Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:
I. La Fiesta de San Isidro Labrador, Patrono de Madrid, es siempre Fiesta de la Iglesia y Fiesta del pueblo madrileño.
Lo ha sido en el pasado -la historia de Madrid del segundo milenio de nuestra era lo demuestra claramente- y lo continúa siendo en el presente. Su fecha, el 15 de mayo, la viene situando el calendario de la Iglesia Universal, desde hace siglos, en el tiempo litúrgico de la Pascua, tiempo gozoso y jubiloso por excelencia en el que se actualiza en el hoy de nuestras vidas el Misterio de la Resurrección de Jesucristo, “el Redentor del hombre”, por decirlo con la expresión con la que se iniciaba la primera Encíclica del Beato Juan Pablo II, claramente programática, a los pocos meses del comienzo de su Pontificado. Jesucristo ha vencido a la muerte radicalmente, es decir, en su raíz, el pecado, la ha vencido como muerte del cuerpo y como muerte del alma. La coincidencia nos ayuda a comprender el sentido de lo que es la Fiesta -¡una Fiesta!- en toda la profundidad de su contenido real. El significado hondo de la palabra Fiesta sólo se descubre a la luz de la verdad de Jesucristo Resucitado. Cualquier vivencia alegre de un acontecimiento del presente o de la conmemoración festiva de una memoria de cualquier hecho o persona del pasado, si no se sostuviese existencialmente sobre la certeza de que la muerte ha sido vencida y de que no tiene la última palabra en la resolución del destino final de la persona humana, no pasaría de ser reflejo de un engañoso espejismo, porque se trataría de un fugaz momento de felicidad en el mejor de los casos. Y, desde luego, quedaría reducida a una trivial superficialidad que decepciona y deja triste al alma.