Mis queridos hermanos y amigos:
La Fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, vivida en el marco del Año Jubilar, nos acercó una vez más al Misterio de su Maternidad como momento e instrumento clave de la historia de la Salvación. María fue saludada por el Angel Gabriel como la llena de gracia, asegurándole que el Señor estaba con ella, porque iba a ser la Madre del Hijo del Altísimo. Si María fue concebida sin mancha de pecado original, ello ocurrió en previsión de los méritos de su Hijo: porque iba a ser la Madre de Jesús, el Salvador de los hombres.
En la Vigilia de las Familias en la Catedral de La Almudena con la que iniciábamos su celebración, mirábamos a esa Madre, que ilumina toda la esperanza del Adviento del Año 2000, dispuestos a sacar todas las consecuencias para la vida y el compromiso del amor cristiano que la hora actual del mundo nos está reclamando: especialmente a la Iglesia y a las familias cristianas. Juan Pablo II, en el pasado Jubileo de las Familias ,los días 14 y 15 de octubre en Roma, con su lema ,»Los hijos: primavera de la familia y de la sociedad», nos los ponía delante de los ojos con exquisita claridad y caridad pastorales, teniendo como telón de fondo una situación social llena de peligros para los niños y de desafíos para nosotros. El niño no puede ser tratado nunca como «un objeto», sino como «un sujeto personal» al que es inherente la cualidad y dignidad de la persona humana desde el momento de su concepción. No se tiene «derecho al hijo»,recordaba el Papa,, sino que se debe de reconocer «el derecho del hijo a nacer y después a crecer de modo plenamente humano».
Con tristeza y dolor muy profundos venimos asistiendo en España a una difusión creciente de concepciones y conductas en los ambientes y medios culturales y de comunicación social, que no se detiene ante la misma escuela y los centros educativos, planteadas en clara contraposición al valor insustituible que tienen para la sociedad y su futuro el matrimonio fielmente vivido en el amor esponsal y la familia que de él fluye. Con el agravante de una actuación de las instituciones y autoridades públicas en todos los niveles que, en el mejor de los casos, no pasa del límite de la pasividad permisivista; y que, en muchas ocasiones, se articula a través de medidas normativas y administrativas de claro apoyo a iniciativas de legislación y de adopción de disposiciones de gobierno, formuladas abiertamente en contra del derecho a la vida del niño y de los bienes esenciales del matrimonio y de la familia, a la que discriminan sin paliativo alguno.
Se anuncia la próxima autorización de la venta en farmacias de la píldora abortiva del llamado «día después». Crecen las dudas y vacilaciones respecto a la posibilidad de que se aprueben directivas que franqueen la puerta a la manipulación de embriones humanos, en la que se incluye e implica la eliminación de los mismos ,es decir, su muerte, sin más: nada más y nada menos que la muerte de un ser humano. Se conceden exenciones fiscales y se otorga un «status» jurídico a las llamadas parejas de hecho, iguales y similares a la de los matrimonios y familias, legítimamente constituidas. Desgraciadamente se ha comenzado a dar pasos en esta dirección ,en la equivocada dirección, en nuestra ciudad y comunidad de Madrid. Todo ello duele y entristece tanto más,hasta la pregunta asombrada y escandalizada,, cuanto más se echa de menos una clara y decidida política de apoyo al matrimonio, a la familia y a la vida. Desilusiona y desanima el ritmo tan tímido y lento de lo que debería ser la puesta en marcha de una política familiar, digna de tal nombre.
Nuestros compromisos
¿Cómo no vamos a sentirnos interpelados en lo más hondo de nuestra conciencia cristiana? ¿Cómo no van a sentirse afectadas las familias cristianas de Madrid precisamente en la Fiesta de Nuestra Señora, la Inmaculada, que nos quiere abrir los ojos del corazón y del alma al Misterio de su Maternidad, tan decisiva en el designio salvador de Dios?
Por María, la Madre Inmaculada, viene siempre, año tras año, el Salvador del hombre, Jescuristo, Nuestro Señor. Por el amor esponsal, sacramentalmente fundado, alimentado en el amor de Cristo a su Iglesia, acogido y amparado en el seno de la Virgen Madre, se abre y despeja el camino de la vida, el digno de todo ser humano; nace el hombre con vocación y dignidad propia de hijo, de hijo de Dios; se ponen las bases del amor gratuito para la comunidad humana; se teje con los hilos invisibles del Espíritu y del hombre nuevo el organismo viviente de la Iglesia.
¿Vamos los católicos incluso a colaborar en esa cultura intelectual, social y política de la relativización ética y jurídica de la familia y del cuestionamiento del valor sagrado de toda vida humana? ¿O vamos, antes bien, a iniciar una nueva etapa en nuestro compromiso, privado y público, con la cultura del amor y de la vida, configurado por el Evangelio del Enmanuel, del Hijo de Dios encarnado en el seno de la Virgen María; y sostenido por el amor sencillo, entero y perseverante de María, la Virgen Inmaculada de Nazareth?
La respuesta no admite duda en este año jubilar ante la mirada de Cristo crucificado que nos hace presente con renovada insistencia: «hijo, ahí tienes a tu madre». ¡Nos comprometemos, nos queremos comprometer con MARÍA ANTE EL TERCER MILENIO por el matrimonio y la familia cristiana!
Con todo afecto y mi bendición,