Un servicio del amor cristiano responsable y libre
Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:
Mañana un millón de niños madrileños, aproximadamente, volverán al colegio. Comienza el curso escolar 2004-2005. A las preocupaciones habituales de los padres y de las familias en estas ocasiones –conseguir para los hijos el centro de enseñanza deseado y elegido, el coste de los materiales escolares, el interrogante de la reacción de los más pequeños en su primer año de escuela, etc.,– se unen en este curso otras extraordinarias como por ejemplo: ¿Qué será de los planes y proyectos de reforma del sistema educativo? ¿O cómo lograr los avances pedagógicos debidos en la integración de los cada vez más numerosos escolares, hijos de los inmigrantes que viven y trabajan ya codo a codo con nosotros en la comunidad de Madrid? Y, no en último lugar, hay que mencionar la preocupación que embarga a muchos padres de familia sobre las posibilidades reales de una seria educación religiosa y moral para sus hijos de acuerdo con sus convicciones en la forma que les garantiza, incluso la Constitución Española. Son preocupaciones que comparten grandes sectores de la sociedad y, por supuesto, la Iglesia y sus Pastores.
En el trasfondo de esta problemática se adivinan no sólo cuestiones relacionadas con la concepción cultural y política de un orden social y jurídico, recto, justo y solidario, sino también cono los criterios fundamentales, filosóficos y teológicos, que afectan al concepto mismo de la educación y su valor decisivo para el bien del hombre: de cada persona y de toda la familia humana. Las inseguridades, vacilaciones e insuficiencias prácticas que dominan el ambiente de la escuela en España al comienzo de este curso, tan fuertemente, tienen que ver en definitiva con la respuesta objetiva y verdadera a una pregunta elemental: ¿Cuál es la idea o ideal de hombre que debe guiar e impregnar toda la normativa y actividad educativas? No se puede ni debe esperar que la contestación a esta pregunta clave venga dada –y, menos, impuesta– por el ordenamiento jurídico, sino por la conciencia de los padres y de la sociedad rectamente formada y expresada con libertad responsable. El papel del Estado ha de ser subsidiario, abriendo y garantizando a las familias y a las legítimas y acreditadas instituciones sociales, este ámbito de libertad responsable al definir y elegir el modelo educativo que estimen el más adecuado para responder a las necesidades de una auténtica educación integral para las nuevas generaciones.
Es patente para cualquier observador medianamente avisado del actual estado de opinión de la sociedad española, máxime visto y analizado a través de los medios de comunicación social, que la visión del hombre y de su destino que circula, se propaga y difunde implícita y explícitamente en los más variados ambientes de la sociedad española es extraordinariamente contradictoria, imprecisa y, muchas veces, opuesta y hostil a la visión cristiana del hombre, dotado de una dignidad personal y trascendente desde el mismo momento de su concepción, con vocación de eternidad, y llamado a vivir a través de la diferencia sexual como varón y mujer el don del amor y de la vida; por tanto, sujeto de derechos fundamentales, inviolables, anteriores y superiores a cualquier instancia jurídica y poder humano, y que no convierten en deberes mutuos en función del bien común a la hora de respetarlos y ponerlos en práctica. Sus supuestos teóricos son los de una idea materialista y radicalmente laicista del hombre, al que se le reduce tanto individual como socialmente a un plano puramente biológico y psicológico, sin fondo espiritual y sin perspectivas de una felicidad que se siembra y madura en el tiempo por la vía del amor comprometido con la Ley de Dios, y se cosecha definitivamente en la gloria eterna.
Es muy urgente que los padres y educadores cristianos, apoyados por toda la Iglesia Diocesana, tomen conciencia cada vez más lúcida y vigilante de que lo que está en juego en el actual debate educativo español es el concepto y valor mismo de la persona humana en los elementos esenciales que la constituyen. Sólo así podrán comprender y abordar acertada y eficazmente los problemas sociales, políticos y jurídicos en torno al sistema educativo que nos está deparando el comienzo del actual curso escolar. Sobre todo, caerán en la cuenta de lo absolutamente insustituible que resulta para el futuro de sus hijos y de la sociedad española su empeño personal y colectivo para que en cualquier proyecto de reforma o actuación legal y administrativa sobre la institución escolar se guarde y respete escrupulosamente su derecho a elegir libremente el modelo de escuela y, que, al menos y en todo caso, en las escuelas estatales se mantenga la opción académica indiscriminadamente formulada, de la enseñanza de la religión y moral para los alumnos, cuyos padres así lo pidan. En el caso de España, se trata de una abrumadora mayoría de padres católicos y de una historia cultural y espiritual, marcada por la estrechísima relación entre el pueblo y la Iglesia Católica.
Esta toma de conciencia por parte de los padres y educadores católicos es el más grave y necesario servicio que pueden y deben prestar hoy a sus propios hijos y al bien común de nuestra sociedad ¡Un verdadero servicio, propio del cristiano! Nace del amor de Dios, responde a su amor creador y redentor, que se vuelca con el corazón en el amor al hombre: al que más lo necesita, al niño y adolescente que comienza la búsqueda del verdadero camino de la vida inerme y necesitado de compañía cercana, amorosa, desinteresada, generosa, la que sólo le pueden prestar los que de verdad lo aman.
Una compañía que les ofrece día a día a ellos, a sus padres y maestros, la Virgen del Camino, la Madre de Jesús y Madre nuestra ¡Virgen de La Almudena! A ella los encomendamos con nuestra oración y plegaria más ardiente en el inicio de este curso escolar que nos preocupa y estimula para nuevos compromisos de esperanza cristiana.
Con todo afecto y mi bendición,