Carta del Sr. Cardenal Arzobispo de Madrid para la Jornada del DOMUND 2013

Domingo 20 de octubre

«Fe + Caridad = Misión»

 

Mis queridos diocesanos:

«El obispo, suscitando, promoviendo, dirigiendo la obra misionera en su diócesis, con la que forma una sola cosa, hace presente y, por así decir, visible el espíritu y el ardor misionero del pueblo de Dios, de modo que toda la diócesis se convierta en misionera» (Decreto Ad gentes, 38). Con estas palabras, el Concilio Vaticano II nos recuerda a los obispos la preocupación constante que, en nuestra mente y en nuestro corazón de pastores, hemos de tener por custodiar y avivar el espíritu misionero en los fieles que nos han sido encomendados. Y en su Mensaje para este Domund 2013, el Papa Francisco lo subraya con fuerza y de un modo bien concreto, invitando «a los obispos, a los sacerdotes, a los Consejos presbiterales y pastorales, a cada persona y grupo responsable en la Iglesia a dar relieve a la dimensión misionera en los programas pastorales y formativos». Con su invitación, el Santo Padre no hace otra cosa que reavivar el mandato mismo del Señor, su «testamento» a la hora de ascender a los cielos: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación», mandato que es, justamente, la luz y la fuerza que ha inspirado todos los planes diocesanos de pastoral que se han ido realizando a lo largo de estos años, en los que hemos celebrado el III Sínodo Diocesano, la Misión Joven, la misma preparación y desarrollo de la Jornada Mundial de la Juventud de 2011 y, durante el curso pasado y éste que estamos iniciando, la Misión-Madrid.

Como pastor de esta Iglesia particular de Madrid, ante la celebración del Domund 2013, coincidiendo con el «Año de la fe», hago a todos, sacerdotes, consagrados y fieles laicos, familias enteras, una llamada ardiente y gozosa, llena de esperanza, a ser verdaderos misioneros, apóstoles, es decir, «enviados» a llevar la fe y el amor de Jesucristo a todos aquellos que no lo conocen y no lo aman. En nuestra Iglesia diocesana hemos recibido muchas y grandes gracias de Dios, que no podemos guardarlas «sólo para nosotros mismos», pues si así fuera nos convertiríamos, como dice el Papa en su Mensaje, «en cristianos aislados, estériles y enfermos». Necesitamos, y con urgencia, reavivar el ardor misionero que haga auténtica realidad en Madrid la nueva evangelización, y para que así sea hemos de tener el corazón abierto al mundo entero, con la certeza de que, en palabras del Papa Francisco, «donar misioneros nunca es una pérdida, sino una ganancia». Porque la Iglesia es una y católica, y en verdad es «una ganancia» para la Iglesia en Madrid sus hijos misioneros, que casi alcanzan el millar, repartidos por todos los continentes, pues nos traen –dice también el Mensaje pontificio– «la frescura de las Iglesias jóvenes, de modo que las Iglesias de antigua cristiandad redescubran el entusiasmo y la alegría de compartir la fe en el intercambio que enriquece mutuamente en el camino de seguimiento del Señor».

La Jornada del Domund es, sin duda, ocasión privilegiada para avivar en nuestra Iglesia diocesana el auténtico espíritu misionero que significa tener la mirada y el corazón completamente abiertos a la Iglesia entera, extendida por toda la tierra, que espera de todos y cada uno sus hijos no cejar en el empeño de llevar la Buena Noticia de Jesucristo a tantos hermanos nuestros que aún no lo conocen y no lo aman. Hemos de tenerlo bien presente, reavivando en el 50 aniversario del Concilio Vaticano II, que celebramos en este «Año de la fe», lo que nos dice en su Decreto «Ad gentes»: «La Iglesia, enviada por Cristo para manifestar y comunicar la caridad de Dios a todos los hombres y pueblos, sabe que tiene que llevar a cabo todavía una labor misionera ingente» (n. 10). Cada año, al comenzar el curso, se nos recuerda que queda mucho por hacer, y no podemos olvidar que sigue vigente la urgente llamada a la Misión que nos hacía el Beato Juan Pablo II al comienzo mismo de la encíclica «Redemptoris missio», de 1990, precisamente en el 25 aniversario del Decreto «Ad gentes»: «La misión de Cristo Redentor, confiada a la Iglesia, está aún lejos de cumplirse. Una mirada global a la Humanidad demuestra que esta misión se halla todavía en los comienzos», y por tanto «debemos comprometernos con todas nuestras energías en su servicio».

El lema que nos han propuesto las Obras Misionales Pontificias para este Domund 2013, «Fe + Caridad = Misión» es bien expresivo del ser mismo de la Iglesia, que ciertamente es «misionera» desde su misma raíz. Porque cuando «el espíritu y el ardor misionero», que en expresión del Decreto «Ad gentes» han de distinguir al pueblo de Dios, faltan en la Iglesia, es la demostración más palpable de la falta de la fe y de la caridad, que son la fuente de la Misión. La obra misionera de la Iglesia nace de la fe de los cristianos, que necesariamente les mueve al amor más profundo y sincero hacia todos, y muy en especial a los más necesitados, y quien ha conocido de veras a Jesucristo sabe bien que no hay mayor necesitado que aquel que no lo conoce. Dar a conocer a Jesucristo, testimoniarlo con la fe y la caridad de la propia vida, eso, y no otra cosa, es la Misión. La misión de la Iglesia es la necesaria consecuencia de ese corazón enamorado de Cristo, reconocido en la fe como el Único Dios, Señor y Salvador nuestro, que arde en deseos de que esa misma fe y ese mismo amor se encienda en los corazones de todos los hombres. El Papa Francisco, desde el comienzo mismo de su pontificado, no ha dejado de subrayar que la labor de la Iglesia no puede confundirse con la de una ONG. Sin duda, los misioneros se preocupan de las necesidades materiales de sus hermanos los hombres, ¿y por qué? Sencillamente, porque en su corazón están bien vivas la fe y la caridad. Sin esa fe y sin esa caridad, es decir, sin la Presencia viva de Cristo en cada misionero, de poco serviría la ayuda material, y más aún: tal ayuda muy pronto se vería en peligro.

«Fe y Caridad», he ahí el alma de la celebración de la Jornada del Domund, y nos unimos en la acción de gracias a Dios por la bendición que es para toda la Humanidad el trabajo de los misioneros, fuente de la verdadera Esperanza, y siempre sabiendo que esta tarea «ingente» continúa, pero al mismo tiempo conscientes de que, en definitiva, es obra de Dios, y que, poniéndonos en sus manos, Él mismo la llevará a término. Y concluyo invocando la intercesión de su Madre, y Madre nuestra, la santísima Virgen Nuestra Señora de la Almudena. Que ella, Reina de los Apóstoles y de las Misiones, cuide de nuestros misioneros y ayude a que todo el pueblo cristiano de Madrid no pierda nunca el espíritu apostólico y misionero, al tiempo que os envío a todos mi saludo cordial y mi bendición,