Carta Pastoral con motivo del “Día del Seminario” de 2011
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
La solemnidad del glorioso Patriarca San José se aproxima y, con ella, la tradicional celebración del “Día del Seminario”. Dos conmemoraciones relacionadas entre sí por misiones análogas: la de S. José, velando como padre adoptivo por el crecimiento de la santa humanidad de Jesucristo en “sabiduría en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc 2,52); la del Seminario como comunidad educativa, acompañando a los futuros sacerdotes en el discernimiento de su vocación, en la ayuda para responder generosamente a ella, y en la preparación para el ejercicio del ministerio sacerdotal. Ambas misiones brotan del corazón del Padre, se realizan bajo la guía y la gracia del Espíritu Santo, y sirven al designio de salvación de Dios “que quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1Tim 2,4).
Este año, además, el “Día del Seminario” se celebra cuando faltan apenas seis meses para el gran acontecimiento de la Jornada Mundial de la Juventud, de la que nuestra Archidiócesis tiene la inmensa gracia de ser organizadora y anfitriona. Será, sin duda, una verdadera misión joven bajo la presencia pastoral del Santo Padre, Benedicto XVI, para renovar la alegría de vivir que nace del encuentro con Cristo, escuchar en común su Palabra y fortalecer el testimonio cristiano en el mundo con el apoyo y la solidaridad mutuos. Una misión de alcance universal, abierta a todos los jóvenes del mundo según el deseo e invitación del Papa Benedicto: “Quisiera que todos los jóvenes, tanto los que comparten nuestra fe, como los que vacilan, dudan o no creen, puedan vivir esta experiencia, que puede ser decisiva para la vida: la experiencia del Señor Jesús resucitado y vivo, y de su amor por cada uno de nosotros.”[1]
Con la asistencia del Espíritu Santo, estoy seguro de que un acontecimiento espiritual de tales características provocará en los jóvenes un encuentro más vivo y cercano con el Señor que les impulse a vivir con un sentido luminoso y verdadero “arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe” (Col 2,7), en medio de un mundo tan relativista como el nuestro, en donde difícilmente encuentran cimientos sólidos para anclar con fidelidad y esperanza los proyectos personales, y razones suficientes para trabajar con entusiasmo por un futuro mejor que el mundo actual de sus mayores. ¿No será, sin duda, una ocasión providencial para escuchar la llamada de Dios y responder generosamente a su voluntad? Si como afirma el Santo Padre: “Cristo no es un bien sólo para nosotros mismos, sino que es el bien más precioso que tenemos que compartir con los demás”[2], ¿cómo no esperar de este encuentro eclesial con el Señor abundantes vocaciones sacerdotales dispuestas a compartir con otros esta inefable experiencia con la oblación de la propia vida? Mientras nos preparamos espiritualmente para tal evento, orar por los frutos de la JMJ es, también, orar por las vocaciones sacerdotales. En el “Día del Seminario” de 2011 debemos, pues, contemplar la JMJ con la fundada esperanza de una abundante cosecha de futuros sacerdotes y, mirando a su celebración ya cercana, orar “al Señor de la mies que envíe trabajadores a su mies” (Mt 9,38), mientras movilizamos nuestra mejor disposición para servir a las necesidades de su realización.
Casi doscientos seminaristas integran en el presente curso nuestros Seminarios diocesanos, el Conciliar de la Inmaculada y San Dámaso y el misionero “Redemptoris Mater”. En estos tiempos de escasez vocacional en no pocos países de antigua tradición cristiana, el número y la calidad humana y cristiana de nuestros seminaristas son una verdadera bendición de Dios para la Iglesia madrileña, que, en ellos, puede contemplar con esperanza su futuro y ofrecer ayuda solidaria a otras iglesias necesitadas. Ciertamente, en cada uno de los futuros sacerdotes se hace realidad la dulce y poderosa llamada del Señor que ha salido a su encuentro en las encrucijadas y proyectos originales de sus vidas. Como ocurrió con los primeros discípulos (Cf. Jn 1, 35-42), la pregunta del Señor –“¿Qué buscáis?” – ha suscitado en ellos la posibilidad de una vida nueva y verdadera, abierta a la plenitud de un amor más grande y salvador. La invitación inmediata de Jesús que les dice “Venid y veréis” ha resonado en el corazón de nuestros seminaristas con una tonalidad fascinante y distinta a otras llamadas posibles del mundo, por buenas y legítimas que sean. “Entonces fueron, vieron dónde vivía, y se quedaron con Él…”; en esta secuencia del Evangelio se refleja e ilumina la historia vocacional de cada seminarista en su propia y peculiar circunstancia vital, y se esclarece la tarea central del Seminario: estar con Jesús, seguirlo incondicionalmente y aprender de él el estilo de la entrega sacerdotal. Como dice Benedicto XVI, “… lo más importante en el camino hacia el sacerdocio, y durante toda la vida sacerdotal, es la relación personal con Dios en Jesucristo”[3].
No resulta fácil el seguimiento apostólico de Jesucristo en la sociedad actual; la escasa estima por los sacerdotes en no pocos ambientes y el intento actual en algunos medios de presentarlos como socialmente insignificantes cuando no anacrónicos, pone de manifiesto que hoy, la vocación de cada seminarista, es un signo de contradicción, pero necesario de la presencia amorosa de Dios hacia los hombres que, también en este tiempo de los avances científicos y tecnológicos, siguen teniendo sed de Dios y de una vida verdadera y con sentido. En estas circunstancias, el número y la calidad de nuestros seminaristas invita de manera especial a dar gracias a Dios por el don de sus personas, generosamente dispuestas a servir el Evangelio de la salvación y el pan de la Eucaristía. El “Día del Seminario” abre la oportunidad a todos los fieles cristianos de ofrecer el afecto y el reconocimiento a quienes mañana les servirán como presbíteros, encomendándolos al Buen Pastor, colaborando económicamente con generosidad en las necesidades de su formación y alentándolos siempre con el afecto y el reconocimiento, según la exhortación del Santo Padre: “Es importante alentar y sostener a los que muestran claros indicios de la llamada a la vida sacerdotal y a la consagración religiosa, para que sientan el calor de toda la comunidad al decir «sí» a Dios y a la Iglesia. Yo mismo los aliento, como he hecho con aquellos que se decidieron ya a entrar en el Seminario, a quienes escribí: «Habéis hecho bien.»”[4]
Benedicto XVI nos ha invitado recientemente a reflexionar sobre el papel de la Iglesia local en la promoción de las vocaciones[5]. El Papa constata que el Señor no deja de llamar a algunas personas a colaborar con Él en su misión y en el servicio a la Iglesia, que “está llamada a custodiar este don, a estimarlo y amarlo. Ella es responsable del nacimiento y de la maduración de las vocaciones sacerdotales.” [6] Nuestros seminaristas, en efecto, proceden de la comunidad diocesana, de sus parroquias, movimientos o agrupaciones eclesiales. Son hijos y hermanos nuestros, de nuestros barrios o nuestros pueblos, agraciados por la llamada del Señor, cuya voz les han ayudado a reconocer e identificar otros hermanos mayores en el seno de la Iglesia. Serán enviados en el nombre del Buen Pastor al servicio de todos, por eso su promoción y cuidado es también responsabilidad de todos: “todos los miembros de la Iglesia, sin excluir ninguno, tienen la responsabilidad de cuidar las vocaciones.”[7]
Las vocaciones sacerdotales son un don de Dios que debe ser implorado con humildad y perseverancia. Pero el don de Dios no nos excusa de la responsabilidad de educar a los niños, adolescentes y jóvenes para que sean sensibles y generosos a una posible llamada del Señor. Una vez más os exhorto encarecidamente para que cada comunidad parroquial, movimiento apostólico o asociación de fieles manifieste la vitalidad de su madurez cristiana proponiendo a sus jóvenes la vocación sacerdotal. La experiencia confirma que, allí dónde se cuida con rigor evangélico y fidelidad eclesial la vida cristiana, surgen vocaciones. A los presbíteros que colaboráis conmigo en los trabajos por el Evangelio, os pido que ofrezcáis a los jóvenes sin reparo alguno el testimonio alegre y abnegado de vuestro sacerdocio con la palabra y con el ejemplo de la entrega sacerdotal de cada día. A los profesores y educadores cristianos, dada la importancia de vuestra tarea educativa para la formación cristiana de adolescentes y jóvenes, y en colaboración cercana y confiada con nuestro Seminario Menor, os animo a infundir en sus corazones el deseo de conocer el rostro de Cristo, escuchar su llamada y si Él se lo pide, acompañarles en el camino del ministerio sacerdotal.
La Iglesia mira a la familia cristiana como “iglesia doméstica”, ámbito natural para el nacimiento de las vocaciones. Las muchas dificultades que hoy la afectan me urgían recientemente a recordar la necesidad de la pastoral familiar: “Anunciar el Evangelio del matrimonio y de la familia es, sin duda, uno de los aspectos más hermosos de la nueva evangelización y de la juventud. Su urgencia, por otro lado, es evidente: nos urge la dolorosa situación aludida, pero nos urge, sobre todo, el amor a Cristo y a los jóvenes.”[8] Pido, pues, a las familias cristianas que eduquéis a vuestros hijos para escuchar la llamada de Dios con generosidad de corazón sin dejar de implorar al Señor el don de un hijo sacerdote como el mejor regalo de Dios.
En el “Día del Seminario”, mostrad vuestra estima y afecto a los futuros sacerdotes encomendándolos al Señor para que haga de ellos apóstoles entregados del Evangelio de Cristo y servidores incondicionales de todos los hombres, de manera que efectivamente sean “un don de Dios para el mundo”, como reza el lema de este día. Sed generosos en la ayuda económica para aliviar las múltiples necesidades de la formación sacerdotal. Que Nuestra Señora de la Almudena, Reina y Madre de la Iglesia que peregrina en Madrid, acompañe el crecimiento educativo de nuestros seminaristas renovando en ellos la disponibilidad para servir como sacerdotes de su hijo Jesucristo.
Os bendice con todo afecto.
[1] Benedicto XVI, Mensaje para la XXVI Jornada Mundial de la Juventud, 6 de Agosto de 2010.
[2] Benedicto XVI, Ibíd., 5.
[3] Benedicto XVI, Carta a los seminaristas, 18 de Octubre de 2010.
[4] Benedicto XVI, Mensaje para la XXVI Jornada Mundial de la Juventud, 6 de Agosto de 2010.
[5] Cf. Benedicto XVI, Mensaje para la XLVIII Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, 15 de Noviembre de 2010.
[6] Juan Pablo II, Exhortación apostólica “Pastores dabo vobis”, 41.
[7] PDV, 41 b.
[8] Discurso inaugural de la XCVII Asamblea Plenaria de la C. E. E.