Iglesia Colegiata de San Isidro, 15.5.1997, 12 h.
Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes,
Excmas. e Ilustrísimas Autoridades,
Queridos hermanos y hermanas en el Señor, devotos de San Isidro.
SAN ISIDRO Y SU CASA: UN FRUTO DE LA IGLESIA
Con gozo festivo nos reunimos hoy todos los madrileños para festejar a nuestro santo patrono, al hijo más venerado de nuestra ciudad y de nuestro pueblo cristiano, san Isidro Labrador. Con fina pedagogía, la liturgia proclama textos sagrados que se refieren al trabajo de la tierra y a las virtudes con que el labrador espera de Dios la bendición de sus dones. Más aún, Jesús se os presenta corno la vid en la que estamos injertos, siendo su Padre el labrador que se ocupa de que cada sarmiento, unido a esta vid, produzca abundantes frutos de santidad. Estas imágenes nos trasladan espontáneamente a la vida misma de san Isidro evocando no 51o el trabajo de sus manos, en los campos de Iván de Vargas, sino el de su espíritu, al dejarse trabajar por )¡os en la viña selecta y fecunda de la Iglesia. Bien podemos decir que Dios podó a san Isidro para extraer de él el fruto que permanece para siempre, el de la santidad cristiana, y que es para nosotros, madrileños del siglo XX, gloria, estímulo y consuelo en nuestro peregrinar de la fe.
San Isidro es un fruto de la Iglesia, «labranza o campo de Dios» (1 Cor 3,9), que ha sido regada con la sangre de Cristo. En esta Iglesia, comunión de los santos, san Isidro fue recibido por el bautismo, alimentado con la eucaristía y educado en la piedad y vida cristiana. En esta Iglesia, aprendió sobre todo la caridad que le distinguiría a lo largo de su vida. Cuando hoy escuchamos el relato de los Hechos de los Apóstoles, que describe a la muchedumbre de los creyentes «como un solo corazón y una sola alma» (4,32), comprendernos por qué nadie pasaba necesidad, ni había indigentes entre ellos. «Todo lo tenían en común y nadie tenía por propia cosa alguna» (4,32). Así era la casa de san Isidro: quien llamaba a su puerta siempre encontraba acogida y ayuda en su necesidad. La pobreza de san Isidro se convertía en riqueza para otros y nunca le faltó el pan de la caridad. Aprendió de Cristo a enriquecer a otros con su pobreza (2 Cor 8,9). Y su casa llegó a ser tina pequeña Iglesia, donde la plegaria y el trabajo honesto culminaban en la caridad con los pobres,
Quienes pasaban por la casa de san Isidro se llevaban así el buen olor de Cristo y el testimonio de su presencia viva entre los hombres. Percibían, sobre todo, que la casa de un cristiano reflejaba fielmente el misterio de la Iglesia como la gran familia de los hijos de Dios. San Isidro supo construir su familia como iglesia doméstica y dotarla de aquellos distintivos que configuran a la Iglesia en su misterio más íntimo; la piedad y la caridad; el santo temor de Dios y la comunión con todos los hombres llamados a ser hijos de Dios. No hubiera podido hacer esto sin recibir él mismo de Cristo la caridad que le redimió y la gracia del bautismo que le impulsó a ser santo. Y, consciente de su pertenencia a la Iglesia, ofreció su propia santidad vivida como «la aportación primera y fundamental a la edificación de la misma Iglesia en cuanto comunión de los santos» (ChL 17). Esa es su primera y perennemente actual aportación a nuestra Iglesia Diocesana: la de acompañarla con su intercesión para que crezca como comunión de los Santos», en la perfección de la caridad.
En esta vida eclesial nació y se desarrolló la familia de San Isidro, llegando a ser así un fruto de la Madre Iglesia. En nuestros días es urgente redescubrir la maternidad de la Iglesia donde nacemos y nos desarrollamos para la vida en Cristo. La Palabra de Dios, los sacramentos, todo el vivir de la Iglesia va dirigido a que cada bautizado alcance la madurez de la vida sobrenatural que lleva al hombre a la plenitud de su humanidad. Los santos, en efecto, son obra de la gracia que, como dice la teología, no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona y eleva hasta su consumación en Cristo. Es el hombre, privado de su dimensión sobrenatural, el que se frustra y queda condenado a ser mero apunte y boceto del designio divino. De ahí que sea tan necesario mostrar a nuestros contemporáneos cuál es el designio de Dios sobre el hombre, cuál es su dignidad en Cristo y cuál, por último, la gloria a la que es llamado.
LA FAMILIA DE SAN ISIDRO: UN EJEMPLO
PARA LAS FAMILIAS CRISTIANAS DE MADRID
Cuando la familia sabe insertarse en el misterio de la Iglesia, se convierte en una escuela insustituible de humanidad; es más se abre de par en par a la misión evangelizadora y se convierte en testimonio vivo del
evangelio que la sustenta y configura. Familias así, como la de San Isidro Labrador y Santa María de la Cabeza, terminan por identificar el cristianismo, por mostrarlo como lo que es, buena noticia para el hombre que anhela ser salvado y que, por ello, aguarda -aún sin decirlo expresamente- que se le predique el evangelio, que se le anuncie la verdad que salva, y que tiene un nombre propio, Jesucristo. Cuando el hombre se encuentra con él -como se encontró san Isidro- cuando el hombre sabe que ha dado la vida por él y que lo ama,, descubre con profundo estupor el valor y la dignidad que tiene ante Dios (RH 10), descubre -en realidad- lo que significa la nobilísima, inviolable, condición de ser persona, llamada a la vocación del amor y de la santidad.
A pesar de la distancia en el tiempo y de la diferencia del modo de vida en esta moderna y compleja ciudad de Madrid, la actualidad de la vida y testimonio cristianos de san Isidro, de su matrimonio y de su familia, es indiscutible. Empeñados en la nueva evangelización de nuestra ciudad, hemos puesto en marcha un Plan Diocesano de Pastoral que pretende hacer llegar la salvación de Cristo a cada familia y vecino de Madrid. Esta evangelización sólo será posible si las familias cristianas se convierten, imitando la familia de san Isidro, en hogares donde el misterio de la Iglesia se haga visible y desde los que se irradie la salvación de Cristo. La Iglesia de Madrid tiene en san Isidro y santa María de la Cabeza un modelo de matrimonio y de familia, inspirado en la vida evangélica, capaz de alentar a tantos matrimonios y familias, que se debaten en dificultades sin cuento, para recuperar el camino de la esperanza y de la ilusión cristiana por la educación de sus hijos. Y, sobre todo, ejemplo y prueba convincente de hasta dónde el matrimonio, vivido cristianamente, es fuente de verdadera humanidad, de humanidad abierta al amor gratuito y al don de la vida; y, por ello, abierta a la práctica sencilla, pero auténtica e incansable, del amor a los pobres.
LA FAMILIA CRISTIANA: ESCUELA DE
VERDADERA HUMANIDAD
La cultura de nuestro tiempo se caracteriza por un grave deterioro de lo humano que afecta de modo especial a las familias y sus miembros más jóvenes que vienen a una sociedad en la que «el hombre arranca las raíces religiosas que están en su corazón: se olvida de Dios, lo considera sin significado para su propia existencia, lo rechaza poniéndose a adorar a los más diversos «ídolos»» (ChL 4). El dinero, el poder, el sexo, el consumo desenfrenado, la droga terminan imponiendo su ley en el corazón de quienes han arrancado la única ley que salva, la que Dios ha inscrito en el momento de la creación y nos acompaña a lo largo de la vida. ¿Cómo extrañamos, entonces de que el hombre pierda su dignidad y su rumbo y sentido de la vida y se deshumanice esclavizado a tantos ídolos? ¿Y cómo no descubrir que estas esclavitudes que intentan aniquilar la sacralidad de la persona, comienzan ya a ejercer su dominio en el seno de la propia familia cristiana cuando ésta pierde su relación con la Iglesia y con la vida divina que ofrece a todos sus hijos?
Y, viceversa, ¿cómo no reconocer que cuando la familia recobra sus perfiles cristianos -el amor y la fide-, lidad de los esposos, su entrega a los hijos, su función de comunidad de amor, de vida y de fe, entonces «la sacralidad de la persona vuelve a imponerse, de nuevo y siempre» «al tener su indestructible fundamento en Dios Creador y Padre» (ChL 5) ¿Entonces vemos como el hombre se abre como «connaturalmente» al evangelio de la gracia, lo acoge con fe y se somete a su verdad. Vemos que lo humano se rehabilita, que renace de nuevo la conciencia de la dignidad y de la verdad sobre el ser del hombre, y que florece la vida cristiana en toda su belleza. Florecen las virtudes domésticas -el respeto a la vida, la veneración y obediencia a los padres, la concordia y armonía de estos con sus hijos, la paz y la mutua comprensión~ y florecen aquellas actitudes y comportamientos que hacen de la familia cristiana un vivo reflejo de la Iglesia, la caridad sin tacha, el perdón sin reservas, y el gozo limpio, fruto de la posesión de la verdad evangélica, el compromiso de solidaridad y amor con los más necesitados.
Esta certeza del Evangelio del matrimonio y de la familia cristiana es la que vivifica todo aspecto del humanismo auténtico, porque es la certeza sobre Aquel que es la vida o, dicho con palabras del evangelio de hoy, la vid verdadera de la que todo sarmiento recibe el ser y la fecundidad. A esta vid se unió san Isidro y unió a toda su familia siendo así en la Iglesia un modelo indiscutible de la vida verdadera, de la vida que vence al pecado, a la muerte del alma y del cuerpo. El humilde labrador fue hecho santo y, con su intercesión, contribuye a que los que vivimos bajo su patronazgo lleguemos también a esa vida que no perece la de los santos, la que conduce a la gloria, la de la siembra de la reconciliación y de la paz, ya en los surcos de la historia, en este mundo.
Porque, « ¿Qué labrador ha sabido fructificar sufrimientos? ¿Quién en la tierra ha escondido tanto cielo, que a sedientos campos haya humedecido?»
Esto es lo que deseo a todos los madrileños, a las familias de esta Villa y Corte, y a cuantos encuentren en nuestros hogares pan y trabajo, acogida y hospitalidad: que en los campos de sus vidas «se esconda» y «fructifique» «tanto cielo» que en ellos y en esta ciudad de la que san Isidro es Patrono reine cada vez más el amor y la paz de Cristo que nos salva.
Que santa María de La Almudena, ante cuya imagen rezaba san Isidro antes de dirigirse a su trabajo, bendiga también el nuestro, nuestras familias, todas las familias de Madrid, y nos alcance de su Hijo gozar un día con El de la compañía de los santos.
Amén.