«Habéis recibido el Don del Espíritu Santo y seréis mis testigos»
Mis queridos hermanos y amigos:
En los próximos días numerosos jóvenes de nuestra Archidiócesis de Madrid emprenderán el largo camino de Sidney en Australia, en las antípodas de Europa, para participar a la semana siguiente en los actos de la XXIII Jornada Mundial de la Juventud que presidirá el Santo Padre Benedicto XVI y que culminarán con la gran vigilia de oración de la noche del día 19 de julio y con la solemne celebración eucarística del día siguiente, Domingo, día 20 de julio. Les acompañaremos sus sacerdotes y sus Obispos, los de Madrid, Alcalá y Getafe. El objetivo pastoral de nuestra peregrinación a Sidney es claro: queremos unirnos a los jóvenes católicos de todo el mundo para proclamar y celebrar de nuevo, junto con el Santo Padre, Sucesor de Pedro, Vicario de Cristo y Pastor de la Iglesia Universal y con una muy nutrida y significativa representación del Episcopado mundial, que Jesucristo es el Señor, el Salvador del hombre, hoy como ayer y como siempre. Sabiendo que hemos recibido el don del Espíritu Santo el día de nuestro Bautismo y de un modo especialmente comprometedor en el día de nuestra Confirmación, queremos dar testimonio ante el mundo de la riqueza de la nueva vida que hemos recibido por el don del Espíritu Santo, no para retenerla avariciosamente para nosotros, como si se tratase de un bien particular, destinado a unos pocos privilegiados, sino para comunicarla y transmitirla a todos sin excepción, pues para todos nos “la ganó” Cristo Jesús, el Hijo de Dios y el Hijo de María, en la Cruz y en su Resurrección. Nuestro testimonio irá dirigido especialmente a los jóvenes de nuestro tiempo. Siempre ha sido la etapa juvenil de la persona un momento clave para la definición de sí misma: de su vocación, del camino a emprender en la vida que se le abre con un amplio horizonte de tiempo y de posibilidades humanas de todo orden, y del bien último a alcanzar, que dé explicación definitiva al sentido de sus vidas. Hoy, en las actuales circunstancias de la sociedad y de la cultura que rodea a los jóvenes, ese momento de elección y de definición de lo que quieren ser y de cómo quieren orientar y realizar el proyecto futuro de sus vidas, se presenta como especialmente acuciante y crucial. Las ofertas de modelos de existencia desnudamente materialistas e inmanentistas, concebidos y explicados de espaldas a Dios con técnicas e instrumentos de comunicación social seductores, de reclamos de tiempo libre y de futuros profesionales humanamente brillantes, les resultan extraordinariamente tentadoras. La palabra “amor” y la experiencia del “amor” o las conocen falseadas y manipuladas o no llegan siquiera a conocerlas y a comprenderlas: ¡de verdad y en toda su verdad! La Jornada Mundial de la Juventud nos depara una vez más una nueva y singular oportunidad para mostrarles a los jóvenes de nuestro tiempo a través del testimonio sentido, vivido y expresado por una riada inmensa de jóvenes coetáneos suyos, venidos de todos los rincones del planeta, y que han encontrado ya a Jesucristo en sus vidas o quieren y tratan de encontrarlo, que este Jesucristo, que sus contemporáneos conocieron como Jesús de Nazareth, es el Camino, es la Verdad, y es la Vida para su peregrinación por este mundo. Sólo en Él pueden hallar la plena y gozosa respuesta a todos los grandes interrogantes que les inquietan, interpelan y conmueven en lo más hondo y en lo más auténtico de sí mismos. Las grandes preguntas que nacen del corazón insatisfecho, intranquilo y ansioso de amor generoso y de felicidad verdadera, que ni el mundo ni los hombres pueden apagar, tienen en Jesucristo y en su Evangelio la respuesta: la respuesta verdadera, auténtica, la que no les engaña, confunde y pierde sino la única que les salvará eternamente.
Este Mensaje es el que resonará para los jóvenes del mundo claro y vibrante desde Sidney en los días y celebraciones de la Jornada Mundial. La palabra del Papa les iluminará y alentará para acertar con el itinerario humano, espiritual y eclesial que les lleve al encuentro íntimo y transformador con Jesucristo, el Salvador; la celebración de la Eucaristía, presidida por Benedicto XVI, les permitirá experimentar la presencia del Señor y el don de su Cuerpo y de su Sangre, repartido y compartido con los jóvenes de todo el mundo, como una invitación y un estímulo divino-humano para proyectar su presente y su futuro como hijos de la gran Familia de Dios. De esta “familia”, nacida de Cristo Crucificado y de su Divino Corazón, están llamadas a formar parte las nuevas generaciones de la juventud del mundo, ¡más aún todos los hombres sin distinción! Y, finalmente, al participar juntos en todos los actos y acontecimientos de la Jornada, proponiéndose y queriendo vivir en todos los momentos del día como familia de Dios, se mostrarán a los que les observan de cerca, la sociedad y los jóvenes de Australia, y a la opinión pública mundial, qué espléndidos frutos de convivencia pacífica, alegre y gozosa, de solidaridad auténtica y realizada con los que más lo necesitan, de colaboración y de comportamiento civil, respetuoso y cuidadoso con las exigencias del bien social y ciudadano, brotan de la experiencia celebrada y atestiguada con hechos, conductas y palabras de la comunión con el Misterio de Jesucristo y de su gracia salvadora, vivida por los jóvenes de la Iglesia con el Papa y sus obispos, unidos por el vínculo de la caridad fraterna.
Estamos seguros, confiando en la compañía amorosa de María, la Madre del Señor y Madre nuestra, en cuyo Corazón maternal depositamos nuestras ilusiones, esperanzas y plegarias, que los Jóvenes participantes de la vigésimo tercera Jornada Mundial de la Juventud en Sidney se sentirán llamados a ser de nuevo los testigos de Jesucristo entre sus compañeros, los jóvenes de todo el mundo; y que responderán sin reservas a esa vocación misionera en la forma en la que el Señor les pida: sacerdocio, vida consagrada, vocación para el matrimonio y la familia cristiana, vocación para el apostolado seglar…; ¡Con ellos nacerá una nueva hora de la Misión Joven! La juventud de Madrid y de España no deberá olvidar que fueron benedictinos de la Abadía de San Martín Pinario de Santiago de Compostela –desde la “desamortización”, sede del Seminario Mayor de la Archidiócesis Compostelana– los primero misioneros católicos que en el siglo XVIII plantaron la Iglesia en el Continente australiano. En todo caso, debemos de pedir a la Virgen, María Auxiliadora y Ntra. Sra. de La Almudena, que salga de Sidney un renovado y apasionado impulso misionero para la evangelización de la juventud de todo el mundo y, muy señaladamente, de los jóvenes de Asia. Contamos, para ello, con la participación espiritual de las comunidades religiosas de vida contemplativa, especialmente de las femeninas. Con su oración constante y con la oblación diaria de sus vidas, nos acompañarán en el camino hacia Sydney y estarán con nosotros en todos los actos y celebraciones de la Jornada y en el día a día de nuestra convivencia, vivida y presentada como un signo y prenda de la belleza de la vida cristiana y de la propia Iglesia.
Con todo afecto y mi bendición,