidumbre anteriormente descrita. Sin embargo, la Iglesia no tiene otra cosa que ofrecer a los jóvenes y a todos los hombres de hoy sino a Jesucristo. No hay salvación fuera de Él. Y ellos la necesitan con urgencia. Se trata ciertamente de una oferta “a contracorriente”,  como señala el Papa en la alocución del Angelus a la que he hecho referencia. Pero, al mismo tiempo, es la propuesta que están esperando, sabiéndolo o no.

Es una oferta a contracorriente porque, en medio de un mundo que sufre de incertidumbre y que sin embargo parece disfrutar a menudo con ella, cerrándose a toda propuesta de verdad, la Iglesia quiere ofrecer a los jóvenes la firmeza de la fe que el Señor hace posible. La ofrece porque sabe – como el Papa explica remitiéndose a su propia experiencia y a la experiencia antropológica general – que los jóvenes no solo están preocupados por lo inmediato o por sus propios intereses coyunturales: “Desear algo más que la cotidianeidad regular de un empleo seguro – escribe Benedicto XVI – y sentir el anhelo de lo que es realmente grande forma parte del ser joven. ¿Se trata solo de un sueño vacío que se desvanece cuando uno se hace adulto? No, el hombre en verdad está creado para lo que es grande, para el infinito.”4

Por eso, el Papa se dirige a los jóvenes y les dice: “Es vital tener raíces y bases sólidas. Esto es verdad especialmente hoy, cuando muchos no tienen puntos de referencia estables para construir su vida, sintiéndose así profundamente inseguros. El relativismo que se ha difundido, y para el que todo da lo mismo y no existe ninguna verdad, ni un punto de referencia absoluto, no genera verdadera libertad, sino inestabilidad, desconcierto y conformismo con las modas del momento. Vosotros, jóvenes, tenéis el derecho de recibir de las generaciones que os preceden puntos firmes para hacer vuestras opciones y construir vuestras vidas”.5

De ahí que el Papa haya elegido para los jóvenes del 2011 un lema inspirado en la carta de San Pablo a los Colosenses, en el que Jesucristo aparece como Aquel que permite echar raíces, construir sólidamente la casa y vivir de la firmeza de la  fe: “Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe (cf. Col 2, 7)”6. Sin Jesucristo no hay ni arraigo, ni edificación sólida, ni firmeza en la fe.

El programa de la pastoral juvenil de las Jornadas es una vez más netamente cristológico, centrado en Jesucristo. Así tiene que ser, porque “la fe cristiana no es solo creer en la verdad, sino sobre todo una relación personal con Jesucristo.”7 Las raíces de la existencia no se echan solo a base de conocimientos, sino ante todo, en el trato con Dios que permite al joven saber de verdad quién es él mismo y cuál es el sentido de su vida. El Papa evoca su propia vocación infantil al sacerdocio y el proceso de reconquista de esa certeza en su época de joven estudiante: todo, basado en la seguridad de que el Señor le quería y que, por eso, le daría la fuerza necesaria para el camino que le proponía. “Escuchándole, estando con Él, llego a ser yo mismo”. Por eso, es vital para el éxito espiritual de la Jornada procurar por todos los medios pastorales a nuestro alcance que la Palabra de Dios y la voz del Señor lleguen directamente al corazón de los jóvenes. ¡Qué importante es que se sientan llamados por el que dio su vida por ellos, por el que les ama como nadie pudo, puede ni podrá amarlos nunca!

Por tanto, porque se trata del encuentro con Cristo, la Jornada ha de ser una gran proclamación y anuncio del “Kerygma” apostólico. Lo cual es tanto más necesario, cuanto que – como les pasaba a los cristianos de Colosas a quienes San Pablo escribía – también hoy son muchos los que consideran que la Cruz de Cristo es una necedad y proponen a los jóvenes sus particulares alternativas filosóficas e incluso supuestamente cristológicas, bajo capa de modernidad y de cientificidad. El Papa advierte de que “muchas de las imágenes que circulan de Jesús, y que se hacen pasar por científicas, le quitan su grandeza y la singularidad de su persona.”8 Esas imágenes estorban la evangelización, porque impiden el encuentro con el verdadero Jesús, el del “Kerygma” apostólico, que el Papa presenta así: “Creemos firmemente que Jesucristo se entregó en la Cruz para ofrecernos su amor; en su pasión, soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestros pecados; nos consiguió el perdón y nos reconcilió con Dios Padre, abriéndonos el camino de la vida eterna. De este modo, hemos sido liberados de lo que más atenaza nuestra vida: la esclavitud del pecado, y podemos amar a todos, incluso a nuestros enemigos, y compartir este amor con los hermanos más pobres y en dificultad.”9

Para el diálogo personal con Jesucristo, en el que se alimenta el conocimiento de su misterio y de nuestra salvación, el Papa propone a los jóvenes en su Mensaje tres caminos: la celebración de los sacramentos, el servicio a los hermanos y el encuentro con la Palabra de Dios escrita.

“Queridos jóvenes – les dice – aprended a ‘ver’, a ‘encontrar’ a Jesús en la Eucaristía, donde está presente y cercano hasta entregarse como alimento para nuestro camino; en el Sacramento de la Penitencia, donde el Señor manifiesta su misericordia ofreciéndonos siempre su perdón. Reconoced y servid a Jesús también en los pobres y enfermos, en los hermanos que están en dificultad y necesitan ayuda. Entablad y cultivad un diálogo personal con Jesucristo, en la fe. Conocedle mediante la lectura de los Evangelios y del Catecismo de la Iglesia Católica.”10

Los tres caminos han de estar presentes equilibradamente en toda pastoral juvenil, como lo están en la dinámica de las Jornadas.

3. Una Iglesia particular con especial vocación de misión universal

Las Jornadas Mundiales de la Juventud se han caracterizado también por constituir una gran experiencia de Iglesia. Los jóvenes buscan a Cristo y buscan la compañía en la que pueden encontrarlo, conocerlo mejor y seguirlo con perseverancia. “Cristo quiere afianzaros en la fe por medio de la Iglesia”, les recuerda el Papa a los jóvenes11. ¡Qué grande es la responsabilidad de nuestras Iglesias diocesanas, la nuestra como Pastores, la de padres, párrocos, maestros católicos, catequistas, la de todos los bautizados, llamados a ser testigos creíbles del Señor para las nuevas generaciones!

También los mismos jóvenes católicos saben bien que ellos pueden ser los mejores evangelizadores de sus amigos y compañeros. De hecho, una de las virtudes de las Jornadas Mundiales de la Juventud es que, a través de ellas y de los numerosísimos jóvenes de todo el orbe católico que las protagonizan, la Iglesia ha podido mostrarse al mundo y a los jóvenes como un pueblo de anchos horizontes, lleno de vitalidad espiritual, cultural y artística, y de rostro joven. No precisamente en virtud de la mera dinámica de los movimientos de masas ni de las técnicas del espectáculo, sino gracias al aliento del Espíritu que caldea los corazones con sus dones y multiplica todas las capacidades humanas.

La Iglesia particular que ha recibido el encargo de la organización de la Jornada – junto con el Pontificio Consejo para los Laicos – y de la acogida de tantos jóvenes peregrinos quiere dar lo mejor de sí misma para estar a la altura de la responsabilidad asumida. Todas las Iglesias particulares que peregrinan en España se están preparando también con intensidad y entusiasmo para hacer rendir apostólicamente la ocasión que se nos brinda. Es oportuno recordar las palabras con las que, en su viaje a Santiago y Barcelona, el Santo Padre hablaba de la Iglesia en España evocando la vivacidad de su fe tanto en el pasado como en el presente, llegando a decir que “el renacimiento del catolicismo en la época moderna ocurrió sobre todo gracias a España”12. El Papa mencionaba en aquella ocasión a algunos de los grandes santos españoles que no solo contribuyeron de modo destacado a dicho renacimiento, sino que siguen inspirando el camino del futuro: San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, San Juan de Ávila. Todos ellos son patronos de la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid, junto con San Isidro Labrador y Santa María de la Cabeza, Santa Rosa de Lima, San Rafael Arnáiz y, Dios mediante, – por diferente y particularísimo título – el Beato Juan Pablo II.

La Iglesia que peregrina en España ha sido y sigue siendo una iglesia con especial vocación de misión universal. La Jornada Mundial de Madrid pone a prueba esta vocación y ofrece una ocasión providencial para responder a ella con generosidad no menor que la de otras iglesias y siguiendo el ejemplo del mismo Benedicto XVI.

Aunque se espera todavía una confirmación definitiva, es ya conocido el programa de los actos que presidirá el Santo Padre: una intensa tarea pastoral que asume con generosidad y entrega admirables. El Papa llegará a Madrid el jueves 18 de agosto y presidirá una liturgia de la Palabra en la plaza de Cibeles, el mismo lugar en el que dos días antes, el día 16, el Arzobispo de Madrid habrá acogido a todos los peregrinos. El viernes, día 19, por la mañana se encontrará en el Monasterio de El Escorial con religiosas jóvenes del mundo y también con jóvenes profesores universitarios; por la tarde, presidirá el Vía Crucis que tendrá lugar en el Paseo de Recoletos. El sábado 20, por la mañana celebrará la Santa Misa para miles de seminaristas en la Catedral de Santa María la Real de la Almudena; al caer la tarde, se dirigirá al aeropuerto de Cuatro Vientos, donde presidirá una gran vigilia eucarística al aire libre. De camino, habrá visitado una institución eclesial donde son atendidas personas discapacitadas: el Instituto San José. Por fin, el día 21, a las nueve y media de la mañana, celebrará en el mismo aeropuerto la solemne Eucaristía dominical con todos los peregrinos. No dejará Madrid la tarde del domingo sin haberse encontrado antes con miles de voluntarios que han puesto sus talentos al servicio de la Jornada.

El Papa confía en la Iglesia que peregrina en España. La Iglesia en España agradece al Sucesor de Pedro su confianza y su incansable dedicación apostólica, a la que desea colaborar cada vez más estrechamente poniendo en ejercicio con responsabilidad y generosidad su tradicional solicitud por todas las iglesias en la unidad y universalidad de la Católica. Así lo haremos, con la ayuda de Dios, en la próxima Jornada Mundial de la Juventud y, ya desde ahora, en este último tramo del camino de preparación para ella.

II. La familia, la escuela y la parroquia, y la verdad del amor humano

Dos temas de vital importancia para la juventud de hoy y de mañana figuran en el orden del día de la presente Asamblea: la necesaria colaboración entre la familia, la parroquia y la escuela en orden a la educación en la fe de niños y jóvenes; y la cuestión de la verdad del amor humano, como elemento clave de la maduración de los jóvenes como personas y, por consiguiente, del bien común de toda la sociedad.

Cada una de las tres instituciones mencionadas – familia, escuela y parroquia – constituye de por sí todo un mundo de complejas relaciones en su interior y hacia sus entornos de cuyas implicaciones no es fácil dar cuenta, menos aún, en nuestro contexto histórico caracterizado por tantos cambios y crisis interactuantes. Esta Asamblea se ha ocupado ya en el pasado de las tres instituciones en diversos momentos y desde diversas perspectivas13.

Sin embargo, es necesario volver continuamente sobre una temática tan amplia y, al mismo tiempo, de tan determinante actualidad. En concreto, es cada vez más claro que el futuro de las nuevas generaciones depende decisivamente de las familias cristianas. Al mismo tiempo, la experiencia pone también de manifiesto que la misión de la escuela resulta seriamente entorpecida y aun imposibilitada cuando no cuenta con la colaboración de los padres y de una vida familiar acorde con la ley natural y divina. El Estado no puede sustituir, ni siquiera suplir, el papel propio de esas dos instituciones básicas para el desarrollo de la persona. Por su parte, la parroquia, como célula básica de la vida eclesial, en la que el hombre natural se hace cristiano, manteniéndose dentro de su misión específica, ha de ser capaz, sin embargo, de actuar a modo de catalizador de la vida cristiana de la familia y de la escuela.

Es precisamente el modo concreto en el que deba configurarse la sinergia de familia, escuela y parroquia el objeto de nuestra reflexión, apoyados en el documento en el que ha trabajado la Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis. De dicha sinergia depende en buena medida el fruto de la acción evangelizadora de la Iglesia en beneficio de los más jóvenes y, en definitiva, de toda la sociedad.

Ahora bien, la clave cultural, intelectual y moral para una realización verdadera de lo que son la familia, la escuela y la parroquia se halla, sin duda, en el acierto con el que sea percibida, comprendida y vivida la verdad del amor humano. De ahí la importancia de este otro tema al que me acabo de referir y sobre el que viene a esta Asamblea un borrador preparado por la Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida.

Como ha recordado Benedicto XVI en la primera página de su encíclica Deus caritas est, “el término amor se ha convertido hoy en una de las palabras más utilizadas y también de las que más se abusa, a la cual damos acepciones totalmente diferentes.”14 Se emplea ese mismo vocablo para significar la entrega permanente y sacrificada de unos padres que alimentan y educan a una familia numerosa en la que los hijos pueden crecer confiados y alegres, bajo la protección de un amor inquebrantable; como se emplea también para referirse al deseo de quien encarga para sí un niño a un laboratorio, predestinado a la orfandad de padre o de madre y a la soledad de hermanos; o también, para aludir a las relaciones esporádicas entre jóvenes inmaduros, a la cohabitación de personas del mismo sexo o, incluso, al comercio de imágenes o de encuentros en determinados locales o en la red. Todo es llamado del mismo modo: amor.

Sin embargo, el amor tiene una realidad propia, una naturaleza que lo define de un modo pertinente: existe una verdad del amor, que es necesario saber reconocer. Si se usa y abusa tanto de esta palabra, es porque alude a una realidad hermosa y esencial para la vida humana que ejerce una gran fascinación. Por eso es empleada de mil modos impropios con la finalidad de hacer pasar por bueno y bello lo que, en realidad, no es más que falso y no conforme con la verdadera humanidad.

Efectivamente, como escribía Juan Pablo II en su primera encíclica, “el hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido, si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente.”15 Puede sorprender que la Iglesia hable de “la revelación del amor”. Porque se ha hecho demasiado común una comprensión de esa realidad humana fundamental que la entiende como un mero sentimiento emocional, un afecto espontáneo, un movimiento placentero del ánimo. Una realidad así, perteneciente más a la vida de los instintos o de lo puramente biológico que al alma espiritual y racional del ser humano, no necesitaría revelación alguna; más que “encontrarla” y “hacerla propia” – como escribe Juan Pablo II – lo que el hombre necesitaría sería simplemente sentirla y gozar de ella sensible y espontáneamente – según se dice.

Sin embargo, es verdad que el amor es encontrado por aquel a quien se le revela para que lo haga propio y participe de él. Porque el amor, antes que una realidad que se tiene como propia, es una realidad que precede a quien no puede vivir sin ella y por eso la desea y la busca. Pero tampoco es una realidad lejana, en búsqueda de la cual hubiera que realizar largos viajes. El amor nos precede y, al mismo tiempo, llama, cercano, a nuestra puerta, es más, se halla desde siempre en lo más interior de nuestro ser.

El amor nos precede porque implica la llamada de otro. El amor nos habita, porque sin una llamada así no podríamos ni siquiera existir. En su sentido más originario, el amor nos ha llamado al ser: el amor es Dios. En cuanto participamos del Amor creador y redentor, nuestro amor es la aceptación del otro: primero de Él, del Creador y Redentor, y, en Él, del otro a quien encontramos a nuestro lado.

Hay un amor específico, que se revela como imagen del Amor originario y creador, un amor que es pro-creador: el amor conyugal. “La revelación del amor conyugal – enseñaba esta Asamblea en 2001 -, en cuanto que implica a toda la persona y su libertad, nos descubre las características que lo especifican como tal: la incondicionalidadcon la que nos llama a aceptar a la otra persona en cuanto única e irrepetible, esto es, en exclusividad. Por ello, es un amor definitivo, no a prueba, porque acepta la persona como es y puede llegar a ser, hoy y siempre, hasta la muerte. Y por ser un amor que implica la corporeidad, es capaz de comunicarse, generando vida:porque no está cerrado en sí mismo.”16

La verdad del amor y, en concreto, del amor conyugal no puede ser “creada” ni por el hombre ni por las leyes. Más bien se manifiesta para ser comprendida y libremente aceptada. Cuando es remodelada al gusto de las opiniones o de los sentimientos del momento, privándola de alguna de sus características – que acabo de recordar -, entonces ya no se vive en la verdad, sino en el error y en la ofuscación.

En principio, la razón humana es capaz de reconocer la verdad del amor. Pero para ello debe mostrarse dispuesta a abrirse más allá de sí misma para acoger la razón divina del amor. “Ningún hombre ni ninguna mujer, por sí solos y únicamente con sus fuerzas, pueden dar a sus hijos de manera adecuada el amor y el sentido de la vida. En efecto, para poder decir a alguien: ‘Tu vida es buena, aunque yo no conozca tu futuro’, hace falta una autoridad y una credibilidad superiores a lo que el individuo puede darse por sí solo. El cristiano sabe que esa autoridad es conferida a la familia más amplia, que Dios, a través de su Hijo Jesucristo y del don del Espíritu Santo, ha creado en la historia de los hombres, es decir, a la Iglesia. Reconoce que en ella actúa aquel amor eterno e indestructible que asegura a la vida de cada uno de nosotros un sentido permanente, aunque no conozcamos su futuro.”17

El desconocimiento de la verdad del amor está causando mucho sufrimiento y rompiendo muchas vidas. La Iglesia:  nuestras familias, escuelas y parroquias, con el aliento muy especial de los Pastores, ha de ayudar a los jóvenes a evitar la ignorancia de una verdad tan decisiva para sus vidas y a paliar la influencia negativa de un ambiente marcado por tantas fuerzas y corrientes desorientadoras. La reflexión que haremos en esta Asamblea tiene esta hermosa finalidad.

La reducción emotivista e individualista del amor, dominante en la cultura pública actual, ha conducido a una situación crítica que dificulta mucho la educación para el amor y para el matrimonio y que caracteriza nuestro vigente derecho matrimonial18. El matrimonio en nuestro Código Civil es simplemente “una manifestación señalada” de “la relación de convivencia de pareja, basada en el afecto.”19 La institución matrimonial reducida así a una convivencia de pareja, sobre la base del afecto, con independencia de la diferencia de sexo de los convivientes, sin relación intrínseca y determinante con las características objetivas del amor conyugal dificulta gravemente la salida de la crisis de la familia con las consecuencias negativas que de tal situación se derivan para el bien común  y para el futuro de las nuevas generaciones.

Anunciar el Evangelio del matrimonio y de la familia es, sin duda, uno de los aspectos más hermosos de la nueva evangelización y de la juventud. Su urgencia, por otro lado, es evidente: nos urge la dolorosa situación aludida, pero nos urge, sobre todo, el amor a Cristo y a los jóvenes.

III. A modo de conclusión

Mientras recorremos el camino de la preparación inmediata del gran encuentro de Madrid 2011, ponemos nuestra mirada en Jesucristo, en quien se ha revelado para todos los hombres la verdad del Amor que Dios es, así como el verdadero sentido de la vocación de todo ser humano ¡del hombre!, llamado a ser por el amor y a vivir en el amor. La Iglesia no puede ocultar la luz de esa verdad, ha de ponerla sobre el candelero para que alumbre a todos los de la casa. La Iglesia es misionera siempre: cuando evangeliza a los jóvenes con nuevo ardor y con los nuevos métodos de las Jornadas Mundiales de la Juventud y cuando lleva la luz del Evangelio a los pueblos que apenas han oído hablar de Jesucristo. En nuestra Asamblea estudiaremos también un nuevo documento que presenta la Comisión Episcopal de Misiones y Cooperación entre las Iglesias. La misión ad gentes es un estímulo saludable para la misión juvenil. Y, a la inversa, una juventud evangelizada y movida por el amor a Cristo, es condición indispensable para el impulso misionero.

Con estos grandes retos en perspectiva, procederemos a la renovación de cargos de la Conferencia Episcopal que nos demandan los Estatutos. Lo haremos en un ambiente de comunión fraterna y de disponibilidad para asumir las tareas que sean necesarias o convenientes para el buen funcionamiento de la Conferencia, de acuerdo con la naturaleza y los objetivos que la doctrina y la disciplina de la Iglesia les ha fijado a las Conferencias Episcopales.

Lo encomendamos todo a la materna intercesión de María Santísima, la Madre del Señor y de la Iglesia. Guiada por su luz, la nave de Pedro sigue surcando los mares de la historia.

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1 Cf. Colección Documental Informática. Documentos oficiales de la Conferencia Episcopal Española 1966-2006. Índices y CD-Rom, Editado por Mª Carmen del Valle Sánchez, Edice 2007.

2 Cf. ambos textos pontificios en: Ecclesia nº 3536 (18-IX-2010) 24-28.

3 Retomo aquí algunas ideas de mi intervención del 13 de enero de 2011, en el Real Centro Universitario El Escorial-María Cristina, en el marco del II Encuentro Preparatorio de la JMJ-Madrid 2011, donde se dieron cita, convocados por el Pontificio Consejo para los Laicos, delegados de pastoral juvenil de Conferencias Episcopales, Asociaciones y Movimientos de todo el mundo; publicada, bajo el título de La JMJ-Madrid 2011. Un empeño misionero para la evangelización de los jóvenes del siglo XXI, en la Colección de Cartas Pastorales del Sr. Cardenal-Arzobispo de Madrid, nº 39.

4 Benedicto XVI, “Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe” (cf. Col 2, 7). Mensaje para la XXVI Jornada Mundial de la Juventud , 1.

5 Ibid.

6 Es una frase sintética en la que se recogen estos versículos: “Mi espíritu está con vosotros – escribe San Pablo -, alegrándome de veros en vuestro puesto, y firmes en vuestra fe en Cristo. Por tanto, ya que habéis aceptado a Cristo Jesús, el Señor, proceded unidos a él, arraigados y edificados en él, afianzados en la fe que os enseñaron, y rebosando de agradecimiento.” (Col 2, 5-7).

7 Benedicto XVI, “Arraigados y cimentados en Cristo…”, 2.

8 Benedicto XVI, “Arraigados y cimentados en Cristo…”, 4.

9 Benedicto XVI, “Arraigados y cimentados en Cristo…”, 3. – El anuncio apostólico no está en contra del acercamiento verdaderamente científico a la figura histórica de Jesús, ni viceversa. El Papa recuerda en el Mensaje que el deseo de mostrar concretamente esa unidad entre historia y fe fue lo que le movió a escribir su libro “Jesús de Nazaret”, cuya segunda parte será presentada en Roma el próximo día 10 de marzo, Dios mediante.

10 Benedicto XVI, “Arraigados y cimentados en Cristo…”, 4. – Para la Jornada de Madrid se ha preparado una “traducción” del Catecismo de la Iglesia Católica al lenguaje de los jóvenes, un libro que lleva el título de Youcat. Catecismo joven de la Iglesia Católica. En el Prefacio escrito para este libro, Benedicto XVI vuelve a invitar a los jóvenes a estudiar el Catecismo diciéndoles: “¡Es mi deseo más ardiente!”

11 Benedicto XVI, “Arraigados y cimentados en Cristo…”, 6.

12 Citado en nuestro discurso inaugural de la última Asamblea Plenaria, en: Boletín Oficial de la Conferencia Episcopal Española 86 (31-XII-2010) 78.

13 A título de ejemplo: La iniciación cristiana. Reflexiones y orientaciones (27-XI-1998); Instr. Past. La familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad (27-IV-2001); La escuela católica. Oferta de la Iglesia en España para la educación en el siglo XXI (27-IV-2007).

14 Enc. Deus caritas est, 2.

15 Enc. Redemptor hominis, 10.

16 LXXVI Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, Instr. Past. La familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad, nº 61.

17 Benedicto XVI, Discurso de apertura de la Asamblea eclesial de la diócesis de Roma (6-XI-2005).

18 Cf. LXXXVIII Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, Instr. Past. Orientaciones morales ante la situación actual de España, 41.

19 Exposición de motivos I, de la Ley 13/2005 de 1 de Julio por la que se modifica el Código Civil en materia de derecho a contraer matrimonio.