En la Jornada pascual del enfermo
LEstimados hermanos y hermanas:
Durante la cincuentena pascual, concretamente en el sexto domingo de Pascua, entre la solemnidad de la Resurrección del Señor y la de su Ascensión a los cielos, celebramos en la archidiócesis de Madrid -como en las diócesis de la Iglesia en España- una Jornada “pascual” especialmente dedicada a los enfermos.
En este año de 2006 nos fijamos de modo particular en el “acompañamiento espiritual al enfermo”, puesto que, cuando nos llega la enfermedad, necesitamos de personas que nos cuiden sanitariamente y de quienes se preocupen integralmente de la salud, es decir, también de la salvación. Así lo hacía Jesucristo, nuestro Señor, con los enfermos que le presentaban, pues se preocupaba a la vez por la curación corporal y por la salud espiritual de los mismos enfermos.
En continuidad con lo que Jesús, el Salvador, hacía y enseñó a realizar a sus apóstoles y discípulos, su Iglesia hoy también quiere prolongar el acompañamiento espiritual, acercando al mismo Señor a quienes lo necesitan de modo singular al encontrarse enfermos.
El Papa Benedicto XVI nos ayuda a comprender que el ejercicio de la caridad va unido al anuncio de la Palabra y la administración de los Sacramentos, pues en la Iglesia: “practicar el amor hacia (…) los enfermos y los necesitados de todo tipo, pertenece a su esencia tanto como el servicio de los Sacramentos y el anuncio del Evangelio (Deus caritas est, 22).
Durante la enfermedad necesitamos el don de fortaleza del Espíritu Santo que se nos comunica en la acogida de la Palabra de Dios y en la celebración de los Sacramentos: la Penitencia, la Unción de los enfermos y la Eucaristía. El Señor continúa acompañándonos en la fragilidad de la enfermedad y en la debilidad del pecado y, de la misma manera que Él en su muerte y resurrección ya ha vencido a la muerte y al pecado, así también nosotros mantenemos en Él nuestra esperanza. El Señor, después de la Ascensión, envió al Espíritu Santo, “don en sus dones espléndido”, que nos ayuda a “sanar el corazón enfermo” y es “fuente de mayor consuelo” en medio de la enfermedad.
Pedimos, pues, a Jesucristo que cuantos trabajan en la atención sanitaria y en la pastoral de la salud, profesionales, voluntarios y familiares de los enfermos, abran su alma al don del Espíritu Santo para que puedan acompañarlos también espiritualmente. El Papa insiste no sólo en la formación profesional de los que atienden a los que sufren sino también en “la formación del corazón” para que, el encuentro con Dios en Cristo suscite el amor, como una consecuencia de la fe que actúa por la caridad (Cf Deus Caritas est, 31).
Y pedimos al Señor que los enfermos abran su corazón al Espíritu Santo para que les haga experimentar que la fuerza de Cristo “se realiza en la flaqueza” (2ª Cor 12,9). La cercanía y acompañamiento de sus familiares y amigos será también un signo de la presencia de Dios en medio de la soledad que muchas veces comporta el estar enfermo. Ponemos nuestra confianza en Santa María, a quien invocamos bajo la advocación de La Almudena, “consuelo de los afligidos” y “salud de los enfermos”, para ofrecer la vida en medio de los padecimientos y para vivir siempre en la cercanía del Señor, una vez recuperada la salud.
Con mi afecto y bendición,