SAN JUAN BAUTISTA Y EL DON DE LA ALEGRÍA ESPIRITUAL EN TIEMPOS DIFÍCILES

Mis queridos hermanos y amigos:

La solemnidad de San Juan Bautista cae providencialmente, en este año de crisis dolorosa y pertinaz, en domingo. La Iglesia le pide al Señor, en la Liturgia de la natividad del que fue el Precursor del Salvador, el don de la alegría espiritual. Una petición que acaso resulta un tanto paradójica. San Juan Bautista fue el último de los grandes profetas de Israel, enviado a allanar los senderos por los que había de llegar el Ungido de Dios. ¡Él no era el Mesías! No se cansaba de repetirlo cuando el pueblo le urgía a identificarse. Él era sólo la voz que grita en el desierto. El contenido de su profecía, pronunciada y proclamada con ardiente y provocadora claridad, estremecía: “¡Raza de víboras! ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? Dad el fruto que pide la conversión. Y no os hagáis ilusiones, pensando: Tenemos por padre a Abraham” (Lc 3, 7-9). ¿Y cuál era ese fruto que exige la conversión que él predicaba? Un cambio radical de comportamiento y estilo de vida y, luego, el bautismo de penitencia; en un palabra, la vuelta del corazón y de la voluntad al Dios de la Alianza: ¡volver sencilla y simplemente a Dios! Sí, a Dios, al Dios verdadero, que será el que envíe a su Mesías que los “bautizará con Espíritu Santo y fuego” (Lc 3, 16). El momento histórico, en el que el Bautista anuncia la inminente llegada del Mesías, era extraordinariamente crítico para su Pueblo: ¡el Pueblo elegido por Dios! Crítico en lo temporal: dominado despóticamente por la poderosa Roma del Imperio; partido internamente en tres Tetrarquías confiadas al gobierno de unos personajes moralmente impresentables. Crítico, sobre todo, espiritualmente: un culto del Templo vivido superficial e hipócritamente que tapaba una extendida relajación de costumbres y un abandono patente del seguimiento fiel de la Ley en muchos de los hijos de Israel. Aparentemente sólo quedaba un pequeño resto de justos de Yavhé. Por ejemplo: los propios padres del Bautista, Zacarías y Ana; y, sobre todo, María, la Doncella de Nazareth, la que iba a ser la Madre de Jesús y, José, su esposo, virgen como ella. Sigue leyendo