Mis queridos hermanos y amigos:
La Solemnidad del Apóstol Santiago, Patrón de España, viene como todos los años a nuestro encuentro en medio del período veraniego, el del descanso vacacional de muchos y el del ritmo de vida colectiva, más ligero de ocupaciones y más propicio a la comunicación mutua y a la apertura de nuevos horizontes entre las personas, las familias y las culturas.
Y viene como una fecha central en la vida de la Iglesia y del pueblo, insuficientemente estimada por la legislación civil y por las instancias públicas de la sociedad y del Estado; y, sin embargo, paradójicamente, cada vez más apreciada y celebrada en los más diversos ambientes, muy en especial por los jóvenes, que desde todos los puntos de la geografía eclesial y cultural de nuestra patria vienen descubriendo con creciente intensidad el CAMINO DE SANTIAGO, como el camino de las raíces apostólicas de su fe y el de los orígenes más valiosos de nuestra historia común: de España y de Europa.
Porque efectivamente la Tumba y la Ciudad de Santiago el Mayor nos evocan en primer lugar, pisando el umbral del Tercer Milenio de la Era Cristiana, la antigüedad apostólica de la Iglesia en España, que encierra una gracia singular y una vocación común, intransferible, que nos interpela a todas las diócesis españolas con una actualidad sin precedentes. ¿Pues, puede darse otra explicación real para el hecho de una fidelidad a la predicación apostólica mantenida y profesada sin fisuras en la Comunión Católica y Apostólica de la Iglesia, desde los primerísimos siglos de la Evangelización hasta hoy mismo, como es nuestro caso, el de los cristianos españoles, que no sea la de un don y gracia especialísima del Espíritu Santo? En pocos pueblos del mundo, antes y después de los primeros momentos de la expansión del Evangelio, ha enraizado tan en la hondura de sus opciones humanas y espirituales básicas la Fe en Jesucristo como en nuestros pueblos de España. Nuestras Iglesias Particulares han sido fieles a la Fe y a la Iglesia Católica siempre, con un grado de unanimidad impresionante. Ante una gracia del Señor tan excepcional sólo nos cabe, casi dos mil años después de la evangelización apostólica, una única respuesta: la de la renovación decidida de la fidelidad católica de nuestros antepasados, plasmada en una experiencia cristiana de vida, compartida con amor, con el amor misericordioso y transformador de Cristo; y ofrecida sencilla y humildemente a todos.
En el don de la gracia late siempre una vocación. En las gracias extraordinarias, que reciben las personas y las comunidades eclesiales, emergen correspondientemente vocaciones extraordinarias, o lo que es lo mismo, invitaciones a un seguimiento y a una particular respuesta de amor al Señor: «¡Amor con amor se paga!». En «la historia católica» de la Iglesia en España, marcada por la tradición jacobea, alienta hoy para nosotros, con un impulso nuevo del Espíritu, la llamada a «la misión» universal dentro y fuera de nuestras fronteras. Es preciso que nos comprometamos con toda el alma en la inmensa tarea de la nueva evangelización del mundo contemporáneo, con el talante espiritual y un estilo pastoral, «apostólicos», como el de Santiago el Mayor, que fue el primero entre los Apóstoles que no dudó en dar la vida por el Señor.
SANTIAGO APÓSTOL, su CAMINO, que conduce a tantos miles de peregrinos hasta su Tumba en su ciudad de Santiago de Compostela, nos descubre igualmente con penetrante viveza nuestra historia común de España y de Europa, en su versión más atractiva y valiosamente humana: la del caminar juntos, dándonos la mano y abriéndonos el corazón, en la búsqueda de los grandes horizontes de la Verdad y de la Vida que salvan al hombre. Lo que el Santo Padre en su ya memorable Discurso en el Acto Europeísta de la Catedral de Santiago de Compostela, el 9 de noviembre de 1982, afirmaba sobre que «Europa entera se ha encontrado a sí misma alrededor de `la memoria’ de Santiago, en los mismos siglos en los que ella se edificaba como continente homogéneo y unido espiritualmente», y de que «la conciencia de Europa ha nacido peregrinando», vale con mayor razón para la formación e identificación históricas de España.
En vísperas del Año Santo de 1.999, a las puertas del año 2.000, las resonancias múltiples de la Fiesta de Santiago Apóstol, las provenientes de la tradición y las del presente, las espirituales y las temporales, adquieren toda la fuerza empeñativa de una nueva llamada del Señor, dirigida a todos nosotros, los cristianos y los ciudadanos de España: ¡peregrinad a Santiago de Compostela, revitalizad las verdaderas raíces de vuestra alma cristiana, emprended de nuevo, juntos, su CAMINO, con el espíritu de los peregrinos jacobeos, humilde, penitente, esperanzado, fraterno y gozoso…! Entonces podremos encontrar de nuevo en el manantial apostólico de nuestra fe las aguas frescas y limpias del Evangelio, las que puedan satisfacer y satisfagan nuestra sed de Dios y de conocimiento verdadero del hombre y de su salvación, nuestra ansia de comprensión mutua y de unidad entre las personas y los pueblos de España, respetuosa de todos y solidaria con todos.
EL CAMINO DE SANTIAGO recobra en su Fiesta de 1998 una excepcional actualidad: como itinerario excelente de la fe apostólica y como CAMINO DE ESPAÑA Y DE EUROPA.
Con mis mejores saludos y mi bendición,