Muy estimados hermanos y amigos,
Es un gran placer saludar y dar la bienvenida a los participantes en esta 22 reunión del Comité de Enlace Judeo-Católico que se celebra aquí en Madrid. Saludo a su eminencia, el señor cardenal Kurt Koch, presidente de la Pontificia Comisión para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo y a sus colaboradores, junto con los demás miembros de la delegación internacional católica. También saludo a la señora Betty Ehrenberg, presidenta del Comité Internacional Judío para las Consultas Interreligiosas (IJCIC) y a los rabinos y miembros de la delegación internacional judía. Saludo al señor Ángel Llorente, director general de Cooperación Jurídica Internacional y Relaciones con las Confesiones del Ministerio de Justicia y a la alcaldesa de Madrid, señora Ana Botella, que nos honran con su presencia y a los cuales agradecemos su colaboración para el buen éxito de este encuentro. También deseo saludar con mucho cariño a los que pertenecen a la comunidad judía local, en especial al señor Isaac Querub, presidente de la Federación de Comunidades Judías de España y al rabino Moisés Bendahan. Me alegra también mucho saludar a los obispos y miembros de la delegación católica española y a todos los demás que están presentes en este acto de apertura en el que hay muchas caras conocidas. Deseo dar las gracias a todos los que han colaborado para hacer posible que esta reunión se celebre aquí en España.
Sabemos la importancia y especial significación que tiene España –Sefarad– para la comunidad judía, tanto desde una perspectiva histórica, como cultural, sentimental y posiblemente también religiosa. A esta tierra se sienten ligados muchos judíos que hoy viven en distintas partes del mundo y algunos, aunque no la hayan pisado nunca, siguen hablando una lengua muy parecida a la nuestra de hoy y guardan por tradición familiar las llaves de las casas de las que eran propietarios antes de la expulsión. Hoy la comunidad judía aquí en España es pequeña en comparación con la población católica, aunque se ha incrementado bastante en los últimos años. Desearía que esta reunión pueda servir para fortalecer los lazos de amistad y colaboración entre la Iglesia en España, especialmente entre la Conferencia Episcopal Española y la comunidad judía de España y a potenciar nuestra acción conjunta en favor del bien común y la defensa y promoción de los valores que compartimos en ámbitos tan importantes como la justicia social, la familia, la educación en el respeto de los principios religiosos y morales de los padres, la libertad religiosa…
Los católicos estamos celebrando el Año de la fe que ha sido convocado por el papa emérito Benedicto XVI y ratificado por el papa Francisco y que terminará a finales del próximo mes de noviembre. En la Carta Apostólica Porta fidei con la que se invitaba a toda la Iglesia a celebrarlo, se hacía referencia a los 50 años de la apertura del Concilio Vaticano II y a los textos dejados en herencia por los padres conciliares que “no pierden su valor ni esplendor”, según una muy conocida expresión del beato Juan Pablo II. ¿Qué duda cabe que uno de los textos más significativos del Concilio ha sido la declaración Nostra aetate sobra la relación de la Iglesia con las religiones no cristianas? ¿Qué duda cabe que este documento dio un impulso decisivo e irreversible a las relaciones entre la Iglesia y la comunidad judía, llevando a superar muchos prejuicios e incomprensiones del pasado? En esta reunión que hoy empieza podemos constatar con un cierto grado de satisfacción como el deseo expresado en ese decreto se ha ido haciendo realidad a lo largo de estos ya casi 50 años: “Como es (…) tan grande el patrimonio espiritual común a cristianos y judíos, este Sagrado Concilio quiere fomentar y recomendar el mutuo conocimiento y aprecio entre ellos, que se consigue sobre todo por medio de los estudios bíblicos y teológicos y con el diálogo fraterno”. (NA, 4)
Estos encuentros constituyen un ámbito privilegiado para experimentar ese vínculo tan especial que nos une; misteriosamente enraizado en el eterno plan de salvación de Dios para toda la humanidad, como lo han definido Juan Pablo II y Benedicto XVI.
El tema que se ha elegido para esta reunión hace referencia a los desafíos para la religión en las sociedades contemporáneas; desafíos, o retos, que son en gran parte comunes para la Iglesia y la comunidad judía. Entre estos retos está el de la increencia tan extendida en nuestra sociedad y cuyas repercusiones dentro de nuestras comunidades religiosas no podemos ignorar ni infravalorar. El hombre de hoy pretende comprenderse a sí mismo, al mundo y a la historia sin reconocer su condición de creatura de Dios; dándole la espalda, negando o ignorando su existencia. Las consecuencias, como hemos podido comprobar a lo largo del siglo XX, no pueden ser más terribles. ¡Cuánto dolor, sufrimiento y muerte han provocado las ideologías ateas, racistas y nihilistas del siglo pasado!
Hemos celebrado esta mañana en Tarragona la beatificación de 522 mártires de la persecución religiosa en España del siglo XX. Se trata de Obispos, sacerdotes, consagrados y laicos, unidos a otros muchos que por odio a su fe fueron perseguidos, torturados y asesinados en la Europa del siglo XX. Lo que ocurrió en España y en muchos otros lugares, como la antigua Unión Soviética, sigue teniendo lugar hoy a diferente escala en muchos países donde no se respeta la libertad religiosa y el carácter sagrado de cada persona humana.
También el pueblo judío sufrió el siglo pasado la espantosa desgracia del holocausto, la Shoah, -¡un verdadero genocidio!- cuya causa profunda, junto al antisemitismo que hemos de luchar por erradicar en todas sus formas, hay que buscarla en la negación radical de Dios que conduce a un no disimulado desprecio del hombre, que es siempre su criatura independientemente de su condición social, raza y religión.
Benedicto XVI ha convocado el Año de la fe a causa de la profunda crisis de fe que está sufriendo la sociedad contemporánea. En la Carta Apóstolica con la que lo convocaba nos invita a redescubrir nuestra fe, a hacer de nuevo el camino de la fe, a profundizar en el acto mismo de creer y en sus contenidos. En este contexto histórico-espiritual resulta de suma actualidad el conocido texto del decreto Nostra aetate: “la Iglesia no puede olvidar que ha recibido la Revelación del Antiguo Testamento por medio de aquel pueblo, con quien Dios, por su inefable misericordia se dignó establecer la Antigua Alianza, ni puede olvidar que se nutre de la raíz del buen olivo en que se han injertado las ramas del olivo silvestre que son los gentiles”. (NA, 4)
Deseo de todo corazón que esta importante reunión del organismo oficial de contacto entre la Iglesia y la comunidad judía mundial que se celebra aquí en la capital de España nos ayude a todos a discernir esos desafíos que nos son comunes y a encontrar los modos más adecuados para asumirlos y superarlos positivamente.
Vuelvo a saludar a todos los presentes y a agradecer que se haya decidido celebrar esta importante reunión aquí en Madrid y pido al Señor por sus frutos: frutos buenos de amistad, compromiso y crecimiento en la fe y en el testimonio del único Dios, Señor de todos.