CAMINO DE SANTIAGO: ¡Un camino para la peregrinación cristiana!

Madrid, 19 de Julio de 2014

Mis queridos hermanos y amigos:

El próximo día 25 de julio, volvemos a celebrar la Solemnidad del Apóstol Santiago: ¡una gran Fiesta de la Iglesia en España y una Fiesta de España!

El Sepulcro del “Señor Santiago”, muy venerada fórmula de  denominarle en la milenaria tradición jacobea, ha atraído a millones de peregrinos desde todos los rincones de Europa, primero, y, de todo el mundo, ahora en nuestro tiempo, como el lugar donde se toca y se palpa el primer testimonio apostólico de la fe regado por la sangre del martirio. ¡Santiago fue el primero entre los Apóstoles que derramó su sangre por el Señor! La suprema forma de dar testimonio por Jesucristo es la que se rubrica con la prueba del amor evangélicamente más grande: la del “que da la vida por sus amigos”, como Jesús; mejor aún, el que da la vida por el mayor  amigo del hombre, el Amigo del hombre por antonomasia, Jesús: el Hijo de Dios hecho hombre que muere por los hombres en la Cruz salvadora; salvadora del mayor mal que les amenaza: ¡la muerte! ¡la muerte del alma y la muerte del cuerpo! Sigue leyendo

HOMILÍA del Emmo. y Rvdmo. Sr. Cardenal-Arzobispo de Madrid en la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo

HOMILÍA del Emmo. y Rvdmo. Sr. Cardenal-Arzobispo de Madrid
en la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo

Plaza de la Almudena, 22.VI.2014; 19’00 horas
(Dt 8,2-3. 14b-16ª; Sal 147, 12-13. 14-15. 19-20;  1ªCor 10, 16-17; Juan 6,51-58)

Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:

1. La celebración de la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo nos trae cada año a la memoria  -a nuestra memoria personal de creyentes y bautizados y a la memoria viva de toda la comunidad eclesial-  el Misterio de la presencia real de Jesucristo:  de su Santísimo Cuerpo y de su Santísima Sangre  en y bajo las especies eucarísticas. “El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que compartimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo?” (1 Cor 10,16). En el contexto de la admonición a los fieles de Corinto para que huyesen de la idolatría, confesaba así San Pablo con toda nitidez la fe de la Iglesia primitiva en el Misterio de la presencia eucarística de su Señor. Fe que ha ido enriqueciéndose e iluminándose desde los orígenes, a lo largo de los siglos,  hasta hoy mismo.  La meditación de la Palabra de Dios, guiada por el Magisterio de la Iglesia y profundizada interiormente a través de la exquisita experiencia eucarística de los Santos alentó e impulsó espiritualmente ese proceso. La Santa madrileña, Santa María Micaela del Santísimo Sacramento, canonizada hace ochenta años, víctima en  Valencia de su caridad para con los enfermos de cólera,  es una de las testigos más egregias de esa historia espiritual de amor a Jesucristo Sacramentado que culmina en la época moderna de la Iglesia: ¡en nuestro tiempo! Por cierto muy significativamente. “No deseo nada –decía en sus escritos– ni me siento apegada más que a Jesús Sacramentado. Pensar que el Señor se quedó con nosotros me infunde un deseo de no apartarme de Él en la vida, si se pudiera, y que todos le viesen y le amen. Seamos locos de amor divino, y no hay que temer”Sigue leyendo

LA VERDAD DE DIOS. ¡Cómo urge conocerla y reconocerla!

Madrid, 14 de Junio de 2014

 

LA VERDAD DE DIOS

¡Cómo urge conocerla y reconocerla!

 

Mis queridos hermanos y amigos:

El domingo pasado concluía el tiempo litúrgico de la Pascua con la solemnidad de Pentecostés. La Iglesia celebraba la nueva actualidad del Misterio de la venida del Espíritu Santo sobre el Colegio Apostólico reunido con María, la Madre del Señor, en el Cenáculo de Jerusalén, cumpliendo su mandato antes de ascender al cielo. Era el don inefable, el que no habían sabido comprender del todo cuando hacían cábalas sobre el triunfo de Jesús, su Maestro, después de la aparente derrota de su Crucifixión y a pesar de haberles mostrado y demostrado que había resucitado. La escena de aquel Apóstol “incrédulo”, Tomás, no parece plausible que la hubieran podido olvidar. Y, sin embargo, dudaban, y dudaban sobre el verdadero significado de aquella historia de su Señor que había venido para llevarles por el camino de la verdad y de la vida, haciéndose el mismo “el Camino” para la salvación. Su obra salvadora culminaba con el envío del Espíritu Santo por el Padre como la respuesta insuperable de su amor infinitamente misericordioso a la oblación de su Hijo amado en la Cruz. El don del Espíritu Santo era y es la respuesta de Dios que nos ama infinitamente y que nos quiere salvar definitivamente. En el don del Espíritu Santo se expresaba de modo insuperable el triunfo de su obra salvadora para el hombre necesitado de un amor misericordioso ilimitado, para poder vencer a la muerte: muerte del alma y muerte del cuerpo. Desde el trasfondo del Misterio salvador se desvelaba el triunfo de Dios: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo: ¡el triunfo de la Santísima Trinidad! Sigue leyendo

Carta a los misioneros y misioneras diocesanos. Jornada Diocesana de los Misioneros Madrileños. Domingo 1 de junio de 2014

Madrid, 20 de mayo de 2014

 

Jornada Diocesana de los Misioneros Madrileños

Domingo 1 de junio de 2014

 

«Todos somos enviados con ellos»

 

A los misioneros
y misioneras diocesanos

Mis queridos misioneros y misioneras madrileños:

Este año, hemos vivido la Pascua de Resurrección muy cerca de la Virgen María. Todo este mes de mayo lo hemos vivido con la alegría propia de la Pascua, descubriendo que esta alegría que nos da la presencia de Cristo Resucitado va estrechamente unida a la presencia de la Madre de Dios, que es nuestra madre amorosa.

Cuando empezamos el mes de junio, celebramos la Ascensión del Señor. El día en el que Cristo deja de estar visiblemente junto a los apóstoles, para acompañarles gloriosamente, desde entonces y hasta hoy, por los caminos de este mundo cuando predican la Buena Noticia de la salvación a todos los hombres. Sigue leyendo

Carta a los familiares de los misioneros diocesanos. Jornada Diocesana de los Misioneros Madrileños.

Madrid, 20 de mayo de 2014

Jornada Diocesana de los Misioneros Madrileños

Domingo 1 de junio de 2014

«Todos somos enviados con ellos»

A los familiares
de los misioneros diocesanos

Mis queridos padres y familiares de los misioneros y misioneras madrileños:

Este año, hemos vivido la Pascua de Resurrección muy cerca de la Virgen María. Todo este mes de mayo lo hemos vivido con la alegría propia de la Pascua, descubriendo que esta alegría que nos da la presencia de Cristo Resucitado va estrechamente unida a la presencia de la Madre de Dios, que es nuestra madre amorosa.

Cuando empezamos el mes de junio, celebramos la Ascensión del Señor. El día en el que Cristo deja de estar visiblemente junto a los apóstoles para acompañarles gloriosamente, desde entonces y hasta hoy, por los caminos de este mundo cuando predican la Buena Noticia de la salvación a todos los hombres. Sigue leyendo

Carta Pastoral del Cardenal-Arzobispo de Madrid para la Jornada Diocesana de los Misioneros Madrileños

Domingo 1º de junio de 2014

“Todos somos enviados con ellos»

 

Mis queridos diocesanos:

El Señor Resucitado ha llenado de esperanza y alegría nuestra tarea evangelizadora. Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos, y queremos anunciar al mundo entero la buena noticia del amor de Dios por todos los hombres, especialmente por los que se sienten más frágiles y abandonados. Ellos han de oír la voz del Maestro que les llama a la conversión y a alcanzar la felicidad y la Vida eterna.

El próximo 1º de junio la Iglesia concluye este tiempo de pascua, que nos ha estado recordando continuamente lo mucho que el Señor nos da  y cómo cuenta con nosotros. Celebraremos la Solemnidad de la Ascensión. El Señor se va, vuelve al Padre. Pero no abandona a nadie de aquellos por los que ha dado su vida. No. El Señor no nos ha olvidado. Desde ese día, en el que los apóstoles le contemplaron subiendo a los cielos, hasta hoy, su presencia es real entre nosotros. En la Eucaristía, en la Iglesia, en los necesitados, Cristo se hace presente y nos acompaña, nos consuela, fortalece y anima. Sigue leyendo

Alvaro Portillo

Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:

El Papa Francisco ha promulgado recientemente el decreto de beatificación del Venerable Álvaro del Portillo. Sacerdote nacido y ordenado en Madrid. Un madrileño universal. La celebración en la que será proclamado Beato tendrá lugar, Dios mediante, el sábado 27 de septiembre en Madrid, en Valdebebas, precisamente en este año en que festejamos el centenario de su nacimiento. Presidirá el Cardenal Amato, Prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos, como delegado especial del Santo Padre. Al día siguiente se celebrará, en el mismo lugar, la Eucaristía de acción de gracias. La beatificación del Venerable Álvaro del Portillo supone un gran gozo para toda la Iglesia y de modo muy singular para nuestra Archidiócesis. Su figura se une a la de tantos de sus hijos e hijas que en el siglo XX vivieron su específica vocación cristiana heroicamente como una vocación para la santidad. Algunos de ellos se veneran en la Santa Iglesia Catedral de Nuestra Señora la Real de la Almudena. Los santos hacen la Iglesia; y la Iglesia necesita, sobre todo y ante todo, de mujeres y hombres santos. Damos gracias al Señor por tantos madrileños, comenzando por nuestro Patrón, San Isidro, que han vivido entre nosotros, han trabajado, se han entregado a Dios y han sido fieles hasta la muerte alcanzando la santidad. Sigue leyendo

EL DERECHO AL TRABAJO. Un bien imprescindible para el digno desarrollo de la persona y de la sociedad

Mis queridos hermanos y amigos:

Hemos celebrado un año más el día primero de Mayo como Fiesta del Trabajo y, en la Iglesia, como la Fiesta de San José Obrero. En el origen de la Fiesta del Trabajo o el día de los trabajadores, se encontraba un panorama social de la historia moderna de la economía, de la sociedad y del Estado caracterizada por la llamada “revolución industrial”. Una de sus consecuencias más problemáticas es lo que se conoce como la explotación de la clase obrera. El problema de una justa, buena y beneficiosa relación entre el trabajo y el capital se convierte en “la cuestión social” por excelencia del mundo industrializado de los siglos XIX y XX. ¿Era suficiente para resolverla el recurso a una política coherente y a un ordenamiento jurídico, inspirado y conformado por el valor de la justicia? ¿De qué justicia?: ¿una justicia entendida de forma pura y desnudamente contractual? Evidentemente, no. Era preciso ampliar los contenidos y el radio de expresión y de realización de la justicia en la firme dirección de la salvaguardia y promoción de la solidaridad entre las personas, las familias y el conjunto de la sociedad. La medida para que se logre una verdadera justicia social será la consecución del bien común, es decir, el bien resultante de la garantía de unas condiciones de vida que permitan el digno desarrollo personal de todos y de cada uno de los que forman la comunidad política. Entendida ésta no sólo como un Estado soberano, autosuficiente y encerrado en sí mismo, sino como cada vez más intensamente entrelazado e intercomunicado con la comunidad internacional: con todos los pueblos que comprende la familia humana. Superar la cuestión social y resolverla justa y solidariamente implicaba un desafío no sólo social, político e institucional formidable, sino también un reto moral y espiritual ineludible si se quería avanzar por la vía de la verdadera reforma y de la renovación auténtica de la sociedad moderna y contemporánea: ¡de nuestra sociedad! La responsabilidad de los cristianos, más aún, de la Iglesia respecto a la necesaria respuesta a esa dimensión profunda del problema, en el plano de la conciencia moral y de la conversión espiritual, fue asumida pronto por el Magisterio de los Papas del siglo XX y, por supuesto, del Concilio Vaticano II. Su aportación más constante y fundamental fue la de la consideración del trabajo humano y, por lo tanto, del derecho al trabajo como un bien básico y, consiguientemente, imprescindible para el desarrollo digno de la persona humana, inserta en una familia y en una determinada comunidad socio-económica, cultural y política. Ambas, familia y sociedad, con un futuro incierto, si no se promueven y abren las posibilidades de un trabajo digno para todos los ciudadanos capaces de ejercer una actividad justamente remunerada. No será posible hablar de justicia social y de solidaridad y menos de “caridad en la verdad” (Benedicto XVI) si todos los instrumentos y factores económicos, sociales y políticos, nacionales e internacionales (ya “globalizados”) no se empeñan en asegurar a toda persona capaz y dispuesta a trabajar la posibilidad de una ocupación digna: retribuida debidamente y regulada como vía apropiada para su desarrollo personal, libre y comprometido en el ámbito de la familia y de la vida social y cultural de su pueblo abierto a la cooperación internacional. O, dicho con palabras recientes del Papa Francisco, porque “no hablamos sólo de asegurar a todos la comida, o «“un decoroso sustento”» sino de que tengan «prosperidad sin exceptuar bien alguno». Esto implica educación, acceso al cuidado de la salud y especialmente trabajo, porque en el trabajo libre, creativo, participativo y solidario, el ser humano expresa y acrecienta la dignidad de su vida. El salario justo permite el acceso adecuado a los demás bienes que está destinados al uso común”. (EG, 192). En la actual situación de la economía mundial globalizada, sin regulación jurídica suficiente y exigente, para defender, promover y garantizar el derecho al trabajo, Benedicto XVI introduce un criterio de comportamiento ético, jurídico y político decisivo: el de que ha de darse el paso eficiente y resuelto a que “en las relaciones mercantiles el principio de gratuidad y la lógica del don como expresiones de fraternidad, pueden y deben tener espacio en la actividad económica ordinaria”, sin “olvidar o debilitar los principios tradicionales de la ética social, como la trasparencia, la honestidad y la responsabilidad”. Porque “esto es una exigencia del hombre en el momento actual, pero también de la razón económica misma. Una exigencia de la caridad y de la verdad al mismo tiempo” (Caritas in Veritate, 36). En definitiva, una exigencia lógica de la experiencia cristiana de la vida como una respuesta de amor a un amor más grande: el de Dios que nos ha salvado por la muerte y resurrección de su Hijo. Sigue leyendo

POR Y PARA UNA SEMANA SANTA MISIONERA 2014

Mis queridos hermanos y amigos:

Hoy iniciamos las celebraciones de la Semana Santa que culminarán con el gozo de la Solemnidad de la Pascua de Resurrección en el Domingo próximo. Es la segunda Semana Santa de “la Misión Madrid”. Vivirla con espíritu misionero es un imperativo personal y pastoral de insoslayable necesidad. Lo es por razones de coherencia interna con la forma de concretar la respuesta de la Iglesia Diocesana a los desafíos del momento histórico por el que atraviesan nuestra sociedad y nuestro pueblo. Momentos críticos para la fe y el testimonio veraz de la esperanza y de la caridad cristianas. Lo es, además, con urgencia renovada por la ardiente llamada dirigida a toda la Iglesia por nuestro Santo Padre Francisco para que avance “en el camino de una conversión pastoral y misionera que no puede dejar las cosas como están” (EG 29). Sí, no podemos dejar que el presente y futuro de nuestros hermanos más necesitados y, sobre todo, el de las nuevas generaciones ¡nuestro propio presente y futuro!  se configuren en la ignorancia del Misterio de la Salvación del hombre que aconteció en aquella semana en la que “Jesús, el Profeta de Nazareth de Galilea” fue entregado a la muerte y a una muerte de Cruz: ¡Jesús, “el Hijo de David”, “el que viene en el nombre del Señor”, “el Altísimo”! (Mt. 21,9-11). Así lo aclamaba el pueblo en el día en que entra triunfalmente en Jerusalén con la intención de celebrar la Pascua de aquel año con su pueblo de un modo radicalmente nuevo. Esa novedad transformadora del contenido, de la forma, del sentido y de la eficacia de la Vieja Pascua del Antiguo Pueblo de Israel la quiere subrayar y anunciar desde el principio de aquellos días en los que se iba ¡en los que iba! a consumar la salvación del mundo. Toda Jerusalén y todos los peregrinos que llegaban a la ciudad santa, desde todos los rincones de la diáspora judía, debían de saber que el Mesías había llegado y de que se disponía a culminar su obra salvadora. La misión de Jesús llegaba a su cumbre y a su triunfo: ¡a lo alto de la Cruz y a la gloria de la Resurrección! Sigue leyendo