HOMILIA del Emmo. y Rvdmo. D. Antonio Mª Rouco Varela
Cardenal-Arzobispo de Madrid en la
Misa de Acción de Gracias por el Pontificado de Su Santidad Benedicto XVI
Catedral de La Almudena, 3 de marzo de 2013; 19,00h.
(Ex 3, 1-8a.13-15; Sal 102; 1 Cor 10, 1-6.10-12; Lc 13,1-9)
Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:
1. Desde las 20,00 horas del pasado viernes, día 28 de febrero, al retirarse al silencio del estudio, de la reflexión y sobre todo de la oración, el que desde el 19 de abril del año 2005 había sido Obispo de Roma, Vicario de Cristo y Pastor de la Iglesia Universal, Su Santidad Benedicto XVI, la sede y oficio de Sucesor de Pedro ha quedado vacante. Es una hora para la Iglesia extendida por todo el orbe verdaderamente excepcional. Lo sucedido resulta difícil, por no decir imposible de comprender en todo lo que significa para el presente y el futuro de la Iglesia e, incluso, de toda la familia humana para aquél que lo considere con puntos de vista meramente humanos o los criterios propios del mundo. La Iglesia no es el resultado o producto de iniciativas humanas, ni se sostiene ni apoya en el poder del hombre, tampoco en su capacidad organizativa y ni siquiera en los sistemas jurídicos que pudiera diseñar según su propio arbitrio. No, el mundo interior en el que vive y del que vive la Iglesia, incluso su estructura externa −la Palabra, los Sacramentos, y el Ministerio Apostólico− proceden del Señor Jesucristo, su Cabeza y Pastor invisible: ¡su divino Fundador! En su presencia indefectible, se fundamenta y descansa; y del Espíritu Santo, por Él enviado, alimenta ininterrumpidamente su vida. “La barca de Pedro” −expresión tan querida y usual en los Padres y en la Tradición doctrinal y espiritual de la Iglesia− puede atravesar por tormentas y por aparentes soledades como las que hayamos podido experimentar estos días de una cierta orfandad pastoral; pero el Señor, su invisible timonel, se encuentra en ella vigilando y asegurando que su travesía nos conduzca al buen puerto de un nuevo y fecundo capitulo de su historia divino-humana más que milenaria. Un capítulo, en el que brillará con creciente intensidad el esplendor de la verdad de Jesucristo, el Salvador del hombre: ¡el capítulo de la nueva Evangelización! La luz de su Evangelio, que disipa todas nuestras oscuridades e incertidumbres personales y colectivas, nos infundirá al mirar al futuro de nuestros hijos la clarividencia de la fe, la fuerza de la esperanza y el ardor del amor auténtico que tanto necesitamos para afrontar victoriosamente el reto de la crisis histórica ante la que nos encontramos. Una crisis de verdadera y fraterna humanidad: ¡crisis del hombre que dio la espalda a Dios! Sigue leyendo