Mis queridos hermanos y amigos:
Esta mañana, con la celebración de la Santa Misa presidida por el Papa en la Basílica de San Pedro, finaliza la XIII Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos, convocada por el Santo Padre para estudiar la Nueva Evangelización para la transmisión de la fe. Los que hemos recibido la gracia de poder participar directamente en el acontecimiento sinodal somos testigos de haber vivido una experiencia renovada de comunión jerárquica con el Sucesor de Pedro, Cabeza del Colegio Episcopal, al servicio de una apasionante tarea que incumbe a toda la Iglesia, a todos sus fieles y pastores: evangelizar al hombre de este tiempo y de esta hora de la historia tan crítica, tan amenazada por nuevas formas del mal −físico, moral y espiritual− y tan sedienta del bien: ¡del verdadero y feliz bien que sólo Jesucristo puede proporcionarle!
En el Mensaje de los Padres Sinodales, dirigido a la opinión pública intra y extra-eclesial, que refleja bien el ambiente fraterno y de gozosa vinculación colegial de los representantes de todas las Conferencias Episcopales del mundo con el Papa (a quien corresponde acoger las propuestas sinodales y darles la expresión y la autoridad magisterial que estime oportuna) se ha recurrido a la evocación del encuentro de Jesús con la Samaritana, relatado honda y bellamente por el Evangelio de San Juan. Encontrar “el pozo” donde el hombre del siglo XXI pueda acceder al agua sana, pura y fresca que apague su sed de sentido último para su existencia personal y para el futuro del mundo y de toda la familia humana, es para él y la sociedad actual el reto principal, un reto de vida o muerte, y, para la Iglesia, el objetivo fundamental que debe marcar la dirección de la acción evangelizadora a ella, en su conjunto, como “signo o sacramento de la unión del hombre con Dios y de los hombres entre sí en Cristo” (LG, 1), a cada uno de sus fieles y, con una responsabilidad singularísima e intransferible, a sus Pastores, los Obispos, sucesores de los apóstoles y a sus colaboradores “sacramentalmente” necesarios, los presbíteros, en unión estrecha y jerárquica con el Sucesor de Pedro. Toda la Iglesia es el sujeto activo de la Evangelización, pero ellos son los que la guían, acompañan, dirigen y alientan en nombre del mismo Señor: “in persona Christi”.
Muchos y variados han sido los análisis del “sitio en la vida”, que condicionan la actual evangelización, presentados por los Padres Sinodales, venidos de todos los rincones del planeta. El influjo de lo que conocemos como “secularismo” destaca poderosamente. Se nota en todas las regiones, culturas y sociedades del mundo. En Europa y en el Occidente euro-americano, de forma extraordinariamente intensa. Las preguntas por nuestras propias responsabilidades, dicho con otras palabras, por nuestros pecados de “autosecularización” en lo más personal de nuestras vidas y en las ideas, métodos y fórmulas de nuestra acción pastoral, no han faltado. La nueva evangelización comienza con nuestra propia conversión: con “la vuelta” de nuestra mirada interior y de nuestro compromiso apostólico a Cristo, el Señor y Salvador. ¡“Desmundanizándose”!
De la experiencia sinodal saldrán muchos efectos y frutos espirituales, pastorales y misioneros para toda la Iglesia. Por supuesto, para la Iglesia en España y, muy singularmente, para nuestra Archidiócesis: para “la Misión-Madrid”. Su programa, sus caminos, su objetivo y su espíritu se sienten confirmados, profundizados y enriquecidos con lo ya aprendido y vivido en la experiencia sinodal. Las intervenciones del Santo Padre han sido extraordinariamente luminosas, señalándonos la verdad teológica del itinerario eclesial de la nueva evangelización para la transmisión de la fe. El Mensaje de los Padres Sinodales puede ayudarnos a comprenderlo, a realizarlo con mayor ardor, mayor audacia y valor apostólico y movidos por un apasionado celo por la salvación del hombre y de las almas que nos han sido confiadas.
Invocando a Nuestra Señora y Madre, la Virgen de La Almudena, hagamos nuestra las palabras finales del Mensaje de los Padre Sinodales, plenas de belleza espiritual y de tierna devoción a la Madre del Hijo de Dios, Jesucristo Nuestro Señor, y Madre de la Iglesia:
“La figura de María nos orienta en el camino. Este camino, como nos ha dicho Benedicto XVI, podrá parecer una ruta en el desierto; sabemos que tenemos que recorrerlo llevando con nosotros lo esencial: la cercanía de Jesús, la verdad de su Palabra, el pan eucarístico que nos alimenta, la fraternidad de la comunión eclesial y el impulso de la caridad. Es el agua del pozo la que hace florecer el desierto y como en la noche en el desierto las estrellas se hacen más brillantes, así en el cielo de nuestro camino resplandece con vigor la luz de María, estrella de la nueva evangelización a quien, confiados, nos encomendamos”.
Con todo afecto y con mi bendición,