En el primero de mayo del 2006

Familia y trabajo


Mis queridos hermanos y amigos:

Mañana celebramos “el 1 de Mayo”, la Fiesta por excelencia del mundo del trabajo y también la Fiesta litúrgica de San José Obrero. La Iglesia que había estado al lado de los mas necesitados desde los inicios de aquella nueva sociedad, nacida de lo que se conoce como “la revolución industrial” del siglo XIX y marcada por la proletarización masiva de los trabajadores, quiso dejar constancia con la institución de la nueva Fiesta litúrgica después de finalizada la 2ª Guerra Mundial, ante el desafío de la creación de un orden socio-político nuevo, basado sobre la dignidad y los derecho civiles, sociales y culturales de la persona humana y sobre el papel insustituible de la familia para alcanzar un desarrollo humano en justicia, libertad y solidaridad, que quería elevar al primer plano de la conciencia cristiana el imperativo de las responsabilidades públicas de todos y cada uno de los bautizados como exigencia intrínsecamente derivada del amor de Cristo; o, lo que es lo mismo, del Evangelio, en el que cree y del que vive para siempre. El llamamiento, implícito en la celebración litúrgica de San José Obrero, al compromiso social de los cristianos alcanzó una intensidad espiritual, por un lado, y una concreción histórica, por otro, desconocida hasta entonces. La Doctrina Social de la Iglesia, iniciada y promovida sin descanso por el Magisterio Pontificio desde León XIII, Pío XI, Pío XII –instaurador de la Fiesta–, hasta Juan Pablo II, han señalado luminosa y evangélicamente caminos y métodos para hacer efectiva la aportación de los católicos –abiertos, por supuesto, a la colaboración ecuménica– a la construcción de un orden social y jurídico, más justo y solidario a escala intraestatal y a escala internacional.

La coincidencia providencial en el calendario del 1º de Mayo con el tiempo litúrgico de la Pascua de Resurrección y con el inicio de un mes –“el mes de las flores”– dedicado por la piedad popular al cultivo tierno y filial de la devoción a la Virgen, conferían a la comprensión de la Fiesta de los trabajadores una doble nota extraordinariamente sugestiva y fecunda: la de la esperanza victoriosa –¡el amor pascual acaba siempre por triunfar con signos y efectos reales en la configuración de la sociedad!– y la de la mediación mariana: María, la Madre del Señor y la Madre de la Iglesia naciente, la preside precisamente en el momento de la efusión del Espíritu Santo –“la Persona-Amor”– sobre el Colegio Apostólico y sobre la que va a ser inmediatamente la primera y pequeña “grey” de los que van a formar la nueva Familia de los Hijos de Dios. La Iglesia nace en Pentecostés en el Cenáculo de Jerusalén no sólo como el nuevo Pueblo de Dios sino como Familia de los Hijos de Dios. Ante las tremendas y estructurales injusticias de aquella sociedad de capitalismo salvaje se necesitaba para superarlas y erradicarlas justa, libre y solidariamente, la fuerza del Espíritu y el contexto generoso del amor gratuito, vivido, alimentado y trasmitido en el seno de las familias cristianas, sobre todo, de las más humildes del mundo del trabajo, en las que el papel de la madre adquiere un significado análogo el de María en el inicio y en el crecimiento de la Iglesia: es decir, una importancia decisiva. El desafío sigue abierto en nuestros días, en la nueva sociedad de la informática y de la globalización, aunque bajo otras fórmulas institucionales y de vida. Nos agobia –casi devora– el afán generalizado de ganar dinero y poder social a toda costa. A esa ambición se somete todo: el tipo de trabajo y de ocupación, la organización de la empresa, la vocación personal y los grandes objetivos culturales, espirituales y humanos de la sociedad y, no en último lugar, el matrimonio y la familia y, también, tristemente, la fe que se ve abandonada y no trasmitida.

El segundo domingo del próximo mes de julio celebraremos en Valencia el V Encuentro Mundial de las Familias con la presencia del Santo Padre Benedicto XVI. Su lema será: “la Familia trasmisora de la fe”. Es una ocasión excepcional para el examen de conciencia, la revisión de vida y para la propuesta de una renovada pastoral familiar, comprometida con la familia trabajadora, el futuro de las nuevas generaciones y de la sociedad en general tal como lo demanda el III Sínodo Diocesano de Madrid. No hay más salida en verdad para la situación actual de España y de Europa que abrir las puertas a “una Civilización del Amor”: primero en la familia, fundada sobre el verdadero matrimonio, a la que hay que facilitarla económica, educativa y jurídicamente el ejercicio de su función primordial e insustituible de “santuario de la vida” y célula básica para la edificación de una sociedad digna del hombre; segundo en el mundo del trabajo y de la empresa, adecuando sus estructuras jurídicas e institucionales a las necesidades de las familias de todo su personal; tercero en la organización social y política, respetando positivamente los derechos de la familia en el campo educativo y del tiempo libre como anteriores al Estado, especialmente en lo que se refiere a la formación religiosa y moral de sus hijos.

Y, desde luego, lo que no puede faltar es la oración incesante de la Iglesia y, muy singularmente, de las comunidades de vida contemplativa, que sepa acogerse filialmente a la intercesión maternal de MARIA, la Virgen de La Almudena, a la que queremos ofrecer de nuevo en este mes de mayo del año 2006 las afectos más hondos de nuestro corazón.

Con todo afecto y mi bendición,

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