«Entre el realismo y la utopía: Educadores con esperanza
Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:
El día 6 de Marzo, Sábado, celebraremos en nuestra Diócesis la Jornada de Enseñanza. Es un momento muy propicio para profundizar pastoralmente en algo que llevamos en el corazón todos los días del año: la necesidad de la acción evangelizadora en el campo de la educación. Y es una nueva ocasión par tomar conciencia de la responsabilidad de los cristianos en el mundo de la cultura y en concreto de la escuela.
La celebración de ese día se prepara previamente con los materiales que la Delegación de Enseñanza elabora y difunde. Con ellos, y como otras veces, os llega esta carta: para ofreceros alguna reflexión sobre el tema y el lema de la Jornada, y para animaros a renovar el compromiso con el evangelio en esa difícil pero bella misión de educar a tantos niños y jóvenes de nuestra Archidiócesis de Madrid.
El tema que en esta ocasión se nos ofrece para la reflexión y revisión es éste: «Signos de los tiempos para el educador cristiano». Y el lema: «Entre el realismo y la utopía: EDUCADORES CON ESPERANZA». Se centra, pues, la Jornada de este curso en la imprescindible figura del educador. Imprescindible, sí. Así lo creemos y así aparece en los múltiples estudios que abordan la realidad de la educación, al abocarnos al tercer milenio. El final de una etapa histórica es un tiempo de reflexión, de balance, de perspectiva, de búsqueda de aquellos pilares que van a sostener la vida para que siga avanzando por la historia. Y aún admitiendo que a veces se le puede pedir demasiado a la escuela, es cierto que en este momento aparece con especial relieve la importancia de la educación y del educador.
Hoy un nuevo horizonte de necesidades educativas que no pueden confundirse con el aprendizaje o instrucción, y en las que es clave la dimensión humana de la educación, solicita respuestas que no encuentran en las nuevas y avanzadas tecnologías. Son respuestas de sentido que reclaman la existencia de educadores, y de un determinado perfil de educador. En este contexto, tan complejo como ilusionante, y en este momento de la historia ¿qué puede y debe hacer un educador cristiano sea cual sea su quehacer en la educación? ¿Cómo ser y estar en esta escuela y en esta sociedad?
– Atento a «los signos de los tiempos», para responder con una postura activa desde el evangelio a los retos de la educación. El Concilio Vaticano II, en la Gaudium et Spes, nos recuerda que. «es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura» (nº 4). Muchos son los signos del momento presente que afectan a la misión educadora de la Iglesia pero en torno a esta Jornada quiero hacer especial referencia a dos: la indiferencia religiosa, que se presencia como un desafío y una llamada a la autenticidad cristiana y al anuncio explícito del Dios de Jesucristo con más audacia e intensidad; y la persistencia de las desigualdades sociales, la violencia, los fenómenos de la marginación, la exclusión… a niveles internacionales o locales, que vuelven a mostrar la urgencia de renovar en la educación de las nuevas generaciones, desde la fe en Dios «Padre nuestro y Padre de todos», la cultura de la fraternidad.
– Realista y comprometido. Al educador se le pide realismo, porque la educación no acontece en el vacío. Los saberes y los valores siempre se transmiten en una sociedad, con un entramado de experiencias ambientales, históricas y culturales que hacen de filtro y rémora o de trampolín e impulso para la tarea de educar. Se le pide ser un buen profesional que sabe ver lo negativo y lo positivo de la realidad y, sobre todo, las posibilidades de futuro que ofrece. El realismo así, lejos de ser pesimismo, debe de ser el resorte necesario para implicarse y vivir la tarea cotidiana sin evasión, con vocación, como misión.
– Esperanzado y perseverante. El educador cristiano camina «entre el realismo y el ideal». Entre el «ya» y el «todavía no». Tras todo ideal de existencia late un deseo de conversión y renovación personal y social que aguarda y procura la coyuntura propicia para hacerse realidad. Tras las utopías de fin de siglo se muestra el disgusto con la cultura dominante y el deseo de un giro radical, pero también la impotencia del hombre para hacerlas realidad sin Dios o contra Dios. Tras el ideal del educador cristiano están la esperanza en el Reino de Dios, que no defrauda que camina hacia su plenitud y un día alumbrará un mundo nuevo y una humanidad nueva victoriosa sobre el pecado y sobre la muerte; está la propuesta de las bienaventuranzas como promesa de felicidad y forma eminente y fecunda de compromiso moral y social; está la persona de Jesús, su mensaje, su vida, su muerte y su Resurrección: realización plena del plan salvador de Dios sobre el hombre, fuente, norma y paradigma último de toda educación.
– Con la esperanza que nace de la fe. La Juventud hoy pide razones para creer y razones para esperar; pero necesita sobre todo ver en sus educadores signos y testigos de esperanza. Un educador con esperanza es un indicador fiable para el camino y el sentido de la vida; un educador sin esperanza deja de ser educador. Educar con esperanza, desde la esperanza y para la esperanza es, en los tiempos que corren, una inestimable aportación. Esta esperanza se aviva mirando al mundo y a la humanidad con los ojos limpios de la fe y el gozo teologal del amor cristiano, que es el que nace de la certeza de que Dios ama al ser humano y de que nuestra historia es una historia de salvación. Y se proyecta en ser «luz del mundo», «sal de la tierra», «fermento en la masa», «ciudad sobre el monte»…; basta haber descubierto y acogido el don del Reino de Cristo para que la vida toda del creyente comience a iluminar, a irradiar, a sazonar y a transformar el mundo en que le toca vivir.
En la reciente encíclica «Fides et ratio» de Juan Pablo II, se dice que «lo más urgente hoy es llevar a los hombres a descubrir su capacidad de conocer la verdad y su anhelo de un sentido último y definitivo de la existencia… el hombre contemporáneo llegará así a reconocer que será tanto más hombre cuanto, entregándose al Evangelio, más se abra a Cristo» (nº 102). Los educadores están especialmente vocacionados para realizar esa hermosa tarea. Todos: padres de familia, profesores, comunidades educativas, educadores de la Escuela Católica, educadores de calle, sacerdotes… y cuantos en cualquier circunstancia y lugar podáis ofrecer a los jóvenes valores humanos y evangélicos para su educación. Que la Jornada de Enseñanza nos ayude a reemprender el camino. Y que el Señor nos conceda la fuerza necesaria para realizar gozosa y plenamente nuestra misión.
Con mi afecto y bendición,